Crisis

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VOLKACIO


30 de abril de 1932 ciudad de Nueva York.

Las cosas no habían sido fáciles para las personas de la ciudad que en algún momento fue el esplendor de las acciones, desde que la Bolsa había colapsado, la calidad de vida de los ciudadanos, fue cayendo cada vez más hondo en aquel pozo de decadencia.

Solo hacía falta caminar unos diez minutos por las calles, para darse cuenta de la cantidad de personas viviendo en ellas, con la única protección, de pequeñas carpas de campaña.

Sin techo, sin trabajo y con hambre, ese era el panorama que se veía todos los días.

Horacio lo sabía bien, él mismo pasó por aquello unos meses después del Jueves Negro, y todavía lo recordaba con pesar. Fue una de las peores experiencias de sus vidas.

Para su suerte, una de sus amigas logró contactarlo, haciendo que comenzara a trabajar en el cine, uno de los pocos locales de entretenimiento que se mantenían en pie, además, en el segundo piso tenía una especie de habitación que podía utilizar de vivienda por el momento.

La paga no era tan buena como le gustaría, pero se conformaba, no todos podían gozar de decir que tenían un trabajo.

Cerró la puerta, yendo en dirección a la plaza, donde varias personas, esperaban en fila frente a una casa que funcionaba como comedor público.

Ingresó al lugar, siendo saludado por varios de los que iban allí a buscar su única fuente de alimento diario, dirigiéndose hacia el fondo, donde se encontraba la cocina.

- Buen día – saludó, haciendo que los presentes levantaran la cabeza.

- Hola Horacio – Athenea, su amiga, se acerco a él – ¿Qué tal estas?

En el momento que ambos se habían conocido, al de cresta le había parecido extraño aquel nombre, pero la castaña, alegaba que sus padres tenían un obsesión por la mitología griega.

- Bueno, podría estar peor – tomó un delantal, colocándoselo y atándolo alrededor de la cadera - ¿Qué tenemos hoy? – caminó hasta detenerse en las ollas, observando su interior.

- Un poco de estofado – esta vez habló Willy, quien se encontraba preparando las bandejas.

- Huele bien ¿te ayudo? – se ofreció, después de todo, ya había gente esperando afuera y el otoño no estaba dando tregua alguna.

Cuando tuvieron todo listo comenzaron a dejar pasar, Horacio se situó frente a una de las ollas, con la intención de comenzar a servir a todo aquel que pasara.

El proceso siempre era el mismo, las personas pasaban, tomaban una bandeja con los cubiertos, se dirigían a las ollas y luego se sentaban a comer con tranquilidad. Ese sería seguramente, el único momento en el que no tendrían que pensar en el devenir de sus miserables vidas

Aquellas situaciones hacían que el de cresta se entristeciera, el panorama no pintaba nada bien, a veces se preguntaba, a cuantas personas tendrían que contar en el diario al día siguiente.

- ¿Qué tal Horacio? – aquella voz lo hizo salir de su ensoñación.

El de cresta, levantó la mirada para observar aquellos ojos grises clavados en él, por la ropa holgada que llevaba no podría saber si bajó de peso, pero aquellas mejillas hundidas se lo confirmaban, lo que lo hizo realizar una pequeña mueca.

- Buenas tardes Viktor – llevó una buena ración de alimento a su plato - ¿Cómo se encuentra? – aquella había sido una pregunta tonta.

One Shot +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora