En el que tengo una charla nocturna

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Sam


En seguida de que cerré la puerta tras mi espalda, avancé a la escalera, dejé mi mochila en el suelo y aún con el libro entre mis dedos, me senté en el primer escalón con la mirada totalmente vacía. Apoyé la cabeza en uno de los barrotes de madera del barandal y con la mano libre me sujeté a él. Desde el maldito juego de botella todo había cambiado. Mi vida había cambiado como si le hubiera pasado por encima un terremoto. No comprendía qué sucedía... estaba confundida, pero a la vez expectante; algo que nunca había sentido. Como si cada mañana, al verle... mi mente supiera que el día sería diferente a lo que acostumbraba, que sería increíble de una u otra forma.

No estaba segura de si eso me gustaba o me asustaba o ambas cosas. Suspiré y no noté que mi padre avanzó frente a mí hasta que observé sus zapatillas de dormir, alcé los ojos y me fijé que me miraba confundido.

—¿Todo bien? —preguntó preocupado. Lo noté por el modo en el que sus ojos me estudiaron.

—No lo sé —susurré con suavidad.

Mi padre suspiró como lo había hecho yo antes y se sentó a mi lado en el primer escalón junto con su taza de chocolate caliente. El olor a chocolate me recordó a Adam y sonreí un poco.

—¿Quieres contarme?

Me quedé callada por varios segundos en los que ambos observamos la puerta sin saber qué decir o qué hacer.

—Papá...

—¿Qué sucede, cariño?

—Tengo miedo —murmuré y supe que él tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para interpretar mis palabras.

—¿Miedo a qué?

—A permitirme ser feliz.

Mi padre apretó los labios y los ojos se le llenaron de lágrimas. Hacía mucho tiempo que no teníamos conversaciones de ese tipo; normalmente era con mi madre con quien solía tenerlas, pero él... mi padre era muy sensible con esas cosas y me dolía verlo mal. Tomó un sorbo del chocolate caliente y me miró después de haber tragado el líquido.

—Sam... no deberías tener miedo a ser feliz.

—Pero no es justo que lo sea —dije rápidamente y me llevé la mano a la garganta cuando sentí una fuerte opresión.

Mi padre dejó la taza en el suelo y entrelazó los dedos de las manos, jugó con ellos por un tiempo y negó con la cabeza.

—Hija... no debes dejar que un error se adueñe de tu vida. No puedes darle el poder para arruinarte.

Las lágrimas se acumularon en mis ojos y las gruesas gotas saladas bajaron por mis mejillas. Hacía mucho tiempo que no tenía ese sentimiento... era culpa. Una culpa lacerante y tan fuerte que me daba escalofríos. Supe que ahora que mi rutina, mi vida misma, habían cambiado, y que me sentía emocionada por ver a Adam todos los días y hablar con él, el sentimiento de culpabilidad se hacía cada vez más y más grande, como si me rodeara una enorme nube gris que antes solo estaba sobre mí.

—Papá... no sé cómo hacerlo y no estoy segura de querer hacerlo —susurré lastimosamente. Mi padre se pasó una mano por el rostro y observé que lloraba conmigo. Puso su mano en mi rodilla y se giró para verme directo.

—Te amo. Nada ni nadie cambiará lo que tu madre y yo sentimos por ti... pero si tú no te aceptas a ti misma, con los errores que hayas cometido... nunca podrás estar bien, Sam. No soportaría perderte. Estuve a punto de hacerlo... dos veces. No puedo perderte... solo quiero que te quedes con nosotros y aprendas a querer la vida que has tenido, sin remordimientos. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora