En el que me siento como en una pesadilla

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Adam


—¿Y qué era lo que deseabas encontrar? —murmuré sin dejar de mirarla fijamente. Supe que su respuesta no iba a agradarme, pero no me alejé ni le pedí que se detuviera.

—Yo... no quería estar aquí, Adam. En esos tres meses comencé a alejarme de mis padres, dejé la escuela... consumí drogas también y tuve relaciones con él. No había... absolutamente nada dentro de mí; como si estuviese vacía por completo. En la última semana del tercer mes, él y sus amigos me llevaron a mí y a otras chicas a un lugar... —su voz se entrecortó y yo sentí mi pulso latir desbocado contra la base de mi cuello—. Era la casa de uno de los hombres que les proporcionaba la droga. Me llevaron al sótano de la casa y me encontré con un grupo de hombres... y una gran cantidad de... —volvió a quedarse sin voz. Fruncí el ceño y esperé a que llegara lo peor—, objetos para uso sexual. Supe de inmediato qué sucedería. ¿Sabes... qué fue lo que sentí? —me preguntó con los ojos llenos de lágrimas y los labios temblorosos.

—¿Tuviste miedo? —pregunté en un susurró y ella me observó con una mirada que yo nunca le había visto: una de total indiferencia.

—No. No tuve miedo. De hecho, estaba dispuesta a hacerlo, porque creí que lo merecía. Creí que merecía que me rompieran por dentro y por fuera, Adam... —las lágrimas continuaron y resbalaron por sus mejillas una tras otra—. Deseaba ese sufrimiento.

Tuve que dejar de mirarla. Yo sabía por qué. Sabía la razón y me dolía escucharla decir eso. Me di unos segundos para tranquilizarme y elevé la mirada de nuevo para, con un suspiro, asentir y pedirle que continuara.

—¿Qué sucedió después?

—Cameron nos entregó a mí y a las demás chicas unos atuendos y nos pidió que fuéramos al baño de la primera planta a cambiarnos. Dijo que recibiríamos una cantidad exorbitante de dinero. Todas tenían sonrisas extasiadas y emocionadas. El baño parecía como de hotel. Era amplio y tenía varios cubículos. Coloqué la ropa que Cameron me había dado en el mueble largo del lavabo y entonces, me miré en el espejo. Me veía terrible. Había adelgazado más de siete kilos desde que había comenzado a salir con él... y en ese momento... me di cuenta... de que no podía hacerlo. Pero en ese punto... no podía salir de allí —continuó ella con la respiración entrecortada. Bajé la toalla y la dejé en el escritorio, en seguida busqué su mano y la sujeté. Sam continuó—: Así que... entré en el cubículo más alejado y esperé a que todas las chicas se terminaran de cambiar y salieran del baño. Cuando estuve sola... escapé por la ventana. La casa de este sujeto estaba lejos, en una colina. Lloré desde que comencé a correr, hasta que el sol salió y regresé a casa. Terminé internada en el hospital durante dos semanas por una pulmonía y por los efectos de las drogas. Cameron intentó contactarme, pero no volví a verlo y luego supe por la señora Preston, que se había metido en cosas de bandas y había sido arrestado y sentenciado a cuatro años en prisión.

—¿Tardaste mucho en desintoxicarte? —quise saber con un tono suave y ella negó.

—Siempre tuve en claro que quería morir, pero no quedar estúpida —susurró con una sonrisa sarcástica—, nunca ingerí drogas fuertes y tampoco lo hacía con frecuencia. Después de que salí del hospital estuve cuatro meses más en rehabilitación y terminé perfectamente bien.

—Me alegro —susurré y pegué la frente contra la de ella. Apreté su mano entre la mía. Estaba helada.

—Adam... estabas equivocado —susurró contra mis labios y yo fruncí el ceño sin saber a qué se refería.

—¿Equivocado?

—Al decir que tengo miedo de que la gente sepa que soy maravillosa.

—¿Por qué? —susurré con mis ojos fijos en los de ella.

—Porque no hay nada de maravilloso en mí. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora