Torturas

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El gran enigma de la ecuación era pensar la forma en la que podría atravesar esos muros mentales, los cuales albergaban miles de recuerdos ocultados por magia. La consciencia de Septimus hizo lo que cualquier persona haría para derribar un muro. Con toda la fuerza que puso almacenar, su mente arremetió contra aquella pared, pero el refuerzo parecía en vano, por lo que se detuvo al octavo intento de fortaleza. No se rendiría tan fácilmente. Estaba furioso; por la discusión con su padre, por seguir sin descifrar su propio sueño, por estar en un país extranjero con Lord Voldemort, por estar intentando hallar recuerdos de una bruja. Su ira era tal que podía derribar montañas, y fue ahí cuando pensó que le sería de ayuda.

Pensó cuando su tía lo torturaba. Un golpe al muro. Cuando abandonó a Granger. Otro golpe. Cuando apareció su padre. Otro golpe. Regulus Black. Un golpe más fuerte. Regulus Black. Otro golpe. Regulus... cuando estaba apunto de lanzar sexto golpe, aquel muro se derribó por completo, dejando ver tantos recuerdos que incluso abrumaron al joven. Con apenas un simple esfuerzo, logró salir de aquella mente, y se llevó las manos a las cabeza, como si intentara detener el dolor.

- Ya... recuerda todo - informó con la voz fría y dura, tanto que provocó sorpresa el matrimonio Lestrange.

- Perfecto, Septimus - se escuchó la siseante voz de Voldemort - Llegó la hora de divertirnos con dolor- decía.

- Señor, yo puedo leer su mente, no es necesario qu... - fue interrumpido por la misma voz.

- Cállate - ordenó - Tranquilo, tranquilo, tú serás quien le saque la... información, pero no con Legeremancia - dijo débilmente el moribundo, causando desagrado en la Lestrange.

- Mi señor... e-es sólo un niño, déjeme hacerlo a mi, o a ellos - señaló con la vista a Rabastan y Colagusano.

- He dicho que él lo hará - insistió algo enfadada la moribunda criatura, por lo que la mujer tuvo que ceder a que su hijo haga lo que sabría que haría - Septimus...torturala - 

Lo ojos del mencionado se abrieron como platos, dejando que todas sus pocas esperanzas de ser un adolescente normal se fueran volando al igual que una lechuza. 

- Yo... lo haré - dijo el menor seguro de sí mismo, pues ya nada más podría salvarlo de aquello. Ni siquiera vio como Mérula daba una mirada recriminando a su esposo, mientras que este por primera vez temió de tanto - Pero... yo... no sé cómo - 

- Sólo sujeta firmemente la varita, y di... Crucio - enseñó Rabastan, pues la mirada que había recibido de parte de Voldemort le dijo que le enseñara - Mi señor... él podría servirle en Hogwarts, pero si ellos se enteran que su varita torturó... - intentó zafar a su hijo de la situación, aunque era sólo por su esposa.

- Tienes razón, Rabastan...mucha razón - siseó el moribundo mago - Colagusano, dale tu varita - 

Sin previo aviso, Peter le entregó su extraña varita de madera de Castaño, y el Lestrange la alzó frente a la mujer que ahora se encontraba horrorizada, y le suplicaba a los oscuros ojos del joven, piedad. Cada uno de los músculos de Septimus estaban tensos, al igual que su mandíbula. El brazo que sujetaba la varita temblaba por la fuerza de su agarre, mientras que apuntaba a la mujer. 

Septimus podía sentir como su corazón estaba apunto de explotar, y sus respiraciones inhalaban y exhalaban a velocidad anormal. Estaba apunto de hacer una de las maldiciones imperdonables, y sabía que cuando la haga, ya nada sería igual. Estaba apunto de perder todo lo que le importó, todo lo que alguna vez quiso, defraudaría a todos. Sin embargo, su orgullo no le permitía decir que no, no le permitía decir que quería estar en Hogwarts, volver a cuando eran él y su madre, sin la enfermiza adoración hacia Voldemort por parte de su padre. En ese momento quería volver a las sesiones de lectura en la biblioteca con Granger, a los momentos en los que ella buscaba hacerlo reir. 

El Heredero de Regulus Black (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora