Capítulo cinco

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 El trayecto fue relativamente corto y sin interrupciones. El camino se encontraba silencioso, desierto y sin rastro alguno de personas en los corredores. Casi era hora del reglamentario descanso impuesto allí, por lo tanto no había absolutamente nadie que fuera testigo de aquella inaudita, y terriblemente irrespetuosa escena.

 En su furia, los pasos rápidos de Jiang Cheng hicieron que Lan XiChen tuviera problemas para seguirle el ritmo. Es más, este se hallaba aún mortalmente confundido y, desconcertado, no supo que esperar una vez que ambos llegaron a su destino.

 La habitación cedida al Líder Jiang era espaciosa, impersonal e impoluta. Perpetuamente fría, cómo todo en aquel sitio.

 ZeWu-Jun recordaba que, en el Muelle del Loto, las habitaciones dispuestas para los invitados tenían una proporción similar, aunque en ellas había una sensación de libertad y calidez hogareña difícil de encontrar en Gusu. A través de las ventanas abiertas de par en par, las risas y el murmullo de conversaciones lejanas se colaban en el interior dando la sensación de burbujeante vitalidad.

 Allí, el silencio era opresivo. Casi sofocante. Las líneas rígidas del sencillo mobiliario daban un efecto de persistente severidad y una sutil pero escalofriante quietud, que XiChen no había notado antes. Incluso si las ventanas se abrieran, creía que, ni siquiera el viento se atrevería a ser revoltoso o travieso en aquel (siempre perfecto e impecable) sitio.

 Debido a que la presión en su muñeca se acentuó, se tragó un tembloroso quejido gutural. XiChen sentía el brazo ligeramente entumecido, sin embargo no se atrevió a hablar. Jiang Cheng mascullaba su furia sin darse cuenta que aún lo tenía fuertemente sujeto. Su temperamento era en realidad impredecible y desconcertante, mientras XiChen más lo observaba más confundido se sentía. Sus entrañas estaban siendo roídas por un sentimiento dulce pero retorcido, y muy peculiar. Completamente desconocido.

 Se sobresaltó al oír la endurecida voz del chico.

— ¿Acaso es un niño aún? —explotó al final Jiang Cheng en un violento soliloquio— ¿Practicará inedia hasta que no sea más que huesos? ¿Cómo puede ser tan indiferente a su propio estado de salud? ¿Cómo... cómo pudo caer en este estado?

 XiChen aturdido, no llegaba a comprender del todo.

 Era su reproche demasiado confuso y no estaba muy lúcido últimamente.

 Jiang WanYin parecía ansioso, incluso preocupado, pero... ¿porqué el Líder de Secta Jiang se preocuparía por él?

 ¿Se sentiría inquieto o mortificado por lo sucedido en Yunmeng?

 Sintió frío en su interior.

 Una pesada incomodidad se le instaló en el pecho al deducir que su suposición realmente parecía ser correcta.

 La mirada de XiChen pasó de mostrar una caótica perplejidad, a adoptar una expresión semejante a la irritación. Olvidó por un instante su consistente impasibilidad que lo acompañó diario desde su regreso a Gusu. Esa falta total de interés y sus gestos desprovistos de vida se volvieron en aquellos momentos lívidamente gélidos. Duros. Casi insensibles. Tan extraño en ese hermoso y siempre amable rostro que su contraste resultaba aterrador.

 Desde aquel funesto día tuvo sólo una cosa en mente: Quería disculparse apropiadamente, y olvidar de una vez aquel asunto.

 Se soltó con seca brusquedad.

 Tenía los pensamientos revueltos, desastrosamente complicados. Estaba enfurecido, pero... ¿con quién? ¿con WanYin y sus innecesarios regaños? ¿consigo mismo por aquel cobarde desacierto?

 Con pasos inestables retrocedió. Turbado y algo desorientado, se sentó junto a la mesa, tomándose la cabeza en el proceso. Se sentía mareado y su cerebro le dolía terriblemente, como si el peso de sus pensamientos se solidificaran. Se sirvió una taza de té, que estaba ya dispuesta para el Líder Jiang, y sin importarle siquiera que éste se viera endiabladamente frío, lo tomó de un solo trago.

 Tosió de inmediato cuando el fuerte líquido le abrazó la garganta y calentó de improviso todo el camino hasta sus entrañas.

 Aquello no era un simple y frío té como creyó... era licor.

 Alzó la mirada llorosa hacia Jiang Cheng y vio su asustada y culpable expresión pintada con un avergonzado rubor que se expandió por todo su rostro.

 Si hubiera sabido lo que era, podría haberlo asimilado sin dificultad, pero al tomarlo por sorpresa, le fue imposible. Además tenía el estómago vacío por completo desde hace días. Su vista se volvió brumosa casi de inmediato y sus reacciones se aletargaron.

 Estaba ebrio.


 Absurda y totalmente ebrio.

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