Están rotos

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—¡Artorius!— retumbó la voz de Septimus por los pasillos. 

Había estado siguiendo a su primo desde las mazmorras, pero seguía sin detenerse, como si no oyera el llamado a su nombre, y es que no lo oía; Artorius, tan ensimismado en su enojo, se había envuelto en una burbuja invisible que lo aislaba del resto, de hecho, juraría haberse chocado con algún que otro alumno, incluso habría enfrentado a una columna si no se hubiera dado cuenta a tiempo de que no era nada más que puro concreto de miles de años de antigüedad. 

Septimus, por el contrario, intentaba esquivar a las personas que Artorius atropellaba, intentando detenerle de una vez por todas, pero cada vez se le aparecían más alumnos en el camino, por lo que asumió que era el receso de las clases. Algunos alumnos de Durmstrang habían intentado enfrentar al mayor de los Lestrange cuando esta los empujó, pero no lo hicieron cuando sus miradas se perdieron en un grupo de chicas de Beauxbatons. 

Llegaron a un pasillo sorprendentemente vació a comparación de los cuales habían atravesado, y en ese momento Septimus se percató que en toda la persecución, Artorius se dirigía al baño de Myrtle. Y fue en el interior de este en donde por fin Septimus pudo tomar por el brazo a su primo, obligándolo a mirarlo, pero la respuesta que tuvo fue mucha más violenta que la que esperaba. Había arremetido contra él, colocando ferozmente su mano en la quijada de su primo menor, ahogándole ante tanta brutalidad cuando lo golpeó contra uno de los muros. 

En ese momento, en esa mirada, Septimus sólo logró ver en su primo la misma expresión que ponía Bellatrix cuando estaba enfadada, y no era algo agradable de ver; su rostro completamente tenso, con los labios fruncidos y los característicos ojos grises Black absorbidos por la oscuridad del negro. Era como si Artorius pensara en ahorcarlo sin dudarlo, pero a la vez había algo que se lo impedía: miedo. Eso pudo notar Septimus en la esquina más rotunda y tenebrosa de aquella mirada, miedo. Tal vez a la ira del Señor Tenebroso, tal vez a la decepción de su padre o a la locura desquiciada de su madre, pero era obvio que algo no lo dejaría asesinarlo, por lo que el mayor se acercó lentamente a su rostro, y con una voz incómodamente filosa le dijo: 

—Vuelves a humillarme, y sentirás lo que es el verdadero dolor— amenazó, colocando con su otra mano un objeto punzante en el abdomen del contrario, quien al principio pensó que sería su varita, pero resultó ser aún más puntiagudo, presumiblemente una daga. E instantáneamente Septimus recordó que Rodolphus tenía aquella colección de dagas de magia oscura que dejaban marca de por vida, las cuales había utilizado en reiteradas veces con Orion —. Yo en tu lugar tendría bastante cuidado. 

En un rápido movimiento lo soltó, y pudo notarse que lo había levantado algunos centímetros en el aire, pero eso no fue relevante cuando Septimus peleaba por recuperar el aire faltante. 

—Pársel— masculló ahogado. 

—¿Qué?— le preguntó extrañado Artorius, quien se acomodaba el cuello de su traje. 

—La...la forma de entrar...— señaló el lavabo en donde debería estar la Cámara de los Secretos —...es pársel— su primo no dijo nada más, por lo que siguió hablando, recuperando la compostura —. Piénsalo, es la lengua de las serpientes, y Slytherin la hablaba. Además, en segundo año, cuando todos nos enteramos que Potter hablaba pársel fue cuando la cámara fue abierta. 

—¿Y de dónde sacamos pársel?— inquirió retóricamente el mayor, mirando el lavabo con interés —. Una serpiente— sugirió, buscando la opinión de Septimus. 

—No es seguro que diga exactamente la clave para que se abra. 

—La maldición Imperio. 

—Demasiado arriesgado. 

El Heredero de Regulus Black (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora