16. Daryl.

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Allí estaba yo como una autentica idiota, aguantando las malas críticas venenosas de mi hijastra. Solo me apetecía enterrar mi mano sobre la piel blanquecina de su mejilla, sería tan placentero como comer mi platillo favorito en los días de regla. 

—¿Puedes decir algo que no sea es espantoso y te hace ver gorda? 

Me mira con esos ojazos azules heredados de su padre, como con asco. 

—Es que se te nota ese bulto en la tripa. 

Giro los ojos por pura irritación y trato de controlar mis alborotadas hormonas. Porque realmente me daban ganas de lanzarla por la quinta planta de aquella tienda de vestidos de novias. Desde que su madre biológica había aparecido mágicamente hace dos meses, la buena relación que formamos durante los últimos seis años se evaporó como el agua. Ahora me odiaba y no sabia el motivo real del por qué me trataba como si fuera una desconocida. Ya no me llamaba mami. 

Diablos, me dolía muchísimo. 

—Este bulto como tu dices es tu hermano o hermana—señalo a mi barriga con indignación, cansada de recibir insultos por mi aspecto físico vuelvo al probador para seguir con mi siguiente vestido. 

Mi prometido había insistido en que ambas buscáramos el gran vestido para el día especial, ambas aceptamos a pesar de las grandes peleas que mantenemos en privado, después de todo lo único que nos sigue uniendo como familia es el gran amor que le tenemos a Daryl. El pobre ya tiene suficiente con que la loca de su ex quiera la custodia compartida de su hija y parte del dinero que según le corresponde. Daryl no le debía nada, ni siquiera sabíamos para que quería la custodia de alguien que abandonó con solo dos años. Ahora yo era la mala de la historia, la que había separado a su familia y ella se veía como la víctima afectada. 

Volvemos a casa con las manos vacías y me encuentro con la sorpresa de que esa bruja de pelo rubio está sentada en el sofá de mi jodido hogar. 

—¿Qué haces aquí?—pregunto bastante cabreada mientras me acerco hasta llegar a ella.

Se para del sofá con una elegancia ridícula y me planta cara, las arrugas por la edad se marcan más al mirarme con un intento de superioridad. 

—Amelia me dio una copia de llaves.

¿Qué?

—Es mi madre, puede venir a mi casa. 

La voz de Amelia suena tras mis espaldas y lo siento como una gran traición. Me giro tras mis talones e intento contener el llanto. 

—Yo era tu mamá, Amelia, yo soy tu mami—confirmo con un nudo en la garganta. 

Puedo ver el arrepentimiento cruzar por sus ojos durante unos segundos pero no tarda en irse y reemplazarlo por uno de desprecio. Mis ojos se empañan por mucho que intente evitarlo. No quiero quedar como una blanda delante de esta mujer. 

—Es mi casa, Amelia, y esta señora debe entender que aquí no es bienvenida—vuelvo a mirar a la doña rompe hogares—te pido con toda la educación del mundo que te retires de mi casa. Y dame la copia de llaves.

—Aquí vive mi hija y su padre por lo que tengo todo el derecho de estar donde estén ellos. 

La tristeza se me esfuma y el enfado se apodera de mí. 

—Que yo sepa usted abandonó a MI familia, no tiene derecho a nada. No se ponga medallas en el pecho, los abandonó sin dar explicación. 

Su mano agarra con fuerza mi brazo, haciendo una presión tan dolorosa que me pone de mala leche. Me retiro de su agarre y Amelia no tarda en ponerse entre las dos. 

Relatos [TWD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora