Epílogo

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Años más tarde.

He vuelto a teñirme de rubio.

A veces tarareo la primera y última canción que te canté al oído, mientras el viento me revuelve los mechones (por fin rubios de nuevo) y sonrío a la nada. Eso me hace sentir como el antiguo preso de la Zona Este, solo que ahora camino por los pasillos de tu casa y el único entre rejas es Chipi.

Uso tus botas. Fumo tu tabaco. Ahora soy yo el terror de la ciudad porque ya no hay nadie para impedirme, negarme, pararme, odiarme, quererme. Ya nadie me mira directo en el alma ni me llaman Blondie, porque me desvanecí contigo y ahora solo soy un fantasma que vaga por este apartamento tarareando esa canción, de la cual siempre se me olvida el estribillo.

Oigo murmullos lejanos de gente sentada en mi misma mesa, que me recuerdan a cada minuto que ya no será.
Ya no viviremos juntos.
Ya no discutiremos.
Ya no nos esperaremos.
Nunca sabrás quién fui ni porqué me amaron otros. Nunca sabré cómo estás, dónde estás, en qué piensas ni si te acuerdas. No me pensarás, ya no será.

Lo más bonito de todo esto es que empezamos a ver la película aún sabiendo el final. Y aun así nos vivimos, nos respiramos, nos sonreímos y nos matamos en un bucle masoquista.
Por las noches duermo con la ventana abierta para que puedas entrar, para que puedas mirarme y para que puedas matarme si te da la gana. El viento acaricia el tatuaje en forma de montaña sobre mi hombro y me complace saber que tú eres una ráfaga de todas las que me visitan.

Ojalá estuvieras aquí para desgastar mi cuerpo joven sobre el colchón de la cama. O para ver cómo lo salvaje se ha instalado en mi garganta.

Ojalá estuvieras aquí para escucharme cantar de nuevo esa canción que te tarareé. Ahora lo hago mucho mejor, y te escribiría la letra ahora mismo si no fuera porque se me ha vuelto a olvidar el puto estribillo.

El viento de esta noche ha traído consigo demasiados remordimientos. Y una de las cosas de las que me arrepiento es de no haber sabido parar a tiempo.
Sólo teníamos que haber ido con cuidado, no buscarnos más de la cuenta, mirarnos en las pupilas y no en el alma, olvidar rápido el olor del otro. Así no dolería tanto.
Sin embargo, las cosas sucedieron de esta manera y ahora solo puedo echarte de menos desde esta calma. Y curarme estas heridas, que no sé por qué no dejan de doler nunca.

A lo mejor duele tanto porque soy esa flor que crece entre las grietas de tu tumba. Pero ya no quiere crecer más. Se ha cansado y ya no quiere ser flor. Quiere ser tumba a tu lado.

¿Quieres que te cuente nuestra historia? Venga, volvamos a empezarla una vez más. Y otra, y otra, hasta desgastarla después de pronunciar los mismos párrafos una y otra vez: esta es la historia de un chico sin miedo que metieron en la cárcel. Parecía sacado de un sueño. Su porte, su cabeza alta, su espalda erguida...

Hasta pronto, reo 83.

LOVER BOY - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora