Capítulo V: La mansión Malfoy

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Septimus se bajó de ese tren con la idea de que su verano ya iniciaba. El nuboso día calmaba los rayos del sol, pero tampoco lo suficiente como para que él tuviera puesto su abrigo, el cual ahora llevaba colgando del brazo.

Seguido de Draco, se aproximó al sector donde bajaban el equipaje, pero ambos se sorprendieron cuando sus cosas ya no estaban allí, de hecho, estaban a unos metros de distancia junto a una mujer de elegancia distinguida, tal y como la de Mérula, aunque esta tenía el cabello platinado que caía en ondas sobre sus hombros. Su piel era tan pálida como la de Septimus o Bellatrix. Narcisa Malfoy, o tía Cissy como él a veces se atrevía a decirle desde pequeño.

Una sonrisa en el rostro de la mujer los esperaba. Draco corrió hacia su madre y le dio un breve abrazo, mientras que Sep le sonrió cuando ella peinó su cabello. Los tres conversaron durante unos segundos hasta que Dobby, el elfo doméstico de los Malfoy, apareció detrás de los equipajes, cargando la jaula de la lechuza de Draco.

—¡Cuidado con eso, criatura estúpida! —gritó el rubio enfadado al oír que su animal había chillado por una razón completamente distinta.

—Vamos a la chimenea. Dobby se encargará del resto —dijo Narcisa antes de que su hijo tuviera uno de sus ataques con el elfo. Cuando ambos Malfoy se voltearon, Septimus ayudó a Dobby a poner la jaula encima del baúl, aunque cuando la criatura le sonrió, si eso podía llamarse sonrisa, el Lestrange ni siquiera le dirigió la mirada.

—Mansión Malfoy —dijo antes de arrojar los polvos Flu dentro de la chimenea.

El interior de la Mansión Malfoy emanaba un aire de opulencia y antigua grandeza. Salas adornadas en tonos oscuros, muebles elegantes y detalles dorados evocaban una sensación de aristocracia. Las paredes estaban adornadas con retratos de ancestros, observando desde el pasado. Pasillos largos y lúgubres conducían a habitaciones con el mismo estilo. A pesar de la riqueza, un ambiente frío persistía, como si la casa misma estuviera imbuida de una inquietante melancolía ancestral. La majestuosa biblioteca guardaba conocimientos oscuros en sus estantes. Cada rincón reflejaba la influencia de una familia con raíces profundas en la historia mágica, pero también la sombra de los secretos que Septimus sabía que guardaban.

Quien los recibió fuera de la chimenea fue Lucius. Como siempre de presencia imponente, el rubio estaba apoyado sobre su bastón el cual terminaba en la cabeza de una serpiente de plata. Inspeccionaba con sus fríos ojos grises a ambos niños, dándoles una mirada mezclada con desdén y crítica.

—La cena pronto será servida. Vayan a cambiarse —les ordenó antes de irse del salón con su esposa.

Con un asentimiento de cabeza, Septimus se apresuró a subir las escaleras en dirección a donde sabía estaría su habitación. La de Draco estaba en dirección opuesta por lo que al terminar de subir los últimos peldaños sus caminos se dividieron.

Por extraño que parezca, estar en esa casa lo hacía estar más tranquilo que en la suya o la de su tío. No era tan acogedora como la mansión Avery, mucho menos tan grande, pero sí más silenciosa. Los retratos no hablaban tanto, el viento no golpeaba muy fuerte las ventanas, no se oían los tacones de su madre en la madera del suelo, ni la voz fuerte de su tío por los pasillos.

El cuarto de invitados no era ni la mitad de su habitación, pero para él era suficiente. No necesitaba nada más que una cama, un escritorio y una cómoda, ni tampoco sería tan desagradecido como para quejarse en voz alta de ello.

Sus cosas ya estaban esperándolo, por lo que se quitó el uniforme y se vistió con una camisa blanca y unos pantalones grises que tenía a mano en su baúl. No quiso hacer esperar más a sus tíos, por lo que se apresuró en bajar las escaleras y dirigirse al comedor, en donde ambos adultos ya estaban sentados en la alargada mesa que se extendía, cada uno en un extremo distinto. Draco aún no estaba, aunque llegó cinco minutos después.

El Heredero de Regulus Black (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora