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Mingi estampó el cuerpo del rubio contra la pared. Aquí íbamos de nuevo.

Wooyoung exhaló, derrotado, y se escurrió hasta caer al suelo cuando el de trenzas soltó su agarre repentinamente. En esos momentos deseaba no haber abierto la boca cuando le sacaron de aislamiento y enfrentó a Mingi, cegado por la rabia. Al menos había estado encerrado por tan solo un par de días en primer grado.

Haber estado aislado del mundo por cuarenta y ocho horas le había hecho darse cuenta de lo necesaria que era la interacción social hasta para el más introvertido. Y, sobre todo, había aumentado una rabia en él que no sabía que existía. Por eso mismo, en cuanto los funcionaros lo dejaron libre, arremetió contra Mingi nada más verle.

–Ya me caías mal –dijo el alto– Pero cada vez me caes peor.

–Bueno –habló el herido, tosiendo– No es un problema.

Wooyoung sonrió, burlón. Cada sonrisa que el rubio esbozaba tenía diferentes connotaciones, pero la cosa era que siempre, siempre, sonreía. Y eso desestabilizaba a todo enemigo.

–Eres un dolor de muelas –lo acusó Mingi, agarrándole de la tela del uniforme y levantándole del suelo como si no pesase más que unos gramos– Solo tenía pensado molestarte un poco como a cualquier nuevo, pero vas pidiendo mano dura.

Se encontraban en aquella sala llena de supuestos muebles cubiertos con sábanas blancas. Parecía que solo el grupo de Mingi tenía llave para entrar ahí, porque Wooyoung no había visto que fuese usada por nadie y para nada más que para pegar palizas a escondidas de los guardias.

–¿Sabes dónde estamos? –preguntó él, mirándole con intensidad y sin soltar el agarre– En la sala de exposiciones.

Sala de exposiciones. Wooyoung no tuvo tiempo ni de asimilarlo cuando le volvió a soltar de nuevo y, decidido, Mingi agarró una de las esquinas de una sábana y la deslizó desvelando lo que ocultaba.
Una estructura alta de hierro quedó descubierta a ojos de ambos. Ésta estaba compuesta por una barra vertical que contaba con un pequeño asiento acabado en un soporte para mantenerse sobre el suelo. En la barra, por la parte superior, había una especie de collar de hierro con un tornillo detrás.

–Esto está lleno de artefactos usados hace años para torturar a los presos –explicó Mingi– Cuando estaba permitido, claro. Solo están aquí porque hace tiempo había un museo de antiguos instrumentos de tortura, y los pusieron en esta sala cuando lo cerraron.

–¿Por qué tienes la llave? –preguntó el rubio, sin obtener respuesta. Mingi se acercó a la máquina y tocó el collar de hierro con curiosidad.

Wooyoung tragó saliva. Esto empezaba a ser de locos. Se levantó del suelo despacio y echó a correr hacia la puerta de improviso. No le sirvió de nada, pues Mingi tenía buenos reflejos y lo agarró en cuestión de segundos. Debido a su intento de escape, el cual podía haber salido bien pues la puerta no estaba cerrada con llave, el alto lo llevó en brazos hasta dicha máquina y lo sentó a la fuerza.

–¿Qué coño haces? –preguntó Wooyoung– No pruebes esta mierda en mí.

Mingi apoyó su pierna derecha sobre los muslos del rubio para detener su movimiento, y consiguió colocarle el collar de forma que abarcase la anchura de su cuello. Desde el momento en el que Wooyoung sintió el frío material entrar en contacto con su piel, no se movió ni un milímetro más, como si el más mínimo suspiro fuese a poner fin a su vida.

–Mira, trencitas, no me gusta este juego –habló el rubio, ante el desesperante silencio del otro.

–Joder, está oxidado –comentó el otro para sí mismo, pasando el dedo por el material tono bronce.

LOVER BOY - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora