En el que el contrato finaliza

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Fui tras ella; abrió la puerta de la casa y observó a mis padres con una sonrisa de disculpa.

—Subiré un momento —dijo como si nada cuando yo llegué a su lado. Mis padres asintieron estúpidamente y yo me sentí cada vez más perdido. Ella avanzó con paso rápido por las escaleras y yo negué sin comprender qué sucedía. Me volví a mis padres y los señalé a ambos.

—No dejen que nadie suba —les ordené y ambos volvieron a asentir sin poder decir palabra.

Subí la escalera de dos en dos y avancé por el pasillo, entré en mi habitación cuya puerta ya estaba entreabierta y cerré a mi espalda. Vi que ella movía cosas de un lado a otro como si buscara algo.

—Sam... ¿qué...?

—¿En dónde está? —preguntó al volverse cuando me escuchó cerrar. Fruncí el ceño sin comprender, ella me miró como si yo fuera un imbécil—. El contrato, ¿en dónde está?

—En el cajón —respondí rápidamente y señalé el cajón de la mesita de noche. Sam avanzó hasta allí, abrió el cajón, sacó el contrato y se sentó en la mesa con la hoja entre sus manos—. Oye... en serio que no entiendo... no...

Ella se puso en pie, avanzó hasta mí y rasgó el papel por la mitad; luego tiró las dos partes al suelo y sonrió.

—Ya está —susurró con un suspiro.

—¿Qué cosa?

—El contrato ya no existe. No hay nada que nos obligue a estar juntos, a vernos diariamente, a tener un deseo por día... a saber cosas del otro. Ahora solo nos queda... hacerlo porque ambos lo queramos así.

La miré sin decir nada. Sonreí poco después y me relamí los labios. Sam jugó con sus dedos y me di cuenta de que estaba nerviosa.

—Gracias. Gracias por buscarme... por pedirme que fuéramos amigos, por escucharme y dejar que confesara cosas que nunca había dicho, por llevarme a la playa y ayudarme a aprender a hacer macarrones, por dejarme conocer a Joe March y por permitirme manejar tu auto. Gracias... por invitarme a verte jugar y por ayudarme a bañar a los perros... por dejarme cortar esos leños y por dejarme ver quién eres. Gracias por la mejor noche de mi vida y...

No la dejé terminar. La abracé por la cintura, la acerqué a mí y busqué con urgencia sus labios.

Apreté su cuerpo contra el mío, me giré y la puse contra la puerta. Sam me rodeó el cuello con los brazos e introdujo sus dedos en mi cabello. Había comenzado a hacerme adicto a la sensación que me recorría cada vez que ella tocaba mi cabello. No tenía idea de cómo describirlo, pero me fascinaba.

Estaba aliviado y tan emocionado. A diferencia de la noche anterior, en donde había actuado movido por emociones extremadamente intensas, esta vez, al besarla, sentí algo completamente distinto. Tal vez la noche anterior también lo había sentido, pero en definitiva no lo había identificado. Pertenencia. Supe... en el momento en el que escuché esas palabras salir de sus labios, que le pertenecía a ella. No tenía idea desde cuándo había comenzado. No supe si fue el día en el que pasé una hora y media a su espalda en la cafetería del hospital, o fue cuando le sonreí al reencontrarme con ella cuando entré a la universidad... o cuando la miré en la habitación de la fiesta; aún así, de lo que estaba seguro era de que mis pensamientos y todas mis emociones giraban en torno a ella.

Mi corazón palpitó con tanta fuerza que creí que ella lo sentiría latir contra su pecho. La cargué sobre mis caderas y ella sonrió contra mis labios. Me alejé solo un poco para observar sus ojos. Nunca me cansaría de verlos. Sam se inclinó y continuó besándome.

La sostuve con fuerza contra mí, me moví de la puerta y entre besos avancé hasta la cama en donde la recosté, conmigo encima. Le mordí el labio inferior, y recorrí con mis manos todo su cuerpo. Ella no se quedó atrás e hizo lo mismo conmigo, luego se alejó de mis labios y besó mi cuello, lo mordió y pasó su sedosa lengua por la zona en la que latía mi pulso. Regresó a mi boca poco después, me rodeó con una pierna y restregó su cuerpo contra el mío.

Realmente tuve la intención de quitarle la ropa en ese momento, mi criterio y mi mente estaban nublados por mis sentimientos y solo cuando ella se detuvo, se alejó y me miró sorprendida, me di cuenta de que alguien tocaba a la puerta.

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora