En el que mis manos tienen vida propia

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Sam


Al entrar al agua, sentí un alivio inexplicable. Los músculos se me relajaron porque, a diferencia de lo que había supuesto, el agua era cálida.

—Nos quedaremos aquí. Puedes bajar los pies... no vas a hundirte —me dijo, y yo lo hice. Mis dedos tocaron la arena granulosa y sonreí. Era una sensación muy agradable. Como estaba de espaldas al mar y lo encaraba a él, no me di cuenta de que venía una ola que, sin aviso, me golpeó la espalda y me empujó contra él. Coloqué mis manos en sus hombros y sentí su piel hervir bajo mis dedos; sus músculos se contrajeron y me rodeó con ambos brazos la cintura—. El traje de baño... se te ve muy bien —comentó en un susurro y yo sonreí.

—Será porque es de tu color favorito.

—En parte... pero también es porque... lo luces muy bien.

—Gracias —murmuré avergonzada. Repentinamente volví a colocar mis ojos en los de él y con una lentitud apabullante me tomé la libertad de bajar la mano izquierda, de su hombro, a su pecho y luego a su abdomen. Coloqué mis yemas en la cicatriz y la acaricié sin dejar de mirarlo. Adam me soportó la mirada y sonrió solo un poco—. ¿Es muy atrevido de mi parte hacer esto? —quise saber y su sonrisa se amplió.

—No, Sam. Lo sería si fueses más abajo, pero... no me molestaría. ¿Quieres ser más atrevida?

Supe que bromeaba, que no lo decía en serio, así que tampoco me lo tomé a mal.

—Tal vez lo sea... pero no ahora —dije con expresión divertida. Respiré entrecortadamente cuando otra ola chocó contra mi espalda y volvió a empujarme hacia su cuerpo—. La verdad es que... no creo que nadie se fije en tu cicatriz. Hay demasiadas cosas mucho más interesantes que ver.

Adam no pudo esconder la diversión lasciva de su mirada y para no decir algo erróneo, miró hacia otro lado.

—Pues gracias —dijo al final y rio un poco—. ¿Te gusta lo que ves?

—Mucho —acepté sin sentirme mal por hacerlo.

—Entonces... solo puedo decir que tienes un gusto impecable. A mi también me agrada lo que veo.

—¿Y qué es lo que ves? —quise saber—. ¿Qué es lo que te gusta de mí?

No sabía por qué, pero me parecía como si me hubiese vuelto más suelta y desenfadada, más relajada y atrevida de lo que nunca había sido. Adam colocó una de sus manos mojadas en mi mejilla y sonrió.

—Todo en ti me gusta. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora