Avada Kedavra

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Todo sería más sencillo si ellos se Aparecieran en Gran Bretaña, eso pensaba Septimus inicialmente, pero pronto descubrió que podría ser peligroso que tanta magia sea detectada, pues la distancia era mucha. Su mayor deseo por ahora era que no se topen con nadie, ni que alguien los esté investigando, pero, como siempre, todos los deseos de Septimus siempre eran todo lo contrario a lo que ocurría. Estaban a tal vez semanas de su destino, pero fue una noche, esa noche, en la que todo empeoró en la vida de Septimus.

Caminaban bajo la blanca luz de la luna, pero fueron unos crujidos de ramas los cuales alertaron al grupo. Instintivamente, Rabastan se puso al frente, seguido de Mérula y Septimus, quienes protegían a Voldemort, sin embargo Colagusano creía que era a él. El joven sentía como sus palpitaciones se aceleraban cuando su madre seguía a su padre a través de los árboles.

El mayor Lestrange avanzaba cautelosamente entre los árboles, intentado buscar al causante de aquel sonido, y procurar de que no sea alguna amenaza. De repente se oyó un pequeño silbido que rompía el viento, y luces de color rojo escarlata iluminaban el oscuro bosque. Cualquier Muggle pensaría que se trataba de Fuegos Artificiales, o algo por el estilo, lo último que se les pasaría por la cabeza a esos inútiles seres era que había una pelea de magos. 

- ¡Signus, encontré uno! ¡Expelliarmus! - gritaba una voz desconocida, pero al oír aquel nombre, todos rápidamente dedujeron quienes era; "Aurores"

Rabastan esquivaba los hechizos mientras buscaba el ángulo correcto para contraatacar. Pettigrew se escabulló entre las sombras para no ser descubierto, junto a el Señor Tenebroso y Nagini.

- ¡Avada Kedavra! - vociferó Rabastan apuntando hacia las voces, mientras que su esposa e hijo intentaban protegerse con los árboles, pero Mérula también atacaba, aunque en una forma más silenciosa. 

Al parecer, para Septimus solamente eran dos aurores, pues sólo escuchaba a aquellos dos. En un momento de distracción, vio como su padre comenzaba a correr hacia un lado, alejando los disparos de ellos, pero claramente, poniéndolo en riesgo. Mérula había desarmado al Auror que habló previamente, por lo que sólo quedaba uno. Rabastan luchaba contra él, ahora frente a frente, pues el bosque se había acabado, y ahora se encontraban en una solitaria llanura.

- Lestrange, no sabes que gusto es volver a verte para llevarte a Azkaban - dijo el moreno con soberbia en su rasposa voz.

- Signus - saludó el pelinegro mientras hacía una leve reverencia - ¡Avada Kadavra! - nuevamente comenzaron los hechizos.

Luces rojas y verdes luchaban por aparecer en la escena, mientras que los dos hombres que las causaban no paraban de provocarlas con sus varitas, aunque su intención no era hacer sólo luces, sino derrotar al contrario. El auror llevaba la delantera de la lucha, haciendo que Rabastan muchas veces perdiera el equilibrio, mientras que Mérula y Septimus acechaban desde la oscuridad del bosque. De un momento a otro, el moreno desarmó al Lestrange, dejándolo indefenso, sin embargo, nadie contaba con que Septimus tomara la varita de Colagusano, la cual por ahora mantenía, y la apuntara hacia el auror.

- ¡Avada Kedavra! - gritó el menor, dejando perplejos a sus padres. El cuerpo de su contrincante cayó súbitamente sobre sus rodillas, aún con los ojos abiertos, y posteriormente al suelo.

Ni siquiera él mismo sabía lo que acababa de hacer, pero tampoco se arrepentía. Quiso salvar a su padre de Azkaban, y eso hizo. El silencio inundó el ambiente mientras Rabastan tomaba su varita, y la del recién muerto. Con esfuerzo caminó hacia su familia, adentrándose nuevamente en el bosque.

- Ten, usa esta - decía el mayor mientras le otorgaba la varita del muerto a su hijo - No podemos dejar a Colagusano desarmado - explicaba mientras ponía su mano en el hombro de Septimus y en la espalda de Mérula, haciendo que los tres se dirijan a la misma dirección, el interior del bosque.

El Heredero de Regulus Black (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora