En el que espero ser un hombre y no un niño

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Adam


El libro que Sam me había dado trataba acerca de un hombre, un escritor que vivía en Lisboa a finales del 1800 en un pequeño cuarto rentado y no tenía ni un centavo para mantenerse a flote. A punto de ser corrido del cuarto y quedar en la calle, una noche tiene un sueño en el que se le aparece el diablo disfrazado de un caballero elegante, quien le da una campanilla y le dice que, si él decide tocar esa campanilla, alguien más, al otro lado del mundo; un mandarín chino para ser más precisos, morirá y le heredará toda su fortuna. Teodoro, que es el protagonista, debe decidir entre tocar la campanilla o no.

El argumento era sumamente interesante. Había visto películas o leído libros con una temática similar; sin embargo, desde que comencé a leerlo, supe que ese había sido el primero en tomar una situación así.

—La verdad es que no estoy seguro —susurré.

—¿No sabes si, de estar en su lugar, hubieses tocado o no la campana? —quiso saber ella y yo negué.

—No.

—¿Por qué?

—Porque no puedo juzgarme a futuro. Quisiera decir que mis principios, mi moral y mi ética son elevados... que sin importar lo que sucediese no me denigraría y no actuaría de esa manera, pero la verdad es que uno nunca sabe cómo podría actuar en una situación en la que nunca ha estado. Solo son meras suposiciones, es solo hablar hipotéticamente... no es la realidad.

—Creí que dirías que estuvo mal al hacerlo —dijo ella con un gesto de sorpresa—. Que tú jamás harías algo así.

—¿Mal para quien? Definitivamente fue malo para el mandarín, pero si no lo hubiese hecho, hubiese sido malo para él. Las personas no podemos esconder lo egoístas que somos... y hasta cierto punto, es lo que nos mantiene vivos. Todos cometemos errores y nos dejamos llevar por instintos básicos de vez en cuando sin importar lo rectos que nos creamos.

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Hasta ahora has hecho cosas de ese tipo? ¿Cosas de las que te arrepientes?

Me sentí extraño y suspiré con desagrado.

—¿Quién no las ha hecho? No existe una persona totalmente buena o totalmente mala. La vida no es negra o blanca. Las personas tampoco lo somos y, definitivamente, yo no soy la excepción; y aún no he conocido a nadie que lo sea.

—¿Sugieres que está bien dejarse llevar por ese tipo de impulsos, instintos o acciones básicas y bajas?

—No sugiero que sea correcto, sugiero que es la realidad. Es lo que sucede y lo importante no es el hecho de cometer esos actos sino lo que harás después. ¿Qué estarías dispuesto a hacer para corregir un error o enmendar una acción de ese tipo? Me parece que el protagonista arregló las cosas lo mejor que pudo. Sí, cometió algo indebido, pero a la vez... logró arreglar las cosas... no se quedó en lo mismo ni se regodeó a costa de la muerte del mandarín. Eso hace la diferencia entre un hombre... y un niño.

—¿Un hombre y un niño?

—El hombre se queda y arregla los desperfectos a pesar de lo mucho que duela y a pesar de lo que pueda recibir a cambio. El niño huye, se esconde y no acepta sus errores —susurré y me pregunté... en qué categoría estaría yo, al final.

—¿Y tú qué te consideras?

Sonreí porque fue como si pudiese leer mi mente. Le di una sonrisa ladeada y me encogí de hombros. 

—Pronto lo sabremos —susurré y ella alzó una ceja en gesto de incógnita. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora