El Bosque Prohibido

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Esto podemos hacerlo juntos, Septimus...

En esto todos somos igual de importantes...

Te necesitamos...

Sabremos juntos lo que es el poder...

Jamás volverás a estar solo...

¡Septimus! ¡Septimus!

¡Avada Kedavra!

El Lestrange se despertó sobresaltado. Maldijo al aire cuando supo lo que eso significaba. Las pesadillas seguían allí. Inhalaba y exhalaba lo más rápido que podía para que sus pulmones se llenaran con el suficiente aire. Se enderezó haciendo tronar ligeramente la madera de la cama, mas no fue suficiente para despertar a sus compañeros o para superar los ronquidos de Goyle. Su gris camiseta estaba completamente sudada, por lo que no encontró mejor solución que quitársela y arrojarla a un lado de su lecho. 

Cuando finalmente calmó su respiración, colocó ambas manos en la cama y tiró lo más que pudo para poder desperezarse, haciendo, inconscientemente,  que los músculos de su espalda se marcaran más de lo normal. 

Se quedó unos varios minutos mirando a la nada. Ya ni siquiera se gastaba en reflexionar sobre sus pesadillas. Dedujo que era muy temprano, para después confirmarlo con el reloj de bolsillo que tenía en la mesa de noche, aunque no solía llevarlo siempre. 

Sin más nada que esperar, se levantó para dirigirse al baño de la habitación y así ponerse su uniforme. Al salir, estaba tan impecable como siempre. Todos sus compañeros dormían, por lo que, sin hacer demasiado ruido, salió de la habitación. Cuando pisó el último escalón que lo llevaba a la Sala Común, vio en el reloj encima de la chimenea que eran las 5:35. Aquella era la hora perfecta para desayunar si querías estar solo en Hogwarts, algo que él no dudó en rechazar. 

Veía como el pasadizo se abría delante de él. Hacía bastante frío en las mazmorras, pero no quiso ponerse nada más que el suéter de su casa con orgullo. Estaba decidido a escribir una carta hacia su madre, por lo que llevaba en uno de sus bolsillos, una pluma que le había sacado a Arryn. 

Luego de subir y bajar escaleras, llegó al Gran Comedor, el cual se encontraba silencioso y vacío. Las velas poco a poco iban desapareciendo por el amanecer, el cual ingresaba directamente por los enormes ventanales. 

Por primera vez en meses pudo sentarse en la mesa de Slytherin, algo que agradecía. Desde el primer momento aborreció sentarse con los Ravenclaw, todos intelectuales y sabiondos. Era insoportable para el Lestrange. Extrañaba el frío ambiente que se formaba a veces con las serpientes, o las charlas con Draco, Nott y Zabini. Todo era diferente en su mundo. 

Se sentó en el lugar donde siempre solía posicionarse, y tomó una hoja del centro de la mesa, sin embargo, la aparición de tres elfos domésticos lo sorprendieron. 

—¡Señor Lestrange!— saludó Dobby efusivamente —Hace tiempo no lo veíamos por las mañanas— los otros dos elfos se encontraban detrás de este, esperando cualquier tipo de orden. 

—Lo sé— respondió secamente, para alzar su mirada al antiguo elfo de los Malfoy —Quiero lo de siempre— sin más nada que decir, los dos elfos que estaban detrás de Dobby desaparecieron desesperadamente. 

—Es un gusto para Dobby volver a tenerlo. Activa la mañana, señor.

—Dobby...— la mirada de la criatura se esperanzó —¿Cómo fue que ya no trabajas para los Malfoy?

—Ohhh, señor— rápidamente se sentó frente a Septimus, dejando a este anonadado, pues ningún elfo doméstico se había sentado con él como si fuera su amigo —El gran amigo de Dobby, el señor Harry Potter, lo ayudó. 

El Heredero de Regulus Black (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora