5. Jesús.

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Miro de soslayo aquel individuo que atormenta mis sueños cada noche y me quedo en silencio ante su presencia.

Jesús había sido el responsable de mi cuidado desde que llegué a Alexandria.

—Por fin te dan el alta—festeja él mientras me ayuda a ponerme de pie.

En realidad solo necesité un poco de comida y reposo, me sentía bien en todos los sentidos. No pensé que podría encariñarme con él en tan poco tiempo y me da rabia que pase por alto mi constante coqueteo.

Me aparto de su agarre y tras darle las gracias me retiro de la enfermería.

La noche cae lentamente y con ello el vodka dentro de mi sistema. ¿Cómo mierda lo puedo querer sin siquiera conocerlo? Es absurdo.

Y me siento más ridícula cuanto mis mejillas se humedecen a causa de mis lágrimas. Una amarga risa se escapa de mis labios ante el recuerdo:

La fiebre me está matando y apenas puedo abrir los ojos por el cansancio. Una mano cálida agarra la mía y escucho susurros cerca de mí.

—Te he encontrado y he cuidado de ti, no puedes dejarme, ¿de acuerdo? Estaré aquí y no me marcharé ni aunque me lo pidas.

Es él, reconozco su voz. Los primeros días había rechazado su contacto por la desconfianza y en cuanto se fue adueñando de mis sentimientos, le dejé entrar sin miramientos. Y ahora me arrepentía de ello, me dolía. Quería decirle que no me dejara sola nunca más.

Mis ojos se abren un poco y veo su bonita mirada cristalizada.

—Hola—susurra con una pequeña sonrisa, cubierta por su tupida barba.

Le sonrío lo mejor que puedo. Le quiero tanto. Joder.

Enjuago mis lágrimas con la palma de mi mano y sigo recordando como unos días después en la enfernería, rechazó mis sentimientos, diciendo que no era buena idea tener una relación en medio apocalipsis.

¿Qué sentido tenía luchar en el nuevo mundo si nisiquiera nos dábamos la oportunidad de amar a otra persona? Teníamos que tener un propósito para seguir aquí, para no tener ganas de morir cada vez que nos enfrentamos a muertos o a personas malas.

No tenía sentido vivir sin un propósito. La vida es muy corta como para no hacer lo que te apetezca, hay que aprovechar cada segundo.

Y por eso estaba ahí tirada, ahogando mis penas con alcohol. Lamentando que Jesús no quería saber nada de mis sentimientos por miedo. Era un cobarde por no arriesgarse a querer.

El amor es precioso, no cobarde. El amor no merece tenerle miedo. ¡Hay que arriesgarse aún así las cosas no salgan como las planeamos! Me atreví a decirle que me gustaba con la esperanza de iniciar algo, me rechazó, pero por lo menos no me quedo con la duda de que hubiera pasado si me quedaba callada.

En algún momento volveré a ser la misma y me iré de aquí para seguir mi camino por mi lado. Siempre fui una mujer solitaria y no pensaba quedarme entre tantos muros para siempre.

Dejo la botella a un lado y al ponerme de pie me tambaleo, por lo que caigo de bruces al suelo y no me queda otra que echarme a llorar por mi patética existencia.

La puerta de mi casa se abre de par en par y desde mi posición lo único que puedo ver son unas botas negras. Luego como corren en mi dirección.

—¿Estás bien?—pregunta mientras coloca sus grandes manos a los costados de mis mejillas.

Niego con la cabeza y otro sollozo se me escapa.

—Me he caído y me he hecho daño—lamento como si fuera una niña pequeña.

Relatos [TWD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora