Capítulo tres

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 Sus párpados temblaron hasta que finalmente pudo abrir con pesarosa lentitud los ojos. La luz de un nuevo día le dio la indeseable bienvenida y no supo por un breve y aterrador momento en dónde se hallaba. Sus pensamientos a la vez no mantenían un orden estable o específico. Todo lo que podía sentir era dolor. Sintió el peso de cada jodido miembro quejarse con intolerante agonía mientras intentaba incorporarse. El esfuerzo de recostarse sobre el respaldo de la cama fue monumental, todo giraba y se retorcía a su alrededor mientras un mareo violentaba su mundo y las náuseas le quemaban la garganta.

 No supo cuánto tiempo pasó allí, pero de algún modo gradualmente todo cedió.

 Sus ojos curiosos no tardaron en acostumbrarse a la claridad, sin embargo, no podían dar crédito a lo que veían. Estaba en... ¿en su Hanshi?

 Sus sienes palpitaron dolorosamente y debió cerrar los ojos un momento. Los acontecimientos se sucedieron unos tras otros en un feroz instante. Todos y cada uno se clavaron profundo como filosas y despiadadas dagas en su corazón.

 Jin GuangYao... el Templo Guanyin... la tormenta... el mar y... Jiang WanYin.

 Alguien golpeó con firme suavidad su puerta, sólo por respeto o educación porque tras un instante de no oír réplica alguna (XiChen intentó formular una respuesta pero su garganta dañada no cooperó haciendo que sólo un murmullo ronco e inaudible se escapara, sin ser oído en lo absoluto) un niño se adentró en sus aposentos con audaz seguridad.

 El joven discípulo que se deslizó allí, como si paseara con familiaridad por la habitación de un amigo y no en realidad como lo que era: el lugar de descanso del Líder de Secta, murmuraba para sí mismo con genuino enfado.

 No era la primera vez que Lan JingYi lanzaba una susurrante rabieta como aquella, sobre todo luego de haber sido castigado una vez más por cosas que escapaban a su control, como por ejemplo, esa cruda y directa sinceridad y la falta de filtro que ni siquiera Lan QiRen ha podido pulir en el muchacho. Pero verlo así siempre era divertido.

 En otro momento habría reído sin poderlo contener ante tal descaro e insolencia tan impropia de un discípulo Lan. Sin embargo, descubrió que no sentía deseos de hacerlo en lo absoluto. La noción de ello lo dejó helado. Entumecido. Sentía en su interior un impropio, inexplicable e insondable vacío que no podía comprender o describir.

 Se deshizo del pensamiento e intentó ignorar aquel nefasto y gélido sentimiento que estaba echando lentas raíces en su corazón.

 Carraspeó ligeramente buscando encontrar su voz. Por aquel inesperado sonido, el chico saltó del susto en su sitio, elevándose varios centímetros del suelo con visible y cómico espanto.

 XiChen lo sintió una vez más.

 Aquella era otra ridícula reacción que le habría arrancado una inevitable y espontánea sonrisa pero que ahora, en su lugar, le dejaba un frío en el corazón y un regusto amargo en la boca.

 ¿Qué era lo que le ocurría?

 ¿Sus emociones se habían congelado?

 El chico, una vez repuesto, corrió a su lado.

— ¿S-Señor?... ¿ZeWu-Jun...?

 XiChen lo miró a los ojos como si lo viera por primera vez.

— ¿Q-qué... qué sucedió? —masculló lento y con la voz totalmente enronquecida y rota.

 Lan JingYi apartó la mirada algo incómodo, casi reflexivo. Como si no supiera por dónde iniciar o cómo explicar los recientes acontecimientos.

— No sé mucho... —comenzó con suavidad y su vista se desvió de regreso a los ojos de su superior, encontrando allí más dureza e inflexividad que en cualquier persona que haya visto antes. Incluido HanGuang-Jun. Sintió a su pecho contraerse con dolor. Nunca creyó ver en aquel tranquilo y suave hombre una expresión semejante— No debería saber, en realidad —se retractó casi de inmediato.

 Explicó con detalle lo que había y no debería haber oído: El líder del Clan Jiang lo halló inconsciente en plena tormenta y había tomado cuidado de él. Pese a los esfuerzos, fue imposible hacerlo reaccionar debido a una fuerte fiebre lo mantuvo en un estado semi-comatoso por los siguientes cuatro días. La conmoción, dijo su tío Lan QiRen, fue demasiado grande y su cuerpo no pudo soportarlo. El descubrimiento de la vil trama de su hermano jurado siendo asesinado por su otro pequeño hermano jurado, fue un peso demasiado para su consciencia.

 JingYi, no dejó de lado incluso el extraño sentimiento de ofensa que sintió al oír las palabras severas y rígidas del Líder del Clan Jiang donde aseguraba que ZeWu-Jun "no estaba en condiciones aún de tomar responsabilidades por su clan".

 XiChen había dejado de escuchar luego de aquella última frase.



 A riesgo de parecer demasiado entrometido o una persona con poco tacto, más del habitual, Jiang Cheng dijo aquellas, él sentía que eran, necesarias palabras. Luego se lamentaría miles de veces. Él no estaba preocupado por Lan XiChen, se decía. Sólo muy furioso y algo decepcionado.

 Sin embargo, QiRen era observador. Comprendió que lo ocurrido fue más que un momentáneo y efímero estado de shock. El salitre aroma del mar era fuerte en ambos hombres y la mirada de devastación en los ojos del Líder Jiang, era difícil de olvidar.

 Sus palabras fueron absolutas, y Lan XiChen no puso ninguna objeción. Entró en una indefinida reclusión solitaria.


 La habitación en penumbras y sus sangrantes pensamientos eran su peor enemigo, y ahora serían su única compañía. Aunque a veces, y sólo a veces, la voz incorpórea pero volátil de Jiang WanYin lograba colarse para hacerlo despertar de sus pesadillas.

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