Capítulo veintiuno

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 Las palabras de Lan XiChen tardaron un momento de llegar al cerebro de Jiang Cheng, y cuando lo hicieron, debió tomarse un momento para digerirlas lentamente.

 Su mente hacía solo escasos instantes estaba llena de los sonidos eróticos, difusos por el alcohol, de aquellos recuerdos del encuentro nocturno con el Jade Lan, por lo que ahora mismo sus pensamientos se sentían algo aletargados, torpes, extremadamente caóticos y complejos. Ver al mismo Lan XiChen irrumpiendo en su tienda había hecho que sus sentidos se descontrolaran y su corazón palpitara súbitamente ansioso.

 Demasiado lento comprendió el significado de aquella corta frase y todo rastro de esa impredecible impaciencia que cosquilleaba en su piel fue borrada por completo.

¿¡Qué!? —soltó confundido.

 Parecía desconfiar de lo que habían escuchado sus oídos.

 ¿Qué en la tierra había dicho el Lan?

— En una cacería nocturna extraoficial formada por varios discípulos de Gusu Lan, LanLing-Jin y Baling Ouyang, el grupo fue tomado por sorpresa por unas bestias extrañas, de las cuales la mayoría pudieron librarse. Fueron forzados a separarse. Sin embargo, el joven amo Jin Ling y Lan JingYi, han sido capturados por la persona que mantenía control sobre las bestias —Lan XiChen dijo todo esto rápidamente y de una sola vez, como si eso pudiera conseguir que atenuara su desasosiego.

 Jiang Cheng parecía perder fuerzas gradualmente frente a sus ojos. Su cuerpo temblaba violentamente y todo rastro de color se había drenado de su rostro, haciéndolo ver mortalmente pálido. Tenía una expresión bastante horrible y aterradora a la vez.

— Afortunadamente el Joven Lan, que está con él, consiguió dejar tras sí una técnica de alto grado con la cual pudieron ser rastreados. Aunque... —a pesar de poder ver que estaba entrando en un estado de desesperación inminente no podía mentirle— el rastro se perdió recientemente.

 Jiang Cheng respiraba con dificultad. El chico era su único sobrino. Carne y sangre de su hermana. Lo único en este mundo que quedaba de su dulce Shijie, si algo le pasaba a él no se lo perdonaría en la vida.

 Su conmoción inmediatamente se volvió ira.

 Aunque, Lan XiChen no lo había dicho, él podía asegurar sin temor a equivocarse que aquella cacería nocturna estaba liderada por el hijo adoptivo de Lan WangJi y por consiguiente era muy probable que Wen Ning los siguiera detrás como un perro faldero.

 La ira bulló en su interior sin poderlo controlar. ¿Cómo es que ese maldito cadáver caminante ni siquiera podía contener un grupo de adolescentes? Aún peor, ¿Cómo demonios el Clan Lan aprobaba semejante accionar en sus discípulos?

 Esto estaba mal. Todo estaba mal.

 No pudo evitarlo. Simplemente explotó.

 Dejó salir su furia ciega sin filtro y sin control, y esta terminó recayendo sobre el siempre imperturbable y mesurado, Lan XiChen.

 Todo lo que había acumulado con el tiempo fue expuesto en aquella tienda y bajo sus furiosos gritos que parecían rugidos coléricos. Su frustración. Su angustia. Su malestar. Su miedo. Todo fue vertido en las duras palabras que Lan Huan oyó estoicamente, casi sin inmutarse.

 Su temple solo hacía que Jiang Cheng se volviera más rabioso.

 Sin embargo, el líder Jiang fue incapaz de ver el ligero rastro de profundo dolor que veló su mirada, más Lan XiChen no dijo nada, absolutamente nada, para calmar la furia fría en Jiang Cheng. Absorbió cada palabra, cada maldición. Hasta que, el líder del Clan Jiang, dijo algo que no debió decir jamás.

 Ni bien soltó aquello supo que había hecho algo estúpido y malintencionado, pero una vez subido al tigre era difícil bajarse de él.

 No se retractó ni siquiera cuando Lan XiChen se acercó evidentemente molesto a confrontarlo, aunque había una sensación de angustiosa fragilidad en su interior. Casi podía sentir como el corazón del hombre tembló ante sus palabras hirientes. Sin embargo, su tiránica fuerza contrastaba terriblemente con cualquier debilidad y, mientras lo sujetaba con fuerza del brazo, se quedó mirándolo fijo con una miriada de emociones complicadas, casi dolorosas, en sus ojos que habían perdido cualquier vestigio de calidez y amabilidad.

 Transcurrieron varios segundos en silencio. La ira no se había evaporado en Jiang Cheng, pero se sentía algo desconcertado por la penetrante mirada del hombre de blanco. La presión en su brazo era bastante dolorosa pero ni un quejido o siquiera una diminuta mueca delató aquello. Solo lo fulminó con la misma ferocidad, hasta que por el rabillo del ojo, notó que algo extraño revoloteaba sobre la linterna que habían dispuesto para iluminar su tienda.

 Su ceño se frunció brevemente, pero enseguida reconoció qué demonios era aquella cosa que flotaba a media altura.

 Era una peonia mensajera.

 Jin Ling solía molestarlo diariamente con mensajes como aquel cuando era más pequeño. Con un simple encantamiento podía enviar una misiva con su sentido espiritual en forma de flor de peonia. Inmediatamente se soltó de la presión que ejercía el Lan sobre su brazo, ahora dolorido, y tomó la inquieta flor de papel entre sus temblorosos dedos.

 Envió energía espiritual en ella y desentrañó, con el corazón en la garganta, la información imbuida por Jin Ling. Mientras más descubría lo que le había sucedido al jodido chico más enfurecido se volvía, pero había olas de genuino alivio en su expresión.

 Jin Ling estaba bien. Eso era lo único que realmente importaba.

 Estaba a salvo en una villa pequeña y apartada llamada CaiDie, al este de QingHe y fuera de los dominios del Clan Nie. Junto al belicoso discípulo Lan, consiguieron huir de la cueva donde los tenían cautivos, aunque se encontraron con un ligero inconveniente mientras se disponían a regresar.

 Llegado a este punto tenía una sola cosa en mente: En ese mismo momento se iba a dirigir a aquel lugar en el que se encontraban e iba a romperle las piernas. Ya no era una amenaza vacía. Le iba a quitar las ganas de desobedecerlo a golpes.

 Cuando hubo acabado de digerir las palabras del chico se puso en movimiento.

— Ambos lograron escapar —explicó brevemente a Lan XiChen ignorando toda la discusión anterior, como si nunca hubiera existido, como si nunca hubiera herido verbalmente al jade como lo había hecho—. Ambos están en una villa cercana. Al parecer se toparon con un espíritu que no los dejó avanzar, pero están seguros.

 Tomó a Sandu y salió a dar unas rápidas indicaciones al grupo de cultivadores de púrpura bajo su mando, mientras se apresuraba para encontrarse con su problemático sobrino. Para su desgracia, Lan XiChen hizo lo mismo que él y sin siquiera pedir su aprobación, luego de dar ordenes a sus propios discípulos, lo siguió en la búsqueda de aquel par de adolescentes revoltosos.

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