Al día siguiente, Sindri fue a buscar a Ari. Estaba preocupado porque desde la noche anterior el mayor se había escondido en su habitación, y no le había dirigido la palabra, siendo lo normal que se pasaran muchas horas hablando. No había tomado en cuenta, sin embargo, que en realidad Ari no había hablado con nadie desde ese momento, y se sentía inquieto acerca de lo que le diría. Pero se decidió a verlo de todas formas.
Cuando entró al cuarto, Sindri observó hacia todos lados. Ari estaba en su cama, todavía dormido. Se veía cansado.

El hermano pequeño se acercó sigilosamente para verlo mejor. Como Ari no se movió, Sindri se acomodó junto a él. Estuvo a nada de quedarse dormido, pero entonces Ari despertó, y al verlo ahí, preguntó: -¿Qué pasa?

Al oírlo, Sindri reaccionó, se frotó los ojos y replicó: -¡Primero que nada buenos días!

Ari se rió un poquito y respondió: -Buenos días. ¿Qué haces aquí?

-Quería saber cómo estás. ¿Qué te pasó ayer, que no me contaste?- interrogó el pequeño.

-Niño chismoso- resopló Ari, pero enseguida abrazó a su hermanito y le acarició el cabello. Sindri no protestó, aunque se incomodó un poco por la forma en que lo había abrazado. Esperó a que Ari lo soltara, lo cual tardó un rato.

-Sindri, ¿no te vas a asustar de lo que diga?- preguntó el mayor.

El pequeño se sobresaltó, pues ya casi se dormía nuevamente, y contestó: -No, no me asusto, tú dime.

-Bueno. La cuestión es que me gusta mucho una chica- dijo Ari tímidamente.

Sindri miró hacia arriba, un tanto decepcionado de tal motivo, y dijo: -¿Y nada más por eso estás deprimido?

-No... es porque, bueno, el asunto es mucho más complicado- balbuceó el hermano mayor, y procedió a relatar los hechos del día anterior.

Cuando terminó, Sindri estaba fuertemente agarrado de su ropa, y temblaba. Ari sonrió por un segundo y dijo: -¿No que no te ibas a asustar?

-Pues para que sepas, no estoy asustado, estoy aterrado- contestó el chico, con voz tan temblorosa como orgullosa. El otro se rió un poco y lo volvió a abrazar.

Y es que a pesar de que no conocían a ningún humano, tenían una razón justificada para temer a nuestra especie, puesto que las personas comen peces.

Sindri quería mucho a Ari, y tenía miedo de que Anémona le causara daño. Sin embargo, no podía pensar una manera de protegerlo, el miedo se lo impedía.

Unos minutos después, entraron a la habitación las dos hermanas pequeñas, buscando a los dos mayores. Cuando los vieron, se abalanzaron sobre ellos, riéndose alegremente. Por la sorpresa, Ari y Sindri trataron de empujarlas al piso, pero ellas se agarraron de Ari con toda su fuerza para no caer, y entonces los chicos se calmaron un poco y las acomodaron junto a ellos.

-¿No van a venir a desayunar?- preguntó Natt, (la mayor de las dos), aún recuperándose de la risa. Los muchachos se vieron uno al otro. Con el estrés, ni se acordaban de que había que comer, pero asintieron y siguieron a las niñas.

Llegaron hasta otra sección del barco, la más grande. Allí estaba ya el resto de la familia, ante una cantidad considerable de algas. Aunque al principio todos se saludaron y sonreían como en cualquier otro día, no pasó mucho para que el ánimo general decayera drásticamente en cuanto guardaron silencio mientras comían.
Las dos niñas y el bebé Leif, quienes no estaban enterados del drama, se sintieron especialmente confundidos ante la actitud de los mayores..."

Interrumpió una persona del público: -¿En serio el bebé también? Pero, ¿no está muy chiquito?

-Será chiquito, pero perceptivo. Creánme, no hay que subestimar a los bebés- respondió el narrador, y siguió con el relato: "En fin. Lo que iba a decir es que, como no sabían qué estaba pasando, querían enterarse, pero a la vez no se atrevían a preguntar, ya que no era común que no les dijeran acerca de los problemas que surgían, así que intuían que este era un caso diferente. Las pequeñas miraban de un lado a otro, tratando de descifrar las expresiones de los demás.

Flor de viento, criatura marinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora