Los helaneses saludaron cortésmente.
Erik se dirigió a Haakon: –Majestad, hemos traído varias propuestas para el tratado, y esperamos que ustedes tengan listas las suyas.

–Sí, claro, claro. Vamos, pasemos al salón para verlos– respondió el rey, y volteó hacia Cressida: –Lo siento, luego nos organizamos mejor– susurró.

–Buena suerte– contestó ella.

Anémona dijo a su hermana: –Bueno, yo también tengo que irme, pero tal vez pueda investigar algo, si no hay problemas en el bosque.

–Buena idea. Pero, espera a que vengan tus guardias, no te vayas como ayer– respondió Cressida.

Anémona, que ya había empezado a bajar las escaleras, se detuvo y contestó: –Sí, tienes razón. ¿Dónde estarán?.

–Eeeh, ¡voy a preguntarle a Haakon!– replicó Cressida, y fué tras él. Anémona la siguió.

      Por fortuna, el rey aún no se había alejado mucho. La reina se acercó a él y le preguntó por los guardias. Pero Anémona no pudo oír lo que contestó, pues entonces el príncipe se dirigió a ella: –Por cierto, señorita Anémona, le debo una disculpa por las desavenencias que tuvimos ayer.

La muchacha lo miró de soslayo, y contestó: –Mejor tarde que nunca.

Erik se sorprendió y replicó: –¿Sigue molesta?

–Sí. Y no quiero seguir hablando con usted– afirmó Anémona.

–Bueno, supongo que entonces tengo que pasar de las palabras a los hechos– dijo Erik.

Al ver que ella no le hizo caso, intentó tocarle el hombro, pero ella, sin mirarlo, dió un paso atrás para esquivarlo. –No me convence. Si no respeta a otros seres, no puedo confiar que sus disculpas sean sinceras– sentenció Anémona. Erik intentó contestar, pero no se le ocurrió nada.

       Mientras, los guardias habían llegado, y tras reverenciar a los reyes y a los visitantes, dijeron a Anémona: –Ya estamos listos.

–Muy bien, entonces vámonos– respondió ella, con una sonrisa real, que contrastó con la severidad con la que había tratado al príncipe, y emprendieron la marcha hacia el bosque.

        Al llegar a su destino, los guardias preguntaron a Anémona: –¿Por dónde empezamos?

–Eh, bueno, creo que debemos ir a verificar que los silfos y patatones estén acatando las órdenes y no hayan salido de sus reinos– dijo ella.

–¿Y los duendes?– interrogó uno de los guardias.

–Con esos no se puede saber, así que vamos a lo seguro– contestó Anémona, tratando de no reírse al pensar en los duendes. Si bien el reino de los duendes había aceptado y respetado el trato con el de los cazadores, ella tenía sus dudas de si cumplirían esta vez, puesto que era una situación temporal, y podrían creer que las consecuencias no serían graves, a diferencia de un suceso permanente. Sin embargo, más adelante sí hubo un reino que desacató el trato, y los duendes no fueron los culpables...    

      Pero sigamos la historia. Anémona y los guardias entonces se dirigieron primero a verificar a los patatones. Como ya dije, pero lo repito por si a alguien se le olvidó, su reino estaba en el norte, y aunque resultaba la misma distancia desde las afueras del bosque para el reino de los silfos, había que subir la montaña para llegar ahí, por lo que sería menos cansado viajar primero hacia territorio de los patatones.

      Tardaron aproximadamente una hora en llegar. Los guardias, que iban con sus armaduras y demás enseres, además de no estar acostumbrados a caminar por tanto tiempo, llegaron casi arrastrándose, a diferencia de la muchacha, que no se había cansado ni un poquito. Ella no les había dicho nada en todo el camino, pero sí los había oído quejarse, así que les sugirió: –Señores, quédense a descansar un rato mientras voy a ver qué novedades hay.

Flor de viento, criatura marinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora