Capítulo treinta y uno

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 Fue como si sus bocas se hubieran echado de menos una jodida eternidad.

 Confuso, Jiang Cheng se preguntaba qué posibilidad había de extrañar los labios suaves de Lan Huan siendo que la última vez que se habían encontrado con los suyos había sido solo recientemente. En aquella caverna donde su estabilidad mental flaqueó de tal modo que fue incontrolable para ambos. Sin embargo, el pensamiento fue increíblemente fugaz.

 A pesar de todo lo que había sucedido luego de aquello, la intensidad y los deseos de explorar esa boca dulce desde entonces no había cedido, se había hecho más feroz. La llama se había encendido en su interior, ardiendo dentro de su pecho de forma firme y obstinada, y no había tormenta ni violenta tempestad en esta vida que pudiera extinguirla.

 En realidad, ninguno parecía poder contener las reacciones involuntarias de sus propios cuerpos y la sensación de urgencia de sus pieles sensibles era increíblemente abrumadora y persistente.

 Jiang Cheng sintió en la punta de sus dedos la ansiedad del corazón de Lan Huan palpitando violentamente en el pecho y contra su mano, y se sintió atónito. Insoportablemente maravillado.

 Pensó por una fracción de segundo que el mundo podría desmoronarse en ese mismo instante y a él no le importaría, ni repararía en ello en lo más mínimo.

 Lo sujetó con más fuerza.

 Atormentado, jadeó sobre su boca y volvió a atrapar con sus dientes el labio inferior del hombre que respiraba de forma superficial e irregular bajo suyo. Su cuerpo se movió como por inercia, instintivamente más cerca, clavándolo sobre la cama.

 La proximidad tan íntima entre los dos hizo que Jiang Cheng se sintiera asfixiado. Mareado. Sometido bajo una indescriptible miriada de emociones que parecían querer sofocarlo sin contemplación. Completamente absorto en el movimiento de sus bocas y el latir errático del corazón del Lan en su palma, olvidó que ZeWu-Jun estaba herido y, para ser franco, el hombre de níveas prendas no tenía, tampoco, intención alguna de recordárselo.

 Es más, Lan XiChen comenzaba a sentir que el efecto del veneno paralizante en vez de hacerse más presente y molesto, estaba cediendo poco a poco. De forma lenta y gradual podía sentir que sus extremidades volvían a presentar diminutos signos de querer escuchar nuevamente sus ordenes.

 Tal vez el efecto se debilitara al esparcirse rápidamente y, debido a la vertiginosa velocidad en la que la sangre circulaba por sus venas en esos momentos, fuera más visible. O quizás no estuviera tan contaminado como creyó en un primer momento.

 Fuera lo que fuera, lo agradeció infinitamente.

 Podía hacer maniobras que antes no podía, como, por ejemplo, cogerlo gentilmente de la nuca para atraerlo hacia él y besarlo más profundo o tomar la iniciativa de presionarlo más cerca sin sentir la resistencia de su terco cuerpo que se negaba a moverse.

 Con impaciencia y ardiente necesidad lo dominó en el beso hasta sentir que su cuerpo caliente y suave se pegaba a él. Su dulce fragancia y la presión de su piel tersa como el jade lo llenaron de un anhelo desconocido.

 Lan XiChen internamente admitió que no quería dejarle tiempo a pensar en nada, o darle la menor oportunidad de escapar. Aún así, y todavía pensando secretamente en ello, el beso cedió lento y se cortó intermitentemente. Se alejó apenas unos centímetros curioso por ver la expresión que tendría en aquellos momentos.

 Sus ojos vagaron por el rostro perfectamente esculpido de WanYin y éste fue dibujado, línea a línea, por Lan Huan formando una imagen completa. Y espectacular. El hombre de violeta tenía los ojos fuertemente cerrados y sus labios entreabiertos y jadeantes temblaron peligrosamente cerca de su boca. Tras un momento de larga y lenta apreciación, aquellas preciosas y largas pestañas se movieron con suavidad. Jiang Cheng, perezosamente, abrió los ojos y enfocó su mirada nublada, dispersa y oscurecida sobre él.

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