Capítulo nueve

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 Tonterías. Oyó que Jiang Cheng susurraba, súbitamente consternado y para sí mismo, mientras volvía la vista a la hoja en sus manos, con una sonrisa mordaz en sus labios. A Lan XiChen no se le pasó por alto el ligero temblor del papel ni el repentino color que se extendió desde la punta de sus orejas y el cuello del chico, pero decidió ignorar aquellos detalles.

 En cambio, observó cómo los ojos del chico se deslizaron con borrosa velocidad sobre el texto con una concentración cada vez mayor, al tiempo que su ceño se fruncía profundamente varias veces en su apresurado recorrido.

 ¿Qué estaba mal?, se preguntó confuso.

 Aquel papel, ¿poseía realmente las respuestas que estaban buscando?

— ¿Líder Jiang? —murmuró inseguro.

 El chico finalmente levantó la vista de la apretada escritura, algo desenfocado. Aturdido. Como si su cerebro hubiera sido atiborrado de información y necesitara unos instantes para ordenar sus pensamientos.

 A Lan XiChen le supo sinceramente ambigua y preocupante su actitud. Jiang Cheng no le entregó la carta para que la revise o aproxime un análisis sobre ella. La dobló con incómoda prisa, sin ningún cuidado y la ocultó rápidamente entre sus ropas. Algo lo había desestabilizado mentalmente, y tenía la ligera sensación que era alguna cosa escrita allí. Algo que no estaba dispuesto a compartir.

 Lan XiChen era reservado, si se trataba de un asunto que el Líder Jiang no quería tratar, no lo obligaría a hacerlo.

 Se mantuvo sereno. Impasible. Esperó pacientemente su explicación, de forma aparentemente imperturbable, pero no podía negar que se sentía bastante inquieto.

— Se trata de una reliquia antigua de mi familia —aclaró finalmente Jiang Cheng, tras un largo y profundo silencio que el sensato Lan no rompió—. Estamos en la cámara secreta que uno de mis antepasados creó hace tiempo—siguió bajo la mirada atenta y expectante del chico a su lado—. Podríamos entonces asegurar que, técnicamente, estamos dentro de la sortija.

 Una sonrisa tensa y vacilante le decoró la boca.

 Lan XiChen no pudo esconder su asombro ante sus palabras. La precisión y habilidad para crear una habitación de ese tipo no era común. No era algo que cualquiera pudiera hacer con un poco de talento. Requería investigación, esfuerzo y paciencia.

 Su consciencia sobre ello mismo era superficial, pero aún así tenía la suficiente capacidad de percepción y comprensión como para admirar un trabajo tan profundo y de apariencia perfectamente realizado. Un verdadero prodigio, concedió sin dudarlo. Aunque todavía tenía preguntas sobre el lugar, que no parecían fáciles de contestar: ¿qué uso podría tener una habitación sencilla como aquella? No parecía ser alguna base oculta, ni una cámara de tesoros. La simplicidad de aquel sitio lo desconcertó, porque solo parecía una sala destinada al descanso, ¿Realmente no tenía otro propósito?

 Sacudió sus pensamientos. Comprendió que había una pregunta aún más apremiante que debía hacerse...

— ¿Hay alguna forma de salir?

 El chico no dudó un segundo y le dio un corto asentimiento.

— La hay, pero... —se detuvo indeciso.

 ¿Pero?... ¿pero qué? ¿Hay algún tipo de condición absurda?, pensó abriendo amplio sus ojos, ahora sí totalmente curioso. Miles de ideas pasaron fugaces por su cabeza: ¿debían sortear alguna prueba? ¿una ofrenda de sangre quizás? ¿renunciar a alguna cosa?

 Mientras más pensaba, más alocados e imaginativos se volvían sus elucubraciones. Aunque nada se reflejó en su tranquilo e impermeable semblante, sólo apenas abstraído por sus divagantes pensamientos.

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