Poco sabía él

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Una suave llovizna caía en Londres. Septimus caminaba con su madre por aquellas calles repletas de muggles, claro que para el desagrado de ambos, que en sus rostros podían notarse las muecas que ni siquiera se esforzaban en ocultar. 

Mérula, con un tapado negro que la cubría hasta por debajo de las rodillas donde comenzaban unas elegantes botas de cuero, guiaba a su hijo por lugares que él jamás había visto, pero que ella conocía de memoria. Por otro lado, Septimus vestía unos pantalones y un chaleco de vestir de tonos grisáceos, y por encima, en vez de una chaqueta, llevaba una gabardina negra. 

Sus figuras se deslizaban por distintos callejones, adentrándose en suburbios desolados, cubriéndose instintivamente cuando alguien pasaba demasiado cerca suyo. Nunca sabían cuando  un auror podía estar vigilándolos. 

Se detuvieron abruptamente después de doblar a la izquierda por un callejón, saliendo a un vecindario bastante tranquilo, con casas de ladrillo y calles adoquinadas. Septimus se preguntaba quién vivía allí, porque a pesar de haber estado caminando por casi una hora, ya que Mérula prefería no aparecerse en Londres, apenas habían hablado del lugar al que se dirigían. 

Estaban frente a una puerta, igual que la de las otras casas. De hecho, si no fuese porque su madre recordaba perfectamente el camino, Septimus se habría confundido sencillamente.

Con firmeza Mérula golpeó la puerta, sabiendo que en cuestión de segundos esta se abriría, revelando allí la figura de Snape, invitándolos a entrar.

—¿Severus?— preguntó el ojigrís, confundido. Su padrino era la última persona que pensaría que podía llegar a vivir en un lugar como ese,  aunque tal vez ese era el punto. Era un lugar demasiado muggle.

—Pasen— les dijo con su característica voz arisca, vistiendo la misma túnica de siempre, aunque era de suponer que no vestía la misma, sino varias similares. 

Madre e hijo avanzaron por un pasillo carente de luz en exceso. Tenía alguna que otra vela que iluminaba el camino, pero además de eso, había que entrecerrar los ojos para no tropezar con la alfombra. 

Había varias puertas, pero la mayoría estaban cerradas, y la única abierta era a la que Mérula ingresó, revelando una pequeña sala de estar. Había una biblioteca al costado, un juego de sillones en el centro y una chimenea en el otro extremo. 

Los dos adultos se sentaron en los sillones, mientras que Septimus echaba un vistazo por la chimenea, encontrando títulos que no conocía en su mayoría. Debían ser muggles. 

—Entonces, ¿nadie me dirá qué estamos haciendo aquí?— preguntó pasando la yema de sus dedos por el lomo de algunos libros. 

—¿No le has dicho?— se dirigió Severus a su madre, haciendo que ella lo mire de una manera aún más rígida que la de él.

—Es evidente que no me ha dicho nada— repuso el joven, dándose la vuelta para verlos a ambos a los ojos —. Tengo la impresión de que no me gustará, así que, ¿por qué hacer tan larga la espera?

—Pasarás el verano con los Black en Grimmauld Place— respondió Mérula obedeciendo a su hijo, esperando el momento en el que explote, tal y como lo hacía todo Lestrange. 

—¿Disculpa?— Septimus miró a su madre con las cejas alzadas, creyendo que estaba haciendo una broma de muy mal gusto. Rápidamente miró a su padrino, esperando que él le dijera que no era cierto, pero vio esa misma mirada apática de siempre —¿Cuándo se decidió esto? 

—Hace un mes— fue Severus el que habló —. Después del torneo hablé con Black, y aceptó.

—¡¿Ya hablaste con Black?!— volvió a preguntar mucho más exaltado. Los miró a ambos con incredulidad, sin poder creer los rostros sin sentimientos con los que lo miraban —¿Bromean? Gracias por preguntarme, por cierto. 

El Heredero de Regulus Black (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora