017

15 5 1
                                        


CHLOE MEYER

El avión había aterrizado por fin, quería quitarme esta peluca que compré de un color rojo muy fuerte. Estaba tan cansada físicamente y emocionalmente que mi mente no pensaba nada más que en hacer lo que quería, quería dormir, quería estar en la mar tirada sin ningún movimiento.

—¡Buenas noches! Lléveme a esta dirección por favor. —le pedí a un taxista que estaba afuera del aeropuerto, dándole un papel.

El señor me ayudó con mi maleta amablemente, yo me subí cerca a la ventana mientras algunas gotas de lluvia corrían por esta. No había llovido en mucho tiempo aquí, siempre el olor a húmedo me gustaba, suena muy raro, pero me gusta.

Podía escuchar al señor hacerme conversación, pero no sabía que palabras salían de su boca, ¿Estaba bien lo que iba hacer? Tuve 1 semana para pensarlo, ya estaba decidido.

Chloe Meyer no retrocede.

Vi la hora en mi reloj de mancuerdas de mi mano (12:24) en el camino vi las fotos que me mandaron del cumpleaños de Engelbert, me sentía mal por no estar con ellos. El primer cumpleaños de alguien y yo no estaba ahí con ellos.

—Señorita, ya llegamos. —el señor me hizo reaccionar.

Mientras me ayudaba a sacar la maleta, saqué mi billetera pagándole. Se escuchó el motor arrancar dándome a entender que él se había marchado.

Me paré frente a la casa con todo apagado y solo había una luz en el piso inferior que sabía que sería el gimnasio, me quité la capucha que tenía, me saqué la gorra y me quité la peluca guardando todo en mi bolso de mano.

Entre por la puerta trasera que tenía la casa de mis padres, caminé dejando la maleta a la entrada. Ni siquiera me molesté en tocar sabía a quién me encontraría.

—¡Armando! —lo llamé atrapando toda su atención.

El me miró dejando sus pesas a un lado, ni siquiera lucía sorprendido de verme, cada fin de semana Armando hace dos horas y media de ejercicio muy a comparación de los otros días en donde solo hace hasta 1 hora.

—Hasta que la princesita se dignó a venir de su viajecito. —agarró una toalla secándose el sudor. —Te recuerdo que no estamos de vacaciones, seguimos en la universidad.

—Necesitaba tiempo para sanar lejos de aquí. —miré su rostro y el volvió a seguir su ejercicio, pero ahora en otra máquina.

—¿Sanar incluye el tipo de ropa que usas ahora? —me señaló de arriba abajo con el dedo.

Nunca he sido fan del negro, llevaba un jeans negro, una polera negra y una casaca de cuero encima, hacía mucho frío por eso me la puse.

—No es fácil, que tengas un novio muerto y no hayan encontrado a un responsable. —seguía mirando, quería que él hable, había tenido un montón de paciencia los últimos días.

—La justicia va de mal en peor.

—Mucho menos que te hayan obligado a un aborto, ¿verdad? —mis ojos no podían retener mucho tiempo esto, sentía el nudo en la garganta al recordar todo.

Dejó las máquinas y se sentó mirándome, no era la misma mirada que me daba de niño.

—Chloe, siempre te he cuidado, he hecho lo mejor para ti. —su mirada...fría.

La verdad antes de los quince años hubiéramos recibido una bala el uno por el otro, pero la competencia entre los dos por el orgullo de nuestros padres nos hizo separarnos.

Hechos para ser uno soloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora