Durante el camino de regreso, Ari siguió observando el extraño lugar que era el bosque, aunque a veces se distraía mirando a la muchacha.

A causa de que el sol ya se asomaba de nuevo, el joven resintió más rápido la falta de agua, así que cuando por fin llegaron a la orilla del mar, temiendo que Ari se hubiese debilitado mucho, Anémona hizo que Singular caminara hasta que se hundiera por completo el lomo del caballo, para bajar más rápido y directo al agua a Ari.

Por fortuna, no le había afectado tanto, y luego de permanecer bajo el agua unos minutos, el tritón se recuperó y asomó nuevamente para ver a la muchacha.

–Creo que sólo te llevaré al bosque en días lluviosos. Mira cómo te está dañando el sol– señaló Anémona.

–Está bien. Pero yo te llevaré mañana al mar sin importar el clima– afirmó él.

Ambos rieron y se tomaron de las manos suavemente, tras lo cual, se quedaron mirándose por unos segundos. Casi no habían hablado del asunto de la identidad verdadera de la joven, pero en esos momentos no tenía importancia para ellos. Simplemente necesitaban un poco de paz y tranquilidad, y era lo que tenían justo ahora.

Por desgracia, fueron interrumpidos por unas voces que venían del bosque, aunque por un camino diferente al que ellos habían transitado.

–Ocúltate, veré quiénes son– ordenó Anémona, bajando del caballo, sacó su espada y corrió hacia el bosque.

Ari se escondió detrás de Singular, mientras que Susto, que ahora tenía el aspecto de una medusa, se colocó junto al muchacho, listo para darle un toquecito venenoso al que se acercara sin cuidado.

La joven se encontró con que quienes estaban hablando en el bosque eran dos guardias, un silfo y un duende. Al verla, el duende explicó: –¡Señorita, la estábamos buscando todos los guardias. El príncipe vino otra vez al bosque, hay que hacer algo al respecto!

Anémona asintió, aunque por lo inesperado, no supo qué contestar de inmediato. El silfo señaló detrás de ella: –Va por allá, actuemos rápido.

La muchacha volteó a ver, y en efecto, Erik iba caminando tranquilamente, en dirección hacia la costa. Anémona miró de nuevo a los guardias y ordenó: –Soliciten la presencia del rey Haakon, yo trataré de mantener ocupado al príncipe.

Los guardias se apresuraron en comunicar la orden al resto de vigilantes por medio de los radios, mientras Anémona corrió para llegar junto al príncipe, y se encontraron justo entre los últimos árboles del bosque.

Erik se sorprendió de volver a encontrar a la sílfide y la saludó, pero ella preguntó: –¿Tú me sigues o qué?

–No. ¿Pero no ya estábamos en buenos términos?

–Hmm, yo más bien diría que en término medio.

Los dos respiraron hondo. Era difícil no desesperarse uno con otro, pero tampoco podían ser exigentes. El príncipe explicó: –Sólo venía a pasear una última vez en este bosque. Aún no creo eso de los animales feroces; si lo decías por otras sílfides, estoy a salvo mientras tenga mi ruburum.

Anémona estaba por contestar, pero en ese momento se escucharon relinchos del caballo, lo que hizo a ambos volverse hacia el lugar de donde provino, que era entre las rocas más grandes de la orilla del mar.

–Qué extraño, ¿por qué habrá un caballo en ese lugar?– preguntó Erik.

–Tal vez sea un caballito de mar– respondió Anémona, pero él no se dejó convencer esta vez, y se dirigió a buscar al equino.

La muchacha lo siguió, rezando interiormente por que el príncipe no viera a Ari, pero los dioses estaban atendiendo otro asunto y no le ayudaron, pues al llegar, se encontraron al joven tritón, que intentaba calmar a Singular como había visto que hacía la muchacha, aunque sin el mismo resultado.

Flor de viento, criatura marinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora