La mañana del siguiente día estaba bella, libre de las nubes que la noche anterior se habían precipitado como una lluvia abundante. Luego de desayunar, Anémona se preparó para ir de nuevo al bosque, pero antes de salir, fue en busca del rey para hablar con él respecto a las trampas. Sin embargo, cuando llegó con él, se encontró con que ya estaban los helaneses hablando con él, pero faltaba Erik. Sin duda era extraño que no estuviese allí, pero la joven no le dio tanta importancia. De todos modos, no quería hablar con ninguno de los extranjeros. Pero, para su mala suerte, Haakon la notó y la saludó, haciendo que los demás también voltearan a verla. Anémona intentó sonreír mientras devolvía el saludo, lo cual no afectó mucho a los helaneses, pero el rey entendió que se había equivocado, lo que le avergonzó, y dirigiéndose a los visitantes, dijo: –Bueno, mientras esperamos al príncipe, ¿les gustaría pasar a la biblioteca?
–Claro– respondió el que lideraba al grupo en ausencia de Erik, y se dirigieron a la biblioteca.
Antes de seguirlos, Haakon se acercó a Anémona y le dijo: –Hoy seguiré ocupado con los helaneses, pero ya son varios días que no saco de la cuadra a Singular. ¿Podrías llevártelo al bosque hoy?
–Hmmm... Sí, esta bien– respondió ella.
Desde luego, el caballo del rey era un corcel fuerte y elegante, (contando también con un extrañamente preciso instinto), que transportaba al monarca por todos los rincones de la isla cuando era necesario. La falta de ejercicio podría afectarle, por lo que Haakon procuraba mantenerlo activo, sin llegar a fatigarlo, pues eso también sería perjudicial para el equino.
Así que, un rato después, la muchacha se dirigió al bosque, a lomos del corcel. Aunque no era mucho más rápido que ella, Anémona estaba contenta de cabalgar con Singular. Sin embargo, cuando se internaron en el bosque, Singular se inquietó un poco, y trató de caminar por una ruta diferente a la que Anémona estaba indicando.
–¿Qué ocurre? ¿Pasa algo malo por este sendero?– preguntó ella.
Desde luego, el caballo no respondió con palabras, pero sí se dio a entender: percibió que había alguien cerca. Anémona aguzó los sentidos para tratar de distinguir de quién se trataba. No pasó mucho cuando percibió el sonido de pasos, que se dirigían hacia ellos. La joven sacó su navaja y esperó alerta hasta que apareció por la derecha el príncipe Erik. Los dos se sorprendieron de encontrarse.
–¡Buenos días!– saludó Erik con una sonrisa. Anémona se puso pálida: ¿Cómo rayos había entrado al bosque? Se suponía que la vigilancia era mejor ahora.
Al ver que no contestaba, Erik se acercó a ella. –¿Qué ocurre?– preguntó.
–¿Qué hace usted aquí?– preguntó Anémona bruscamente.
–Vine a conocer esta parte del reino antes de continuar con las negociaciones– replicó muy tranquilo.
–No debería estar aquí. El bosque es peligroso cuando no se conocen los caminos– afirmó Anémona con severidad.
–Oh, lo sé. No crea que en mi reino no hay bosques. A propósito, ¿puedo acompañarla?– contestó el príncipe.
–No. Regrese al castillo, está más seguro allí– ordenó ella, pero él respondió: –¿Y usted, no está más segura allá también?
–Yo conozco este bosque, estoy tan segura como en el mejor lugar del castillo– aseguró Anémona. Erik se acercó más, pero esta vez, Singular fue el que reaccionó, relinchando ferozmente.
–¡Qué caballo! ¿En serio se siente segura con un animal así? Tal vez debería acompañarla– exclamó el príncipe.
–¡Estoy muy segura! ¡Este es el mejor caballo que ha existido en este reino!
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Flor de viento, criatura marina
FantasyPrimera historia de "La visión del hechicero" En una isla con cuatro reinos, la paz se vio alterada cuando el príncipe Erik, del reino de Heland, viajó desde el continente para pedir ayuda al rey Haakon de Toivonpaikka. En Heland, despreciaban a los...