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Era consciente de que en el verano había miles de casas para hacer. Cosas que la mayoría de chicos de su edad hacían pero él prefería evitar, después de todo las consideraba muy poco entretenidas. Y es que, tal y como ese día, Septimus Lestrange, se miraba en el espejo y se anudaba la corbata en el cuello, alistándose para ir a dar un recorrido por los jardines de su casa. Si las flores del rosedal estaban florecidas tal vez podría arrancar algunas y ponerlas en la biblioteca. Sabía a su madre, Mérula Avery, le encantaba marcar los libros que leía con rosas. Era un gusto que él jamás entendería, pero que respetaba y aprovechaba.
Concluyó con arremangar ligeramente las mangas de su camisa, y con un último vistazo salió de su cuarto al pasillo. Este estaba decorado con los cuadros de antiguos miembros de la familia Avery, todos con sus cualidades y defectos. Había quienes solían hablar con ellos, mientras que otros eran, a su parecer, bastante poco corteses y se quedaban en silencio, sin siquiera saludarlo cuando pasaba. Pero el que más conversaba con él era su abuelo, cuyo cuadro estaba colgado al final de la escalera que lo dejaba en el piso inferior. Y ese día no sería la excepción, pues al dar el último paso en el escalón final, el anciano de la pintura carraspeó la garganta y le comentó a su nieto lo alto que estaba, previniendo que en su adultez sería tan alto como lo era él en vida.
Ese era algo de lo que Septimus estaba al tanto, de hecho, decenas de personas se lo decían a menudo. Incluso lo habrían confundido con un chico de mayor edad, hasta habían llegado a darle quince años, cuando él tan sólo tenía doce. Pero tampoco era algo de lo que se quejara, ni mucho menos, le gustaba ser considerado mayor, y cuánto más rápido creciera mejor. Las personas respetaban a los mayores.
Había mujeres, y eso lo recordó al ver el cuadro de Ismelda Nott, su bisabuela, que se empeñaban en tratarlo como un chiquillo. Le revolvían el cabello y le decían tontos elogios que terminaban por hartarlo en vez de sonrojarlo. Lo llevaban con los demás niños, con lo que obviamente no jugaba ni interactuaba, sino que solía quedarse viendo como los adultos hablaban de temas mucho más interesantes, compartían ideas y opiniones, discutían y se reían.
Por ahora, él sólo tendría que ver.
Pasó por la sala principal, escuchando como en la biblioteca sonaban las teclas de un piano, tal vez era su madre tocando, o también ella podría haberlo hechizado para que tocara su pieza favorita mientras leía un libro. Era una mujer muy simple en ese sentido, como también estricta y poco agradable para quién no la conocía. Siendo la última descendiente de los Avery, una de las más prestigiosas familias sangre pura, era entendible que tuviera un gran peso sobre sus hombros, pero eso no le quitaba su elegancia y su clase, cosas en las que, según Septimus, ella destacaba por sobre todas las brujas que conocía.
Mirando hacia arriba, podía ver como en el techo de la casa estaba pintado el árbol genealógico de su familia materna. Desde el primer miembro hasta él mismo. La verdad era que siempre se había preguntado cómo continuarían con la pintura una vez no tuvieran más lugar en el techo, pues tan sólo cabría otra generación y ya nada. Pero eran detalles en los que sólo él tenía interés.
De reojo vio el cuadro de su padre, Rabastan Lestrange, junto al de su madre. A los dos los unía un lazo de laureles que simbolizaba su unión. Siendo honesto, cuando pensaba en él tenía la necesidad de ver alguna fotografía que lo ayudara a no olvidar su rostro. Hacía años que había sido encarcelado en Azkaban por el asesinato de Marlene McKinnon, al igual que su tía Bellatrix.
En su cuello tocó aquel collar que su padre le dejó antes de que se lo llevaran. Era una simple cadena con el escudo de la casa Lestrange, pero que él le guardaba mucho cariño, pues era lo único que aún le quedaba de recuerdo. Claro que también tenía a su tío Rodolphus, que se hizo cargo suyo cuando Rabastan fue encerrado, pero era sólo eso, su tío, no un padre. Además de que tenía ya mucho trabajo con su hijo Artorius y Orion, el hijo de Sirius Black y Marlene McKinnon que fue a parar con los Lestrange por no tener más familia.
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El Heredero de Regulus Black (En edición)
FanfictionSeptimus Sarvolo, un joven al cual le dan todo, pero lo dejan sin nada. Toda su infancia fue una pequeña mentira la cual vivió a la plenitud, hasta que llegar a esa antiquísima casa lo hace abrir los ojos. Su primo, casi como un hermano para él, se...