ALIANZA Pt. 2

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Todos estaban dormidos.

Nadie emitía un sonido más alto que otro desde las celdas, por eso él anduvo con tranquilidad, arrastrando tras de sí al preso que se removía desesperado.

El camino estaba despejado. Los planes volvían a salirle bien. Afianzó su agarre en el tobillo de su víctima, y el pobre preso no pudo hacer otra cosa que arañar el suelo por el que estaba siendo arrastrado e intentar gritar a través de la cinta de carrocero que cubría su boca. Sin embargo, él no se inmutó. Los lamentos y lloros no le provocaban la más mínima emoción, de hecho, ni siquiera le resultaban molestos. Comprendía que era el instinto de supervivencia humano.

Llegó a la sala de los instrumentos de tortura, donde introdujo al preso martirizado dentro como si fuera un saco de patatas. Cerró tras su entrada y caminó unos pasos, ignorando los sonidos agonizantes que el preso emitía. Retiró la sábana blanca que cubría la mesa de torturas, luego cogió a su víctima en brazos y le tumbó encima a la fuerza. Ató sus extremidades con los cinturones, en silencio y sin mayor exaltación. Haciendo uso de una navaja, pinchó el extremo sobre el principio de la nuez del amarrado recluso, obligándole a quedarse quieto y en silencio. La víctima no se atrevió a moverse, y él observó las gotas de sudor que resbalaban por sus sienes. Tenía la respiración acelerada y el asesino no podía estar más complacido con ello. Estaba disfrutándolo. Sonrió al preso, viendo sus ojos casi salirse de sus órbitas por el terror, e hizo presión con la navaja en el centro de su cuello. Le rajó la garganta en un movimiento.

Había sangre por todas partes. La navaja no tenía ni un solo resquicio sin bañar, y el asesino no expresó ninguna reacción. Un muerto más. Otra persona que había dejado de respirar. Sin más.

Lo único que hay antes de morir es silencio. Ya no hay recuerdos, ya no hay amor, ya no hay amistad, ya no hay odio, ni repulsión, ni tristeza. Sólo silencio. Un par de segundos previos en los que no se puede hacer otra cosa que asumir: "ya está. Se acabó. Eso ha sido todo." Lo único que queda en nosotros es ese sentimiento primitivo de supervivencia, aquello que nos hace animales. Como una plaga de cucarachas.

Se separó un par de pasos de la mesa, observando su obra maestra. Cuando se dignó a salir, quitó la cinta que tapaba la boca del muerto y caminó hacia la puerta. En el último vistazo, llamó su atención un destello en el suelo. El asesino frunció el ceño, acercándose a aquel pequeño objeto que no identificaba, agachándose para verlo. Lo cogió entre sus dedos, y nada más reconocerlo, supo quién lo había utilizado y para qué. Se trataba de una aguja.
Soltó una breve risa amarga, se avecinaban cosas.

***

–¿Por qué tanto revuelo? –preguntó Wooyoung– ¿Qué es lo que pasa?

–Otro asesinato –respondió Yeosang desde la litera de arriba.

–¿En serio?

Wooyoung se levantó de la cama para asomarse a la celda. Abrió la reja, viendo la cantidad de presos amontonados que había alrededor de una puerta que él conocía muy bien.

–¿La sala de torturas? –inquirió para sí mismo.

–Han encontrado muerto a Taeha allí –dijo Yeosang, dándose la vuelta en la cama para alzar la mirada y ver al rubio– Como sigas siendo así de cotilla y tan poco cuidadoso, al final la palmarás tú.

Wooyoung puso los ojos en blanco y salió al pasillo. Se asomó a la barandilla para tener una vista del piso inferior, donde varios reclusos eran echados por los funcionarios para poder recoger el cuerpo. Éstos intentaban poner orden, mandando a todos entrar en sus celdas, pero no había manera de domarlos.
Sorprendentemente, vio a un preso llorar desconsolado. Parecía lamentar realmente la muerte del tal Taeha, aquello era algo novedoso para él. ¿Desde cuándo existían los sentimientos en la Zona Este?

LOVER BOY - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora