Ari se sorprendió: –¿Ya te vas? Pero, casi no hablamos nada.

–No te preocupes. De todos modos, no me siento bien. Mañana estaré mejor y hablaremos más– respondió Anémona.

Ari hizo un pucherito. Todavía no quería que se fuera, pero no podía hacer nada, menos aún si ella no se sentía bien. Resignado, contestó: –Estaré aquí a la misma hora que hoy.

–Entonces, los veré mañana– afirmó la joven, y comenzó a andar de vuelta a al bosque, pero se detuvo cuando Susto tomó la forma de un pequeño pájaro y se posó en su hombro.

–¿Qué tienes?– preguntó susurrando.
El nokk, agarrando fuertemente el abrigo de Anémona, aleteó para jalarla de regreso, pero con esas dimensiones, no lo consiguió. Ella se rió y dijo: -No te preocupes, volveré.

Susto bajó la cabeza y voló hasta aterrizar en la mano de Ari.

Mientras Anémona se alejaba, el joven acarició al nokk, y preguntó: -Sindri, ¿les avisaste a mamá y papá que vendrías?

–Sí. Aunque no que Susto también, pero sí saben que estoy aquí.

–De acuerdo. Volvamos a casa– dijo el mayor, y se sumergió en el agua. Sus hermanos lo siguieron, al igual que el nokk.

Se dirigieron de vuelta a su casa, nadando despacio y en silencio,. Ya faltaba poco para llegar cuando Sindri preguntó a Ari:
–¿Te enojaste con nosotros, verdad?

Ari lo miró y contestó: –No, no me enojé, no es eso. Sólo... quisiera estar más tiempo con ella.

Sindri resopló y se abrazó a Ari. En realidad, era él quien estaba enojado, aunque no se daba cuenta. Coral nadaba junto a ellos silenciosamente, atenta para avisarles de algún peligro, mas decidió que no podía callarse más: –Ari, sé que estás enamorado, pero trata de no solo pensar en Anémona. Nosotros también te queremos.

–Lo sé. También los quiero mucho- respondió el joven.

Los tres volvieron a quedarse callados, hasta que llegaron a su casa.
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Anémona regresó al bosque. Definitivamente, no estaba más tranquila, pero no sabía cómo manejar la situación. Todavía le faltaba enfrentar al príncipe con tal de saber toda la historia, pero ya tenía dudas de si lo conseguiría.

Caminó por un largo rato, sin rumbo fijo, hasta que se encontró de nuevo con Olaf y Singular, quienes corrían hacia la casa de A. Brah, pero se detuvieron al ver a la muchacha.

–¿Qué ocurre? ¿Pasa algo malo?– interrogó rápidamente ella.

–Sí, los guardias duendes encontraron a algunos helaneses dentro del bosque. No traían libros, pero aún así pasaron la barrera del hechicero– explicó el consejero.

Anémona dedujo rápidamente: -Traen cristales de ruburum.

–Ru ¿qué cosa?– preguntó Olaf.

–Unos cristales que anulan la magia. Pero por ahora no perdamos tiempo en hablar, tú ve por el hechicero y yo me encargo de los helaneses- ordenó la muchacha.

Olaf se bajó del caballo de un salto y dijo: –Está bien, pero que te lleve Singular, sabe dónde se encuentran. Yo puedo correr hasta la casa de A. Brah.

–De acuerdo– asintió ella mientras subía al lomo del corcel, y cada uno se dirigió a puntos opuestos del camino.

Las ventajas de tener un caballo como Singular es que no se necesitaba que lo guiase siempre una persona, ya que su inteligencia a veces incluso superaba a la de los humanos. En unos cuantos minutos, llegaron hasta donde se encontraban los extranjeros.

Flor de viento, criatura marinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora