Al final del camino

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El incesante sonido repetitivo taladraba sus oídos como si miles de martillos se encontraran clavando dentro de él, no podía moverse, cada centímetro de su cuerpo dolía, sentía que poco a poco iba sumiéndose en un sueño que posiblemente sería eterno.

Era arrastrado por la marea, sumergido hacia las profundidades más oscuras del océano, abrió sus ojos a la espera de que el agua entrara a sus pulmones, pero no había agua, solo oscuridad, una inmensa masa de neblina que nublaba su sentido de la vista, se encontraba solo, en un lugar desconocido donde el silencio era ensordecedor, al menos hasta que dejó salir su propia voz en busca de alguien que pudiera orientarle, decirle que lugar era aquel.

Comenzó a dar pequeños pasos observando a sus alrededores por si captaba algún movimiento, la briza le hizo estremecer, dándose cuenta de que sus ropas no eran las adecuadas para estar allí. Continuó caminando, preguntándose que era aquello, lo último que recordaba era estar manejando, el miedo recorriendo su cuerpo al darse cuenta de que no tenía frenos y el golpe, luego todo se había desvanecido.

- ¿Será que estoy muerto? – se preguntó, abrazando su cuerpo para mantener el calor.

Caminó a través de la niebla hasta que esta se fue dispersando dejando a su paso un inmenso campo, a lo lejos podía divisarse una casa, algunos animales vagaban por el terreno comiendo pastizales.

A medida que se fue acercando la sensación de familiaridad aumentaba, creía haber visto aquella fachada con anterioridad, la madera manchada con la presencia de la humedad, el techo a dos aguas e incluso la pelota que podía divisarse sobre este, el árbol a apenas unos metros de la entrada y el granero un poco más atrás.

Todo cobró sentido cuando lo vio, un niño con cabellos rubios de apenas seis años jugando a un lado de aquel árbol.

Se detuvo en seco, intentando asimilar lo que su vista le mostraba, sentía como su pecho se oprimía y las ganas de dejar ir las lágrimas que poco a poco se formaban en sus ojos. No podía ser posible, ya ni siquiera recordaba los años que habían pasado desde que dejó Rusia atrás, apenas si mantenía vagas imágenes de su antiguo hogar y de su hermano.

- Alex– susurró, sabiendo que su voz no sería apreciada por el oído de aquel pequeño.

Dejó que la gravedad actuara sobre su cuerpo cayendo de rodillas sobre aquella tierra que años atrás llamó hogar, sus ojos observaron el pasto y sus manos palparon la humedad cerciorándose de que fuera real, o tal vez no lo era ¿Dónde estaba realmente?

- Vik – la voz de una mujer lo alertó debiendo levantar su cabeza - ¿Qué haces allí?

Esta vez dejó que sus lágrimas tomaran el control deslizándose por sus mejillas, porque frente a él, con un precioso vestido de flores, su pelo rubio recogido y aquellos ojos iguales a los suyos, se encontraba ella, su hermana, su querida hermana.

- Oye no llores – vio como esta se arrodillaba junto a él – si ha pasado algo en el pueblo puedes contármelo – la mano de la chica fue a la suya, pudo sentirla, el calor que esta emanaba, la dulzura de su caricia, como si nunca se hubiera ido, como si todo lo vivido después de su muerte hubiera sido un sueño muy largo.

- Estas viva – pronunció, sus palabras apenas escuchándose debido a los sollozos y el llanto que no se detenía.

- Claro tonto, ¿por qué no lo estaría? Ven – ella se levantó tendiendo su mano – mamá hizo la cena.

Volkov no tenía idea si lo que estaba viviendo no era simplemente una alucinación producto de un golpe, no tenía idea de si todo aquello que creía haber vivido era cierto, lo que si sabía es que tenía la oportunidad de volver a estar con su familia, nada le importaba ya si eso significaba tenerlos otra vez, fue por ello que no dudo en tomar su mano, aferrarse a idea de poder vivir con ellos nuevamente.

One Shot +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora