#1

15.6K 878 605
                                    

Parecía sacado de un sueño.

Su porte, su cabeza alta, su espalda erguida, el movimiento de sus piernas musculadas al andar, el tintineo de la cremallera de sus botas. Esa sonrisa burlona.

No parecía verdad que alguien así acabase de ingresar en la Zona Este, a solas y sin miedo. Realmente parecía no temerle a nada ni a nadie.
Nunca bajaba la vista, andaba casual como si aquel sitio fuese un lugar cualquiera por el que pasar, y no un pasillo de una penitenciaría.

Los gritos se oían desde la distancia en la que estaba, y eso que aún no había entrado. Siguió andando tranquilamente, viendo con curiosidad la cantidad de puertas cerradas, que su sola apariencia le prohibían la entrada.
La Zona Este era una cárcel situada en un pueblo perdido de la mano de dios. Ésta se encontraba muy a las afueras, casi en terreno de nadie, pero aun así tenía una estructura renovada y moderna. Podía dar un poco de tristeza la mezcla de colores grisáceos, aunque a él no le pareció tan mal. Allí comería todos los días, tendría un techo y ropa limpia. No sabía qué clase de loco había hecho creer a todo el mundo que ir a la cárcel era equivalente a ir al infierno, al fin de tu vida, o incluso peor.

Wooyoung se pasó las manos esposadas por el pelo engominado hacia atrás. Tenía algunos pelillos rebeldes sobre la frente y sin duda se veía atractivo hasta con ese mono amarillo puesto.
La mano de la funcionaria reposaba sobre su espalda para que anduviese más rápido. Una vez dejó de ver los homogéneos pasillos del establecimiento, una gran reja se situó frente a su cara.
Los gritos guturales de los animales llamados presos se intensificaron.

Miró de reojo el rojizo pelo de la trabajadora mientras le quitaba las esposas. Ella mantenía una expresión lastimera, como si a ella le afectase más que a él.

–Suerte –masculló la mujer.

Wooyoung no pronunció palabra. ¿Suerte por qué? No iba a necesitarla. Dobló las articulaciones de las muñecas con gusto ahora que se sentía libre, y un pitido resonó en la estancia indicando la apertura del enrejado.
La funcionaria le tendió una caja con algunos útiles básicos que él cogió sobre sus manos. Pegado al plástico de la misma había un número, el de su celda.

La reja terminó de abrirse y por fin pudo ver con claridad lo que había tras ella. Un largo pasillo, en el que a ambos lados se extendía una hilera de celdas. En cuanto dio un paso internándose en el griterío, brazos salieron por entre los barrotes como si estuviera en medio de un apocalipsis zombie.
Comenzó a andar un poco encogido sobre sí mismo para que sus manos no le tocaran. La funcionaria volvió a cerrar las rejas, quedando cada uno en un lado. Ahora estaba solo.

–¡Pero bueno Hyeonsung, si nos has traído un regalito! –bramó alguien.

Hyeonsung era el nombre de la funcionaria de prisiones que había dejado atrás. Continuó andando sin hacer caso de sus gritos e incoherencias, y casi se le escapa una risita. Amaba la atención como nada en el mundo.

–¡Ni tan mal el nuevo!

No tardaron en aparecer comentarios insolentes y salidos de tono hacia su físico, pero no había cosa que le halagase más.
Anduvo más y más hasta visualizar el número de su celda y a otro funcionario esperándole allí.
Los rostros de los presos estaban desfigurados por la pura emoción que les causaba tener una cara nueva y jovencita. Carne fresca para los lobos.
Wooyoung sonrió al carcelero cuando éste abrió la puerta de su celda, cosa que le resultó bastante extraña al trabajador.

Dentro había otra persona. Parecía de su misma edad y no parecía prestarle atención, al contrario, estaba leyendo un libro sentado en el suelo.
El rubio observó la estancia con la caja aún sobre sus manos. El funcionario se fue tras cerrar, pues era de noche ya y los presos no tenían permitido salir a esas horas.
Los gritos de los demás internos se fueron apagando hasta quedar en murmullos cuando ya no tuvieron al chico en su campo de visión. Él dejó sus cosas sobre la litera de abajo, ya que el otro tenía las suyas sobre la de arriba.

LOVER BOY - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora