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El Expreso de Hogwarts se deslizaba suavemente por los raíles mágicos, anunciando la llegada al destino más esperado: el Castillo de Hogwarts. El aire vibraba con la emoción de los estudiantes, todos listos para el inicio de un nuevo año escolar.
Septimus, en compañía de sus amigos, se puso de pie y acomodó su bolso. Una mezcla de nerviosismo y anticipación fluía por su ser mientras descendían del tren y se dirigían hacia los carruajes que los llevarían a la escuela. Sonrió con orgullo al darse cuenta que ahora eran alumnos de segundo año y ya no tendrían que ir en los botes guiados por el casi gigante de Hagrid.
Antes de bajar del tren se había revisado el uniforme y su aspecto en el reflejo de una de las ventanas, notando que, por suerte, estaba más que presentable. Fuera se encontró con su primo Artorius, al que saludó de lejos y posteriormente ignoró. Así de afectuosos eran los Lestrange entre ellos.
Mientras se acercaban al majestuoso castillo iluminado por la luz de la luna, la magnitud y la belleza de Hogwarts siempre lograban impresionarlo. Las miles de luces que salían de las ventanas, el paisaje que lo rodeaba. Era bellísimo.
El Gran Comedor estaba repleto de energía y anticipación mientras los estudiantes de Slytherin se acomodaban en su mesa. Septimus se colocó entre Pansy y Blaise, los tres riendo al ver a los confundidos estudiantes de primer años. Sus ojos recorrían el escudo de Slytherin en la pared, el emblema de su casa, y recordaban la historia de valentía y ambición que representaba.
A lo lejos vio a Hermione, pero, para su sorpresa, no estaba acompañada ni de Potter ni de Weasley, más bien tenía un semblante de confusión compartido con Neville Longbottom y los gemelos pelirrojos. Una broma hecha por Pansy lo sacó de sus pensamientos, y rápidamente se puso a escuchar las palabras del director.
Las palabras del director resonaron en el Gran Comedor, llenando el espacio con un tono de seriedad y anticipación. Septimus, con la vista fija en el rostro severo de Albus Dumbledore, captó cada matiz de las palabras que pronunciaba. El discurso del director resonaba en su mente, sintiendo en su interior el instante rechazo que le producía oírlo.
Dumbledore hablaba de tiempos oscuros, de desafíos que pondrían a prueba la valentía y la lealtad de todos los estudiantes. Hablaba de elecciones, de caminos que debían escoger y de la responsabilidad que recaía sobre sus jóvenes hombros. Decía aquello para que los estudiantes tomen su palabra como un consejo, como una guía para los tiempos inciertos que se avecinaban, pero el Lestrange rió por lo bajo.
Intentaba analizar el discurso, quería ponerse en el lugar de aquellos que sí le creían al anciano, pensaba que Hogwarts no solo era un lugar de aprendizaje mágico, sino un crisol de valores y principios que debían guiarlos en la vida. Dumbledore les instaba a ser valientes, a defender la justicia y a mantener viva la llama de la esperanza incluso en los momentos más oscuros. Que montón de mentiras.
Al finalizar el discurso, la orden para comenzar a comer fue dada y todos los estudiantes arremetieron contra las bandejas, pero antes de dar bocado a lo que fuera que puso en su plato, Septimus vio a Filch, el celador, entrar corriendo por la puerta trasera hasta llegar al asiento del profesor Snape, agachándose para decirle algo al oído, lo que provocó una inminente reacción por parte del alquimista.
Pensó en Potter y Weasley. Después de todo, desde que los conocía, sólo eran ellos los que podían generar una reacción así por parte de los encargados del castillo. Sin embargo, Septimus se dejó llevar por el bullicio animado.
Más tarde, conversaciones sobre las vacaciones de verano, planes y risas llenaban el aire mientras los estudiantes de Slytherin se ponían de pie para dirigirse a su sala común en las mazmorras del castillo.
Mientras avanzaban por los pasillos de Hogwarts, compartieron emociones y expectativas sobre el nuevo año escolar. Draco estaba particularmente emocionado, anticipando nuevas oportunidades para demostrar su valía. Septimus asentía, aunque su mente también estaba en lo que había visto antes, intrigado por el paradero de Potter y Weasley.
―¿Acaso siempre dirá lo mismo? ―dijo Blaise cuando bajaron las escaleras principales.
―Se empeña en decir lo muy seguro que es Hogwarts, ¿qué tal si alguien le dice lo que pasó el año pasado? ―añadió Pansy.
―Es Dumbledore, ¿qué más esperan? ―dijo Septimus, saliendo de sus pensamientos para unirse a la charla de sus amigos ―El día que algo coherente salga de la boca de ese anciano, yo seré de Hufflepuff.
―No te queda el amarillo, me temo ―bromeó la única chica, divirtiendo al grupo. Pronto llegaron las bromas de cómo serían ellos en otras casas.
Al llegar a la sala común de Slytherin, intercambiaron historias sobre sus vacaciones de verano y se prepararon para las clases que comenzarían al día siguiente.
El primero en elegir cama fue Septimus, sólo porque llegó antes que todos a la habitación. Eligió la más apartada, tal y como el año anterior, y con un encantamiento de levitación ordenó todos sus baúles de modo que no ocuparan demasiado espacio.
Cuando ya estuvo instalado en su habitación, los demás se unieron a la organización para ponerse el pijama y prepararse para descansar. Sin embargo, Septimus optó por apartarse de la vista de los demás y se recluyó en el baño. Sabía que los chicos se cambiarían frente a los demás con naturalidad, pero su motivo era distinto. No solo buscaba privacidad; deseaba ocultar las marcas que surcaban su espalda, recordatorios dolorosos de las enseñanzas de Rodolphus. Ya no le dolían, al menos físicamente, y tampoco eran tan numerosas como las de Orion, pero eso no eliminaba el recelo que le causaban ante la idea de que otros las vieran.
Frente al espejo del baño, mientras se quitaba la camisa, observó las cicatrices en su espalda. Eran vestigios de un pasado que preferiría olvidar, pero que seguían ahí, grabados en su piel y en su memoria. Cerró los ojos por un momento, intentando liberarse de los recuerdos y de las emociones que afloraban. Se repitió a sí mismo que lo había merecido, que no había sido un bueno chico, un buen Lestrange.
Con la pijama puesta y una mirada cansada en el espejo, soltó una fuerte respiración y salió del baño. Sin darle demasiada importancia a sus compañeros, se tumbó en la cama y miró hacia arriba. Sus ojos grises recorrieron los patrones de la madera en busca de algo para entretenerse, hasta que los parpados comenzaron a pesar, y sin importarle las voces que aún estaban en el cuarto, se dejó caer en un profundo sueño.
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El Heredero de Regulus Black (En edición)
FanfictionSeptimus Sarvolo, un joven al cual le dan todo, pero lo dejan sin nada. Toda su infancia fue una pequeña mentira la cual vivió a la plenitud, hasta que llegar a esa antiquísima casa lo hace abrir los ojos. Su primo, casi como un hermano para él, se...