Capítulo seis

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 Jiang Cheng supo de inmediato que aquello no era té y los ojos llorosos de ZeWu-Jun se lo confirmaron en una acusación silenciosa.

 Le sorprendió la rapidez y el descaro de los propios discípulos de su secta que, estando al tanto de sus serios problemas para dormir y su necesidad sedativa de alcohol para apaciguar a los demonios que invadían su mente en las noches solitarias, realmente metieron sin ningún tipo de autorización, licor, nada más ni nada menos que al Receso de las Nubes.

 La palma de su mano acompañada de un sonoro plaf golpeó su frente con sincera frustración.

 Lan XiChen se sobresaltó por el sonido y lo miró curioso un largo momento, con sus grandes y húmedos ojos, nublados y ligeramente ausentes ahora por el alcohol, que estaba teniendo un efecto inesperadamente acelerado en él. El corazón de Jiang Cheng le pateó con inusitada violencia en el pecho.

 El aire se le quedó atrapado en el interior.

 ¿Por qué diablos se le hizo una imagen tan endemoniadamente tierna?

 Sacudió sus erráticos pensamientos de un acobardado golpe.

— ¿ZeWu-Jun?... —masculló en voz cauta— ¿se encuentra bien?...

 Las comisuras del chico se elevaron lento en una sonrisa suave y dolorosamente superficial.

— Estoy bien —respondió afable, con evidente naturalidad, como si aquellas condenadas palabras estuvieran acostumbradas a desprenderse de sus labios con una simpleza y una frecuencia alarmante.

 La ira volvió a burbujear sorpresivamente en Jiang Cheng.

 Resultaba más que indiscutible que no estaba bien... ¿a quién demonios intentaba engañar?

 Odiaba esa torpe sonrisa artificial. Odiaba sus fútiles e ineficaces intentos de fingir una estabilidad que él podía ver que no sentía. Odiaba aquel rastro de mentiras y simulación en ese rictus amargo.

 Siempre fue una persona intachable. De una sinceridad, rectitud y transparencia inigualable. De naturaleza clara y brillante cual trozo cristalino de hielo abrazado con sutil suavidad por la luz diáfana del sol. Como una impecable pieza de jade delicadamente pulida. Sin imperfecciones. Por eso mismo, sus constantes y tontos engaños lo enfurecían todavía más.

— No sonrías —exclamó descortés, severamente malhumorado. La sonrisa del chico tembló en su boca, pero sin doblegarse, continuó— Nunca fuiste un farsante.

 De inmediato se arrepintió.

 Fue como si regañara a un niño pequeño. Los ojos de XiChen se humedecieron al instante y comenzaron a derramarse en forma de gruesas lágrimas que descendieron desasosegadamente por sus mejillas en un llanto silencioso.

 Quedó estupefacto. Sin saber como reaccionar. Incapaz de sobreponerse e incluso sin saber como consolarlo, soltó atropelladamente palabras vacías y sin sentido.

— Lo siento. Yo no... no quise. No fue mi intención...

 Aturdido y completamente desconcertado, perdió la compostura.

 Sus ojos reflejaban su caótica confusión y sus gestos titubeantes su absoluta perplejidad.

 Sin embargo, Lan XiChen, a quien hacía un buen tiempo lo había abandonado todo rastro de humor y alegría, consideró la expresión del chico endiabladamente cómica, y no pudo contener una vibrante y embriagada carcajada. Su repentino estallido lo asustó y esa manifestación de absoluto terror generó en el chico una risotada aún más estridente.

 Su suave y espléndida risa brotó de sus labios como olas inquietas e impredecibles que se estrellaron de lleno en Jiang Cheng. Su mundo se cimbró con una violencia brutal.

 Todo su interior se estremeció.

 XiChen rió alto y fuerte, a gusto de su corazón. Su cuerpo entero temblaba espasmódicamente incapaz de controlarlo. Pero, no se mantuvo mucho tiempo así. Lento, muy lento la risa se apagó y ante un, aún más sorprendido Jiang Cheng, el chico se durmió, con los brazos cruzados sobre la mesa y la cabeza cómodamente apoyada sobre ellos.

 Lan Huan ebrio era un vertiginoso viaje con subidas y descensos aterradores, concedió conmocionado e intimidado. Su corazón palpitaba ferozmente entre el temor y la emoción al haber descubierto en él fascinantes, sorpresivas y tan variadas reacciones.

 Tardó mucho tiempo en recobrarse.

 ¿Qué se supone que debía hacer ahora?

 No podía dejarlo donde estaba, pero tampoco podía llevarlo a ningún otro sitio en su estado. Ni siquiera sabía en que dirección quedaba su residencia, por lo tanto convino apresuradamente que no era sensato cargar con un inconsciente XiChen por todo el lugar.

 "Qué problemático", pensó para sí mismo.

 Si en otro momento le hubieran dicho que estaría velando el sueño de un XiChen completamente ebrio, habría tratado a su interlocutor como un despreciable y bastardo loco al que le habría enseñado, sin dudar un instante, una lección por decir incoherencias.

 Suspiró con hastiada frustración.

 No era para nada lo que había esperado de su intempestivo viaje a Gusu después de tantos años.

 Cuidadosamente pasó un brazo bajo las rodillas del chico y el otro con firmeza sujetó sus hombros, con un fuerte tirón lo levantó y cargó hasta la cama. Lo depositó suavemente, con aparente serenidad, pero tenía los sentidos en tensión y sus manos temblaron mientras limpiaba una lágrima perezosa que aún permanecía reacia a abandonar sus pestañas.

 Retrocedió rápidamente.

 Volvió a su lugar en la mesa. Se sirvió una taza del camuflado licor y bebió con ansias. Una. Dos. Tres copas. Sus ojos se quedaron cautivos, persistentemente sometidos por su magnética belleza. Parecían incapaces de dejar ir el perfil del chico que dormía profundamente como, estaba seguro, hace mucho tiempo no lo hacía.

 Lo contempló largamente mientras bebía lento. No notó que no lo hacía ya para ahogar las voces de sus tenaces demonios personales, sino para acompañar sus pensamientos viajeros.

 "La culpa es un sentimiento tan destructivo...", susurró quedo, sopesando sus palabras hasta que sus propios párpados pesaron irremediablemente y cayó en un sueño profundo.

Loto blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora