En el que somos él, yo... y la tina

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Sam


—Tú y yo coincidimos en muchas cosas, Sam —dijo él y sonrió con tranquilidad.

No quise seguir con la plática porque ciertamente no me sentía bien con eso.

—Yo... la verdad es que tengo mucho frío. Creo que me quedaré y tomaré una ducha. Llenaré el jacuzzi con agua calientita y en cuanto termine me acostaré. Tú... deberías volver con ellos.

Adam apretó los labios y se encogió de hombros. Avanzó con paso lento hasta mí, sujetó la chamarra de mis manos y la lanzó a la cama.

—No sé... no hay nada allá que me llame la atención —susurró y colocó su mano en mi cintura—. En cambio, aquí... estás tú, el jacuzzi, el agua caliente...

—No te invité a entrar conmigo —murmuré y él acercó su rostro al mío.

—Ah... pero... verás... yo no soy de los que esperan una invitación.

Mi corazón volvió a latir desbocado y tuve que alejarme antes de cometer una estupidez. Adam sonrió divertido por mi reacción y se sentó sobre la mesa.

—Eres muy pudorosa —susurró y se encogió de hombros—. Te haré una oferta.

—¿Qué tipo de oferta?

—Entremos con los bañadores. Solo tú, yo y el agua caliente. ¿Qué dices?

Me mordí el labio inferior para evitar reírme y reí.

Acepta cabeza de chorlito

—Acepto.

Media hora después, ambos estábamos en la tina y Adam parecía más interesado en jugar con la espuma, que en mí. Algo que me hacía mucha gracia.

—Pareces un niño.

—Uno nunca debe de perder las ganas de jugar —susurró.

Tomó un montón de espuma con su mano y la sopló directo a mi rostro.

Reí, cerré los ojos e hice un mohín de desagrado fingido.

—Señorita pudorosa, cuéntame... ¿soy el único hombre con el que has compartido un jacuzzi? —quiso saber con tono interesado.

—¿Eso es lo que deseas? ¿Quieres saber si soy virgen?

—Definitivamente no es mi deseo de hoy saberlo y más definitivamente, eso no es lo que me interesa. Todo lo tergiversas.

—Ah vale... ¿qué es lo que deseas?

Adam asintió con lentitud y puso gesto de concentración.

—Hoy, mi deseo es saber...

—¿Qué?

—Si pudieras cambiar algo de ti, ¿qué sería?

Lo miré con seriedad. Él tenía la capacidad de hacer preguntas que siempre se metían con mis demonios. Me aclaré la garganta y luego jugué un rato con la espuma también antes de contestar.

—¿Físicamente?

—Lo que sea —dijo él y se encogió de hombros.

—Cambiaría —comencé con suavidad y luego torcí los labios—, mi memoria. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora