23. Carl.

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—¿Tú amiga no tiene casa, hijo?—pregunta Lori, haciendo como sino estuviera ahí presente, cenando—. Siempre está en nuestra casa.  

Dejo de masticar la carne, la cual está más dura que una piedra y sonrío de manera incomoda. Carl me mira de reojo y da un sorbo a su vaso de agua. 

—Es mi mejor amiga y me gusta que esté aquí—responde su hijo con obviedad. 

Rick pasa su mirada desde su esposa a mi, y suspira, cómo si no quisiera intervenir mucho en la conversación.

En fin, era verdad que Lori y yo no congeniábamos mucho porque según ella soy una mala influencia para Carl. No sé por qué la gente siempre piensa que soy una mala persona cuando raramente abro la boca, detesto hablar. 

Claro está que al tener un par de tatuajes en mi cuerpo y mi vestuario gótico, les dejaba al mundo verme como alguien mal influyente para las generaciones. La gente juzga mucho las apariencias y me había acostumbrado a las malas, ni siquiera me defendía, me daba mucha pereza. Me limitaba a echar miradas gélidas y aparentar que no los escuchaba, era mejor así, me ahorraba problemas. 

—¿No te quieren en tú casa, cielo?—pregunta en tono de importancia fingida. 

Me daban ganas de tirarle su carne de piedra a la cara, pero me limitaba a observarla. Raras veces hablaba y cuando lo hacía; callaba bocas o los incomodaba a tal punto que no me jodían más. 

—Mi padre me trata como un saco de boxeo, así que me gusta estar aquí—respondo con una leve sonrisa en mis labios. 

Los padres de mi mejor amigo se quedan perplejos y veo a Carl aguantarse la risa. Después de más dos años de amistad nos hemos acoplado al mundo del otro sin dificultad, por lo que nos conocemos a la perfección y no hay secretos entre los dos. Pese a que llevemos tanto tiempo de amistad, apenas llevaba unos meses yendo a su casa porque me daba vergüenza hacerlo al principio.

—Puedo detener a tu padre, recuerda que soy policía, te ayudaré—se ofrece Rick, amagando con ponerse de pie le agarro la camisa para evitarlo y que así vuelva a tomar asiento. 

—No, no se preocupe, lo tengo todo bajo control. 

Carl sabía que era mentira, que no tenía padres. Mis padres biológicos me abandonaron en el hospital a las horas de nacer, así que me había criado en un orfanato hasta la mayoría de edad. Al ser mayor no me pude quedar más tiempo allí por lo que me tuve que buscar la vida como pude. De momento vivía en una caravana a metros de la universidad—con mis buenas notas había logrado una beca—y trabajo en un restaurante para pagar mis necesidades más básicas. Mi vida era muy dura, pero mi tenacidad por vivir de la mejor manera posible, era un aliento que me impulsaba a seguir día a día sin importar los obstáculos. 

—No puedo dejar que tú padre te haga eso, ¿verdad, cariño? 

Lori se queda en silencio ante la pregunta de su marido, meditando que contestar para no quedar mal delante de su familia. Ante su inquietante silencio decido ponerme de pie y mostrar mi hilera de dientes. 

—Debo volver a casa—me disculpo con falsa culpa—mañana tengo un examen importante. La cena estuvo muy buena, gracias por invitarme. 

Rick no sabe que decir y se limita a sonreír incomodo. Carl también se levanta y juntos nos encaminamos a la entrada de su casa. Me giro sobre mis talones cuando él cierra la puerta tras sus pasos, luego se mete las manos a los bolsillos de su abrigo. 

—Te pido perdón en nombre de mi madre—comenta avergonzado. 

—No pasa nada, no te preocupes. Ya estoy acostumbrada al carácter arisco de tu madre.

Relatos [TWD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora