Cicatrices

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Lo primero de lo que es consiente es de la pesadez que siente en su cuerpo, intenta abrir los ojos pero estos no quieren obedecer, escucha un pitido constante y el murmullo de voces pero no logra descubrir de que hablan, todo se siente demasiado lejano.

Tras varios intentos sus parpados se abren y sus pupilas son cegadas por la luz unos segundos. En cuanto su vista se acostumbra puede distinguir que se encuentra en una habitación totalmente blanca, intenta moverse, sin embargo en cuanto levanta su mano el dolor atraviesa su brazo, provocando que deje salir un jadeo que también le provoca dolor.

El pitido que antes se escuchaba constante comenzó a acelerarse al igual que su respiración, cada bocanada de aire que intentaba dar eran como espinas aferrándose a sus pulmones, cada musculo que se movía eran como agujas clavándose en su piel, apenas podía soltar gruñidos mientras sentía como su garganta quemaba.

Pasaron unos segundos hasta que una mujer apareció por la puerta seguida de un hombre.

- Horacio – habló la mujer quien llevaba un traje azul – tranquilo, estas en un hospital, sufriste un accidente ¿lo recuerdas?

Ella se acercó a la camilla comprobando los estados vitales mientras el hombre inyectaba un calmante en su intravenosa generando que en pocos minutos Horacio comenzara a sentir sus efectos, quedándose dormido nuevamente.

La segunda vez que despertó, ya sabiendo el cual se encontraba, se limitó a observar hasta que una de las enfermeras ingresó a la habitación. No recordaba mucho de lo sucedido, solo algunas escenas venían a su mente, algunas más difíciles de procesar que otras, Pogo, Gustabo, Conway, Volkov.

Volkov, como le dolía saber que por su culpa seguramente su comisario estaría muerto. Dejó salir una lagrima recordando todos los momentos que habían pasado desde que con su hermano llegaron a la ciudad, ojalá nunca haber arribado allí, ojalá nunca haber ingresado a la policía, aquello fue solo el inicio de sus desgracias.

- Horacio – una voz amable pronunció su nombre, sus ojos se movieron hacia esta – tranquilo, es bueno verte despierto ¿recuerdas lo que te sucedió?

Horacio intentó negar pero apenas pudo mover la cabeza sin sentir dolor. No recordaba casi nada de lo sucedido, su último recuerdo era estar en la montaña siguiendo a Pogo y a la mafia, luego todo se volvía difuso, una iglesia, Pogo cubierto de sangre, palabras de Conway que no tenían sentido...

- No te preocupes, ya lo recordaras – le dijo, brindándole una mirada comprensiva pero con un rastro de lastima, una mirada que muchos a partir de ese momento le darían.

Las semanas fueron pasando, en todo el tiempo que se mantuvo en el hospital nadie a excepción de Michelle, quien solo le preguntó que carajos había pasado, le fue a visitar. No sabía nada de Gustabo, ni de Conway, ni de Volkov.

Con el tiempo, comenzó a recordar lo sucedido, Gustabo en una iglesia, la confesión de Conway y la explosión, esa maldita explosión que le había cambiado la vida.

El dolor en sus movimientos fue disminuyendo hasta el punto que le fue posible sentarse sin sentir como cada parte de su piel le recamaba por ello, sin embargo, aún no había podido hacer lo más difícil, mirarse en un espejo.

Sabía que casi el setenta por ciento de su cuerpo estaba quemado, que la mayoría de aquellas quemaduras dejarían cicatrices, que ya no volvería a ser el mismo de antes, que no importaba cuanto quisiera deshacerse de ellas no podría y aquello le atormentaba.

Para una persona que cuidaba tanto de su aspecto, saber que este se había visto modificado sin siquiera tener oportunidad de decidir era una tortura.

- Horacio hoy dejas el hospital ¿Cómo te sientes? – la voz de Sharon, la enfermera que había estado cuidándole desde el primer día hizo que emitiera una sutil sonrisa.

- Al fin podre ver algo más que no sean estas paredes – expresó, a pesar de no sentir una particular alegría por aquella noticia.

- Te extrañaremos por aquí – pronuncio a medida que le iba quitando la aguja de su brazo.

- Yo también les extrañaré – al menos aquí no estaba solo, quiso pronunciar.

Para su suerte, o desgracia, haber sido parte del CNI tenía sus ventajas, en cuanto puso un pie en la acera Michelle lo estaba esperando, la pelirroja tenía ese aire de mujer fuerte que la caracterizaba, pareciendo casi intocable.

- Ven – pronunció. Sin esperar respuesta de Horacio ingresó a un auto color negro con vidrios polarizados.

El moreno sopeso si seguirla o ignorarla, después de todo, no le debía nada a la pelirroja.

 Eligió la primera.

- Te llevaré a tu nuevo hogar – habló ésta una vez Horacio tomo asiento.

- No es necesario yo...- comenzó a hablar pero se detuvo ¿Qué diría? ¿Qué tenía un lugar a donde ir? Ni siquiera sabía quién era en ese momento, mucho menos que sería de su vida a partir de ahora.

- No lo hago por ti, Conway me lo pidió – se limitó a decir la pelirroja sin dar mayores explicaciones.

- ¿El está bien? ¿Qué hay de Gustabo? – cuestionó, esperando que al menos le diera alguna respuesta.

- Ambos están bien, no debes preocuparte.

Esa fue toda la conversación que tuvieron, durante el camino, Horacio se limitó a mirar sus manos, o mejor dicho, los guantes que las reguardaban, pues se negaba a apreciar cualquier vestigio de sus cicatrices.

Michelle lo dejó en un edificio de apartamentos con una llave, desapareciendo sin dejar siquiera un número telefónico para contactarla.

Ingresó al lugar, todo estaba oscuro, encendió las luces observando lo que sería su nueva vivienda. Se detuvo un momento apreciando cada rincón, los sofás, la cama e incluso la cocina, pero se abstuvo de ir al baño, sabía que allí de seguro había un espejo y se negaba a verse, aunque en algún momento debía enfrentarse a ello.

Se dedicó el resto de la tarde a dejar las pocas pertenencias que tenía en su habitación y a cocinar. Cuando cayó la noche, se dijo que ya no podía dilatar mas el momento, que era hora de afrontar su nueva realidad.

Fue así que respirando profundamente en la puerta del baño dio un paso adelante quedando justo frente al espejo pero de perfil, cerró los ojos girando hacia su derecha para luego abrirlos, encontrándose de lleno con su reflejo.

Un jadeo salió de sus labios al observarse, parte de su rostro era atravesado por una cicatriz, al igual que su cuello y torso, la cresta ya no estaba. Lagrimas comenzaron a acumularse y desbordarse de sus ojos, un sollozo estrangulado escapo de su garganta. Se vio en la necesitad de apoyar su mano en el lavabo para no caer mientras su mundo se derrumbaba por segunda vez.

Lloró hasta que sus ojos se quedaron sin lagrimas, hasta que el dolor de cabeza fue demasiado, hasta que su cuerpo se volvió borroso en el espejo. Ese no era él, era una parte rota de su existencia, era el Horacio que habían dañado tanto que ya no quedaba nada, solo un cascaron vacío que era atrapado por la soledad. Su rostro era el resultado de las malas decisiones, de su ingenuidad.

Se acurrucó en un rincón sobre las frías baldosas, estaba solo, todos se habían ido y ya no sabía siquiera quien quería ser...

One Shot +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora