Capítulo dos

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 Jiang Cheng no podía dormir. El maldito y rutinario insomnio que controlaba sus eternas noches, lo hacía una vez más. Estaba física, mental y emocionalmente agotado, pero ni siquiera así tenía un breve descanso.

 El sonido de la tormenta en el exterior perforó su aparente paz y despertó en él unas feroces e internas ansias de... de algo que no sabía exactamente de qué se trataba. Sólo quería escapar unos instantes, quería dejar de pensar, quería despejar su cabeza llena de memorias sofocantes.

 Sintió unos irrefrenables deseos de salir. De correr. De alejarse.

 Sin embargo, con insólita y perezosa calma se vistió, dejó la habitación, y tomando sólo un paraguas abandonó la calidez de sus mantas para adentrarse en la oscuridad.

 Las calles solitarias y silenciosas se llenaron con el rugido del viento, el fragor de la intensa lluvia y el ruido casi ensordecedor de los truenos. Era irónico que en aquel violento caos, Jiang WanYin encontrara paz. Allí, bajo el torrencial diluvio, en la profunda noche oscura y en total soledad comprendió que podía sentir una libertad que no había experimentado antes.

 El peso de las responsabilidades, el lastre de un pasado demasiado doloroso y un futuro por demás incierto, que no eran preocupaciones menores, se deslizaron fuera de su cabeza como si la lluvia las lavara.

Olvidó por un glorioso momento sus inquietudes.

 Sin embargo, el frío era condenadamente entumecedor. En poco tiempo comenzó a tiritar. Sus dedos agarrotados se aferraban al paraguas de papel tan duro que pronto sus nudillos quedaron blancos y congelados. Era bastante inusual aquel inhóspito frío glacial que asentó de forma repentina en Yunmeng, más típico de lugares más altos como las Profundidades de las Nubes en Gusu.

 Parpadeó desconcertado por un segundo.

 Como una casualidad del destino, y mientras pensaba fugazmente en las montañas nevadas del clan Lan, una figura blanca alta y elegante cruzó a lo lejos allí donde la tormenta apenas le permitía ver.

 Creyó por un ligero instante que era Lan WangJi, pero rápidamente lo descartó. Recordó que había escapado hacía mucho con Wei WuXian y era muy poco probable que regresara. No con Lan QiRen aún echo una furia.

 Notó que la nívea silueta avanzaba con lentos e indecisos pasos, como si sus pies tuvieran vida propia. Como si el cuerpo ya no le perteneciera, o como si hubiera sido poseído.

 No fue consciente de haberse movido, sin embargo, siguió el rastro de aquel hombre que reconoció más tarde como el jade mayor de la secta Gusu-Lan, Lan XiChen. Desconcertado porque, el siempre sobrio, elegante y servicial Zewu-Jun, daba tambaleantes pero firmes zancadas sin importarle en lo absoluto la lluvia que caía como cascada, el frío o el lodo que manchaba sus prístinas ropas.

 Aparentemente sin importarle tampoco hacia donde se dirigía. Aunque, Jiang Cheng descubrió en una pequeña y casi imperceptible pausa que, a su desenfocada mirada y desequilibrados pensamientos, la playa a sus pies se abría como una invitación.

 Sintió una ligera punzada de reconocimiento en su actuar y apresuró sus pasos.

 Gritó con ferocidad su nombre, pero él no lo oía. Su mente y acciones estaban confinadas en una sola dirección.

 El paraguas voló mientras Jiang Cheng corría con todas las fuerzas de sus piernas. La distancia, endiabladamente extensa, se negaba a acortarse pese a sus esfuerzos y la arena mojada dificultaba su carrera.

 Las olas parecían querer devolverlo insistentemente a la orilla, pero obstinado aquel hombre continuó dando pesados pasos hacia las oscuras y profundas aguas con firme determinación.

— Lan XiChen... ZeWu-Jun —los gritos alterados le quemaban la garganta pero no había signos de que fueran oídos—. Maldita sea... ¡¡¡LAN HUAN!!!

 Ya no podía verlo.

 Con aterrada desesperación se hundió en el agua hacia el punto donde había desaparecido. El miedo serpenteó en su pecho como una espesa niebla que lo devoraba todo a su paso, creciendo en su interior a una velocidad espeluznante. Las inquietas y violentas olas le impedían dar con su objetivo.

 Era un excelente nadador, y pese a el mar embravecido se mantenía a flote con un regular ritmo. Aún así no podía divisarlo. Estaba asustado. Los segundos pronto se transformaron en minutos que parecían jodidas horas. En su frustración rogó a las deidades, las maldijo y volvió a suplicarles, con mansa docilidad.

 Su corazón se contrajo con alivio cuando logró ver una mancha blanca, como una frágil flor de loto a la deriva, a escasa distancia y se precipitó a su encuentro. No se detuvo a comprobar si aún respiraba. Con una destreza y experiencia dominada por años de juegos en el Muelle de Loto, lo arrancó de aquel abrazo mortal y pateó con energía hasta la orilla.

 Lo depositó sin cuidado y apoyó el oído en su corazón, el propio pareció hacer nido en su garganta mientras contenía la respiración. Palideció. No oía nada.

 Rápidamente realizó firmes movimientos de empuje sobre su pecho mientras masajeaba su corazón instándolo a reaccionar, le levantó con un ligero movimiento la barbilla (como ya había visto hacer a expertos en su clan) y tomó una gran bocanada de aire que forzó a entrar por entre los fríos labios entreabiertos del chico. Una. Dos veces. Antes de poder hacerlo una tercera vez, Lan XiChen tosió finalmente expulsando todo el agua que sus pulmones habían retenido.

 El cuerpo de Jiang Cheng se rindió exhausto, se desplomó sobre la arena como una marioneta a la que le cortaron los hilos que la sostenían. Bajo la interminable tempestad, un suspiro lleno de frustración y enfado escapó de su boca. Aunque en realidad todo su preocupado ser respiraba finalmente con alivio.

 XiChen abrió los ojos con dolorosa debilidad, su mirada confundida revoloteó sin poderlo comprender hasta que se posó sobre el rendido chico a su lado.

— T-Tú... —murmuró con voz pastosa y ronca.

 Todo su mundo volvió a girar con violencia y sus ojos se cerraron instintivamente cuando un salvaje mareo lo tomó desprevenido. Volvió a desmayarse instantes después.

Loto blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora