Capítulo once

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 Lan XiChen permanecía aturdido. Conmocionado.

 Demasiadas cosas sucedieron en un aterrador y súbito instante.

 Desde que las luces en el cielo se iluminaron con la señal de emergencia del Clan Yunmeng-Jiang la inquietud e intranquilidad no habían abandonado del todo su cuerpo. Sus músculos aún se encontraban rígidos y tensos, tirantes como cuerda de arco, sin lugar a dudas todavía a la defensiva.

 Sus sentidos estaban abrumadoramente conscientes y en alerta.

 Lobeznos ígneos en QingHe era lo último que esperaba hallar en aquel bosque oscuro, pero sus sospechas se volvieron una espeluznante realidad cuando oyó la urgencia en las palabras de Jiang Cheng. Confió de inmediato en su juicio porque él mismo había visto muchas zonas de árboles carbonizados hasta sus raíces y destrozos provenientes de batallas de bestias violentas.

 Admiró sinceramente su rápido y agudo accionar.

 ¿Arrogancia?

 ¿Soberbia?

 ¿Desdén?

 No vio nada de eso en las actitudes de Jiang WanYin. A sus ojos actuó con admirable determinación y valentía, y Lan XiChen sabía que el chico no era exactamente la persona más altruista. Aún así, se mantuvo impasible y firme ante el inminente peligro. Le sorprendió todavía más el verlo volver sobre sus pasos para contener a las bestias y proteger al grupo.

 Se sintió profundamente sobrecogido, pero no podía simplemente observarlo. Después de todo era un Lan. La naturaleza filantrópica del Clan estaba profundamente arraigada en su subconsciente.

 Con un rápido movimiento complementó la barrera en su punto más deficiente y la potenció con una matriz de laberinto.

 La silenciosa mirada de Jiang Cheng al notarlo junto a su lado le envió una etérea e invisible corriente eléctrica que creó en su interior un torrente de sensaciones desordenadas y complejas.

 Intentó ignorar sus emociones inestables mientras se retiraban de regreso al grupo, pero quizás fue por ese pequeño momento de distracción, su reacción fue muy lenta. No vio llegar el ataque hasta que estuvo sobre él. Sin embargo, para su sorpresa, éste no golpeó.

 El cuerpo de Jiang WanYin se extendió frente al suyo, irrumpiendo el asalto y tomando con su propio brazo el embiste de la bestia que no había visto venir. Por un segundo todo se detuvo para Lan XiChen. Su mente quedó por completo en blanco, incapaz de dar una interpretación idónea a la situación. Tanto así que podía oír el frenético palpitar de su propio corazón presionarse en sus oídos. Sin embargo, el olor a prendas chamuscadas y el siseo adolorido del chico lograron hacer que recobrara el sentido con violenta brusquedad.

 Jiang Cheng había sido herido por su culpa.

 Una furia ciega lo dominó y atacó con una agresividad impropia. Sus golpes feroces y certeros se acoplaron a la perfección con las arremetidas de la espada en manos del Líder Jiang. Estaba tan enojado consigo mismo por haber sido descuidado que forzó toda aquella ira contenida en su interior sobre la bestia, pero pronto comprendió que no sería suficiente. Ambos lo entendieron bien. Derrotarlo llevaría mucho tiempo y no lo disponían. Peor aún, tenían que mantenerse en alerta máxima también por si algún lobezno solitario decidiera sumarse a la confrontación.

 Sin embargo, Jiang Cheng encontró una solución momentánea.

 Aquel anillo extraño estaba en sus manos otra vez y, sin poderlo asimilar del todo, con un destello blanco fueron tragados por la neblina hacia el interior de la gema y dentro de la habitación secreta en ella.

 Habiendo pasado por todo aquello quiso suspirar en desahogo, pero el alivio que ansiaba nunca llegó.

 Su brazo aún estaba fuertemente sujeto por los agarrotados dedos del Líder Jiang y cuando alzó su vista su mundo se vio sacudido con violencia.

 El rostro de Jiang WanYin se encontraba increíblemente sonrojado, tenía la mirada desvaída producto de la sofocante presión y el agotamiento y su frente estaba humedecida debido al sudor frío. Jadeaba suave, rítmica y superficialmente, por el esfuerzo realizado en la lucha anterior.

 Su expresión era débil, y el escozor de las heridas recibidas lo hicieron gemir de forma lastimera. Sus piernas, como si no pudieran afirmarse, perdieron algo de estabilidad y Lan XiChen lo sostuvo rápidamente, sintiendo como su propio corazón se hundía en aguas tormentosas.

 Una silenciosa y sutil, pero abrasiva calidez se instaló en su pecho extendiéndose como una suave corriente a todas sus terminaciones nerviosas. Jiang Cheng lo protegió. Tomó el golpe con su propio cuerpo y ahora sufría las consecuencias de una quemadura maldita en su piel.

 Lo observó largamente.

 Permanecía con la cabeza baja, el cuerpo laxo y sin fuerzas, y así, sin importarle su mirada de desafío, a causa de la maniobra repentina, lo cargó hasta la cama.

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