En el que presento al amor de mi vida

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A la mañana siguiente cuando me desperté, Candace ya no estaba. No lo comenté la noche anterior, pero éramos vecinas, así que solíamos ir y venir de una habitación a otra y de una casa a otra con facilidad envidiable. Me puse de pie y me froté los párpados sobre los ojos. Dejé salir un suspiro y me dije que era hora de regresar a la realidad.

Bajé rápidamente después de alistarme para la escuela y entré en la cocina en donde me encontré a mis cariñosos padres, besándose candentemente. Mamá sobre la encimera y papá colocado entre sus piernas. Ni siquiera se dieron cuenta de mi presencia hasta que tomé uno de los trapos de la cocina y se lo aventé a ambos.

—Por favor, vayan a un motel. No den estos espectáculos en casa —susurré con desagrado mientras dejaba la mochila en el suelo a un lado de la silla de color azul cielo y me dirigía hacia el refrigerador. Abrí la puerta, saqué la fruta que mamá había preparado y me serví un poco en un plato junto con granola.

—Buenos días a ti también, querida —susurró mi padre con una sonrisa divertida a lo que yo contesté con una mirada furiosa—. No seas tan mojigata. Bueno, me voy Mel, se me hará tarde —dijo después al ver a mamá quien asintió con una sonrisa, le dio un último beso y la bajó de la encimera.

Papá se acomodó la corbata, se giró y caminó hasta mí, me dio un beso en la coronilla y me despeinó el cabello.

—¡Oye! —exclamé enojada y él sonrió cuando salió de la cocina. Con un bufido de molestia me acomodé el cabello de nuevo y escuché la puerta abrirse—. ¡Te amo, papá! —grité segundos después y solo escuché su risilla antes de cerrar la puerta.

Mamá se sentó frente a mí y me observó con una ceja alzada casi como si, por arte de magia, supiese con exactitud lo que había en mi mente.

—¿No has pensado...? —Y al instante se calló. Lo intentó de nuevo tres segundos después—: Quiero decir, cariño... ¿no crees que es hora de que intentes tener una relación?

—¿Una relación, dices? —pregunté absorta.

—Tienes veinte años. Este es el momento para que hagas locuras, salgas a citas, te beses con chicos guapos en sus autos...

—¿Al mismo tiempo? —pregunté maquiavélicamente y mi madre suspiró frustrada.

—Sabes a lo que me refiero.

—No quiero tomar este tema contigo. Me hace sentir incómoda que me digas que tengo que revolcarme con todos los chicos que se me pongan en frente.

—Yo no he dicho eso, no pongas esas sucias palabras en mi boca, señorita —regañó mamá con una sonrisa. Suspiré fastidiada—. Sabes a lo que me refiero. Una relación de verdad, pero para encontrarla necesitas, mínimo, comenzar a salir con chicos. ¿Te mataría intentarlo?

—No, mamá. Pero no quiero hacerlo; aún no estoy preparada, ¿vale?

Mi madre me miró con reproche y yo supe lo que pensaba, pero gracias al cielo no lo dijo. Se inclinó, me besó en la frente, se incorporó y se fue directo al refrigerador. Terminé de desayunar, subí a lavarme y cuando bajé, me despedí de mi madre y salí de mi casa.

Ahí estaba el amor de mi vida. Yo no necesitaba nada... ni un novio, ni una mejor amiga, ni siquiera una mascota. ¿La razón? Un deportivo rojo. Sonreí y me dije que cada día era bueno gracias a él. Mi "Bala sangrienta" como me gustaba llamarlo, estaba ahí, flameante; reflejaba la luz de los rayos del sol y me hacía sentir viva. Había ahorrado como loca para poder sacar ese auto, a pagos, obviamente —porque no tenía otra posibilidad—, pero llevaba ya bastante adelantado y pronto me pertenecería por completo.

Le sonreí, avancé, me quité la camisa a cuadros de color rojo y la amarré en mi cintura. Hacía calor y se me antojaba quedarme en la blusa sencilla de tirantes de color negro que llevaba abajo. Sentí el motor rugir en todo mi cuerpo y la adrenalina afloró cuando comencé a manejar por la avenida acompañada de "Dream on" de Aerosmith, una banda de los ochenta que solía escuchar seguido. Los autos siempre habían sido mi pasión y eran la razón por la cuál estudiaba ingeniería mecánica.

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora