Capítulo diecisiete

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 Como si hubiera sido alcanzado por un rayo, Lan XiChen se paralizó completamente. Por un instante fue consciente de sí mismo y de sus acciones. Su propia falta de juicio lo aterrorizó.

 ¿Qué en el infierno era lo que había dicho?... ¿Qué es lo que estaba haciendo?...

 Esto estaba mal. Todo estaba mal.

 ¿Desde cuándo se había vuelto tan débil?

 Sus ojos se detuvieron un instante de más en el ruborizado, caliente y suave lóbulo de la oreja del Jiang WanYin, como si algo dentro le dijera que aquel se trataba de un punto sumamente sensible en el chico, y parpadeó atormentado. Le tomó cada pequeño gramo de voluntad de su cuerpo reprimir la necesidad de besarlo, lamerlo y mordisquearlo para comprobarlo fehacientemente, pero logró de algún modo contenerse. Al mismo tiempo, su mano había quedado agarrotada y rígida sobre la erección del chico, incapaz de continuar con aquella acción impúdica e irrespetuosa. Sabía que cualquier pequeño movimiento lo llevaría al caos absoluto, y no se atrevía a hacer ninguna maniobra brusca.

 Aunque todas sus súbitas pero cuidadosas consideraciones fueron barridas con un suave jadeo y un movimiento de caderas del joven de violeta, que se movió en búsqueda de más contacto, tratando de comprender porqué la presión disminuyó de repente. Confundido acerca de porqué se detuvo.

 La expresión de Lan XiChen se volvió aterradora.

 Su mirada complicada al extremo chocó con la mirada húmeda, nublada y aturdida de WanYin, y fue consumido por ella. Debió morderse el labio inferior con ferocidad, en un intento por hacer que el dolor lo mantenga lúcido, pero internamente sabía que había perdido la batalla sin siquiera pelearla. Tembló y sus ojos se dilataron presos de la imagen más fascinante y erótica que creyó ver jamás, un Jiang WanYin estremecido de deseo.

 Su mente se volvió difusa una vez más.

 El aire circundante comenzó a ondular extrañamente a su alrededor y una resistencia intangible lo hizo sentir como si estuviera sumergido en aguas profundas. No podía respirar.

 Jiang Cheng aferrado a su muñeca se negaba absolutamente a dejarlo ir, y Lan XiChen en su inconsciencia hizo algo aún más estúpido: lo derribó sobre la cama. No conforme con eso, su cuerpo se extendió sobre el del chico, cubriéndolo, y su rostro quedó a sólo centímetros de su tentadora boca. Ahora que incluso había probado su sabor, la sensación de auto-restricción a la que se estaba sometiendo, se sentía todavía más tortuosa. El cálido y agitado aliento cayó sobre sus propios labios y esa intimidad lo volvió inestable.

 Estaba perdiendo lentamente el juicio. Su consciencia se estaba desmoronando a pedazos.

 Quería resistirse pero su propio cuerpo se negaba a obedecer sus ordenes.

 Frunció el ceño. No estaba contento con su comportamiento, pero algo dentro de él insistía en que el chico había conseguido estar bajo aquel deplorable estado solo por su causa y no podía simplemente dejarlo así. Con eso en mente... se convenció.

 Excusas. Todas eran excusas, y terribles a decir verdad, pero si no se aferraba a ellas no le quedaría nada. Solo asumir que debajo de todo aquello había algo más fuerte y eso era imposible.

 Sacudió sus pensamientos pero sus ojos no se movieron en lo absoluto. Estaban cautivados por esos labios suaves y dulces, que también estaban siendo ferozmente mordidos por su dueño, atrapado en sus propios y personales pensamientos desordenados. Sintió la furiosa necesidad de despegarlos con sus propios dientes para dejarle escapar abrasadores suspiros y gemidos entrecortados, mientras lo atormentaba. O quizás invadirla sin piedad hasta que repitieran su nombre de forma incontrolable.

 Su corazón pateó violentamente en su pecho.

 Ya no estaba seguro de quien estaba siendo consumido por el fuego maligno.

 Al verlo en aquel estado de absoluta y lamentable sumisión, no solo no sintió malestar, sino que lo abrumó una desconocida y descontrolada ansiedad. Como si hubiera descubierto un nuevo y deshonroso lado de sí mismo. Pero, de algún extraño modo no lo sentía incorrecto del todo. La vulnerable expresión del Líder Jiang lo envolvió en violentas sensaciones, y se balanceó conflictivamente en ellas, como preso de bestiales olas turbulentas que amenazaban con ahogarlo. No podía creer que se viera tan increíblemente dócil. Tan obediente.

 Un jadeo involuntario le apretó la garganta.

 No se le pasó por alto que con esa misma expresión incluso había rogado por ser tocado, ¿quién en la tierra podría ser inmune ante tal directa provocación?

 Casi gimió como si fuera él quien estuviera en un estado de brutal intoxicación.

 Retrocedió unos escasos centímetros y su vista se amplió observando la totalidad de ese rostro sumergido en las oscuras y profundas aguas del deseo. Tenía la piel bañada en sudor, las esquinas de sus ojos furiosamente rojas como si hubiera sido humillado y las pupilas negras dilatadas al extremo brillaban en sus ojos vidriosos, empañados de ansias.

 Una escena ardiente y sensual que dejó por unos instantes su mente completamente en blanco.

 Cuando volvió en sí, descubrió que sus dedos habían viajado temblorosos hacia el cinto de las túnicas púrpuras abriéndolas con un movimiento rápido y fluido.

 Recorrió con la punta de sus dedos sus firmes abdominales y su plano vientre, en una exploración lenta. Los músculos del chico se tensaron bajo sus yemas y sintió deseos de más. Sin pensar demasiado, continuó provocandolo con ese suave camino hacia abajo, hasta que sólo dejó un rastro de calor en su palma al aventurarse finalmente dentro de sus pantalones.

 La caliente y sólida evidencia de su deseo palpitó entre sus dedos al momento en que la envolvió sin gentileza, y su boca se secó. Podía sentir incluso el pulsar violento de la sangre por sus marcadas y sobresalientes venas.

 Lo oyó retener un gemido gutural a la vez que todo su cuerpo se estremeció salvajemente. Por dentro se sintió maravillosamente poderoso y ruin, pero no vaciló al presionar de forma ligera y bombear con suave firmeza. Se movió hacia su boca en el momento en que, con ese movimiento, dejó escapar finalmente un claro gemido y lamió el labio inferior del chico dejando un rastro húmedo antes de besarle la boca con avidez y sensual impaciencia.

 Devoró cada pequeño sonido que se atreviera a hacer, sin dejar que nada escape. Sólo el chapoteo, caliente y obsceno, de su mano húmeda de fluidos al friccionarse dentro de sus prendas interiores hacía un perverso eco en sus oídos.

 Incapaz de contener su propia ansiedad, liberó la tiesa polla del chico de su prisión de tela. Cuando su carne fue expuesta de aquel modo, Jiang Cheng se estremeció nuevamente. La estimulación era demasiado intensa para su sensible piel, pero Lan XiChen ya no podía detenerse.

 Su puño se movió hacia arriba y abajo con dureza, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, cada vez más inflexible. Sabiendo dónde y cómo tocarlo. De tal modo que, unos momentos después, lo convirtió en un jadeante y sudoroso desorden, que sólo podía repetir su nombre entrecortadamente.

— M-más... 

 Pidió con la voz enronquecida y balbuceante, y Lan XiChen se compadeció.

 Todo el cuerpo del chico se tensó y estalló tanto y tan duro que el cálido líquido le golpeó la barbilla a ZeWu-Jun, dejando un rastro húmedo y pegajoso, mientras su cuerpo entero se estremecía con violentos espasmos.

 Casi al instante quedó inconsciente. Con los últimos vestigios de su liberación Lan XiChen finalmente recuperó la lucidez... y por consiguiente una profunda sensación de culpa y agravio.


 Ahora... ¿cómo se supone que arreglaría todo esto?

Loto blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora