Capítulo VIII: Legeremancia

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En la penumbra del amanecer, cuando la mayoría de los estudiantes de Slytherin aún dormían, Septimus Lestrange despertó. Se levantó de la cama sin hacer ruido, tratando de no despertar a sus compañeros de habitación. Se vistió en silencio, colocándose su uniforme de Hogwarts con meticulosidad, como si cada pliegue y cada broche fueran importantes.

La luz del alba apenas se veía a través del lago por las ventanas del dormitorio de Slytherin mientras se ajustaba la corbata de la casa en el espejo. Acomodó su cabello, permitiendo que el oscuro flequillo enmarcara su rostro con seriedad. Acomodó el cuello de su camisa por última vez y tomó los libros que necesitaría ese día. No le gustaban las mochilas ni los morrales.

Al salir de la sala común, sintió aquel frío ambiente matutino, en especial allí en las mazmorras. Le encantaba. El castillo aún dormía, y sólo podía oír a los cuadros desde donde estaban colgados. De vez en cuando lo asustaban con desprevenidos alaridos, pero nada de lo que no estuviera acostumbrado.

Al llegar al Gran Comedor, las largas mesas estaban vacías y la luz matinal iluminaba su camino. Septimus se situó en una mesa de la casa Slytherin y tomó uno de los libros para hojear mientras esperaba a que sirvieran el desayuno.

Pronto, los primeros rayos de sol iluminaron el Gran Comedor y los elfos domésticos comenzaron a colocar platos de comida en las mesas. Septimus observaba la actividad con interés, sabiendo que en breve sus compañeros empezarían a bajar para desayunar. Estaba dispuesto a aprovechar la tranquilidad momentánea, por lo que no esperó demasiado para preparar su té negro.

Tomó dos tostadas y las untó. Sabía de la variedad de alimentos que tenía frente suyo, pero su tradición jamás sería exceptuada. Y estuvo así, durante un largo rato, leyendo aquel libro de pociones y desayunando, disfrutando del apacible ambiente que podía crearse cuando el bullicio de estudiantes no estaba.

Al cabo de un rato, comenzaron a llegar algunos estudiantes, bostezando y frotándose los ojos. Entre ellos estaban Draco, Blaise y Pansy. Saludaron a Septimus al llegar a la mesa Slytherin, sorprendidos de encontrarlo ya allí.

—Sólo tú te despiertas tan temprano el primer día de clases, Septimus —exclamó Pansy, sentándose a un lado suyo —. Te perdiste los gritos del Barón Sanguinario.

—Me alegro de haberlo hecho —aún recordaba con irritación como aquel fantasma solía despertarlo en su primer año.

Esperó a que sus compañeros terminaran de desayunar, pues no sería tan descortés de marcharse cuando comían, y al estar todos satisfechos con las delicias del castillo, se dirigieron a su primera clase del día, Herbología, en el invernadero.

—Buenos días a todos —dijo la profesora al ver a todos sus alumnos de segundo años de pie frente a la mesa. Ellos respondieron a unísono el saludo.

Septimus, que se tuvo que acomodar en otro sitio, cuando pasó por detrás de Hermione aprovechó para tironearle el cabello juguetonamente, pero sin reaccionar al respecto, pues su reputación era más importante. También notó que, junto a la castaña, estaban Weasley y Potter. Según le habían contado los de tercer año, se metieron a los terrenos del castillo con un viejo auto volador desde Londres, incluso los habían visto siete muggles.

—¿Alguien sabe lo que es una mandrágora? —preguntó la profesora, y antes de que Septimus tuviera la oportunidad de levantar la mano, Hermione se adelantó.

—Granger.

—La mandrágora, o mandrágula, es un poderoso reconstituyente —explicó Hermione con su tono habitual, como si estuviera recitando un libro de texto—. Se utiliza para revertir transformaciones y maleficios.

El Heredero de Regulus Black (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora