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Esa misma tarde salió al patio.

Hacía sol, y casi todos los reclusos se encontraban dando paseos fuera o simplemente sentados observando. Hongjoong y Wooyoung parecían no tener intención de separarse; como si hubiesen encontrado un apoyo el uno en el otro. Y quizá no era tan mala idea unir fuerzas ante los peligros de la cárcel.
Cuando ya llevaban un buen rato sin hacer nada, tan sólo disfrutando la luminosidad de la tarde, ambos se dieron cuenta de que el grupo de Mingi los vigilaba desde lejos.

–Creo que debo ir –dijo Hongjoong– Cuando te miran fijamente es que quieren algo de ti.

Wooyoung bufó con las manos en los bolsillos, dando una patada a una piedra, desinteresado.

–Por eso mismo no deberías de ir ¿no?

–Créeme, es mejor ceder por las buenas antes de que te obliguen a la fuerza –se resignó Hongjoong, dando un paso dispuesto a ir hacia el grupo.

Wooyoung le detuvo con un agarre en la tela del uniforme.

–Hazme saber de alguna manera si necesitas ayuda –dijo el rubio con una sonrisa tranquilizadora.

El bajito asintió y se fue hacia ellos. Wooyoung lo siguió con la mirada hasta que su pequeño amigo llegó hasta los presos, quienes continuaron andando con él. Mingi le puso un brazo sobre los hombros y Hongjoong se veía un poco intimidado. El rubio se prometió a sí mismo buscarlos más tarde, pero su atención fue robada por un movimiento a unos metros de distancia.
Miró a su derecha, de donde provenía aquello que había llamado su atención. Por un momento se sintió amenazado, ya que nunca había que bajar la guardia, pero relajó los hombros cuando verificó de qué se trataba. Tan sólo era un preso caminando por la "jaula exterior".

La jaula exterior era como llamaban al cacho de patio que se reservaba para los presos que se encontraban en período de aislamiento. Aquellos que metían en aislamiento podían salir al patio pero separados de los demás, con una reja de por medio, de modo que solo podían andar a lo largo de su cacho reservado de patio. Además, lo único que podían salir era media hora. Y ahora mismo parecía que el muchacho llamado San se encontraba en esa situación.

Wooyoung recordó cuando el funcionario se llevó al enigmático pelinegro por la fuerza, cuando éste ni siquiera oponía resistencia. El rubio no pudo evitar mirarle.
Caminaba sereno, como si estuviese dando un paseo a orillas de la playa en vez de estar encerrado en la jaula exterior. Sus largas y estilizadas piernas se movían de forma lenta, y las mangas de su mono negro estaban arremangadas hasta los codos, descubriendo una tez blanquecina la cual llevaba mucho tiempo sin ver el sol. La parte superior del uniforme estaba desabrochada, y dejaba ver su camiseta interior con unas marcadas clavículas asomando. A pesar de que los uniformes tendían a ser holgados y anchos, éstos tenían la cintura ceñida, por lo que pudo ver que estaba muy delgado. Sin embargo, sus brazos eran recios y sus hombros anchos.

En ese momento, fue cuando su mirada se cruzó sin querer con la del contrario. Wooyoung casi se sintió como si debiera disculparse, pero al instante recordó el lugar en el que estaba. En la cárcel no existían reglas ni cortesías. Inconscientemente se acercó unos pasos, como si la mirada del chico le estuviese absorbiendo poco a poco. San le miraba sin emociones, quizá con algo de curiosidad, pero Wooyoung no se sintió amenazado en ningún momento.

Por eso mismo no se detuvo, pero sí notó los murmullos que se creaban a su paso y las miradas asombradas de la gente. Hizo caso omiso y cuando quiso darse cuenta tenía las rejas que lo separaban de la jaula exterior a centímetros de su rostro.
La altura de San era ligeramente superior a la suya. Sus labios, finos, así como su cara. Su mandíbula quedaba en forma de "V" y sus pómulos altos. Tenía la nariz recta y los ojos pequeños, negros, brillantes. El pelo, tan negro como sus orbes, lo llevaba corto por delante y con un corte de mullet en la nuca. Pero sus ojos, esos ojos, por alguna razón le invitaban a quedarse ahí, contemplándole.

–Es gracioso –habló el pelinegro, repentinamente.

–¿Qué? –preguntó Wooyoung, desconcertado. Estaba tan ensimismado en sus duras facciones que no esperaba que emitiese sonido alguno. Como si se hubiese olvidado que estaba tratando con una persona y no con una estatua de jardín.

–Que es gracioso –repitió, esta vez dejando escapar una risita al final.

Estaban frente a frente, el encerrado recostado en la reja de detrás con las manos en los bolsillos, y el otro inmóvil delante suyo. Con esa verja de separación que parecía demostrar que entre una persona como San, que estaba en aislamiento y exhibía un uniforme de preso peligroso, y el rubio, que se encontraba al otro lado con el uniforme inofensivo, había un mundo de diferencia.

–¿El qué es gracioso? –preguntó Wooyoung esta vez, intentando recobrar su picardía y soltura habituales con una media sonrisa.

–Que no te conozco, y tú a mí tampoco. Pero aun así, cada vez que te miro la veo a ella.

Su voz era medianamente grave. Diablos, ¿aquello eran dos puñales o eran dos ojos? Sin duda, eran dos cautivadores puñales negros.

–¿Quién es ella? –cuestionó, confuso por la aleatoria conversación.

–Mi libertad.

LOVER BOY - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora