El narrador hizo una pausa, observando los rostros de los atentos oyentes, que aún estaban muy interesados en saber cómo terminaba el asunto. Tras refrescarse nuevamente con un sorbo de agua, continuó: “Damas y caballeros, niños y niñas, ya queda poco para que se revelen todos los misterios, pero vamos por partes.
Al entrar al castillo, Anémona se encontró con Cressida, quien la atrapó rápidamente con un abrazo, lo que sorprendió a la hermana pequeña.

–¿Cressida, estás bien?– preguntó.

–Estoy bien preocupada por ti, ayer no nos dejaste hablar contigo, en la mañana te fuiste sin avisar, y ahora me entero por Haakon que el príncipe se enteró de que eres una sílfide.

–Ah, eso. Perdón, estaba molesta porque dudaba de todos, y aún no sé quién se lo dijo ni por qué.

La reina respiró hondo y acarició la cabeza de su hermanita. –Por si las dudas, yo no le dije– aseguró.

Anémona rió y asintió. Cressida no podía ser culpable.

–Erik me contó una historia, dice que quiere ayudarme, pero todavía no le creo– explicó la muchacha.

–Ni yo, pero por lo menos cuéntame esa historia– respondió la mayor. Ambas rieron y se fueron para la biblioteca, donde Anémona le contó a Cressida lo que había ocurrido, y ya llevaba como dos días atrasados de información, así que se tardaron un gran rato, pero la reina escuchó con atención.

–Aun cuando se vayan los helaneses, todavía tenemos muchos problemas por resolver, tanto sobre mí como con los otros reinos– finalizó Anémona.

–Es muy cierto. Aunque tendremos más libertad de acción, todavía será un trabajo pesado– asintió la reina.

Suspiró antes de agregar: –Casi no te hemos dejado decidir qué hacer. Aunque no te digamos nada, has tenido que pensar más en lo que será mejor para todos y pocas veces has tenido tiempo para ti. Entiendo que te escapes a ratos de tu trabajo.

Anémona no supo qué contestar. Estaba cansada y ya no quería seguir así. Ni siquiera podía concentrarse en una sola cosa. Cressida la abrazó, sin esperar a que contestase, sabiendo que sólo necesitaba que la apapacharan.

Al poco rato, Haakon entró a la biblioteca, y al ver a las hermanas, se acercó a abrazarlas también, aunque no por mucho tiempo, pues también quería hablar con ellas con  seriedad:

–Tornado me informó que los hechiceros de los otros reinos lo llamaron y… hay más noticias malas que buenas. Los silfos prevén que habrá una tormenta, así que los helaneses no se irán, al menos por un par de días más estarán aquí. Con los patatones, parece que han tenido problemas internos, así que no dijeron mucho, pero según Tornado, se notaba que están inquietos. Y con los duendes… pues parece que todo bien, se están preparando para la fiesta de primavera-verano, lo que me recordó que no he hablado de eso con los demás reyes.

–Ya ni me acordaba de la fiesta– murmuró Anémona.

Cressida y Haakon rieron y contestaron: –Nosotros tampoco.

En verdad, con todo el ajetreo que habían pasado recientemente, asuntos como el de la fiesta habían pasado a segundo plano.

Sin embargo, ya que estaban los tres juntos, era buen momento para reorganizarse, como señaló la reina: –Si seguimos así, habrá un caos muy difícil de arreglar, así que debemos ver cómo lograr de nuevo una agenda más equilibrada para manejar la situación.

–Tienes razón, amor. Veamos cómo cambiar para que sea más fácil estar al tanto de todo– aprobó Haakon.

Anémona no dijo nada, pero estaba de acuerdo, y después de un rato, quedaron en que debían mantener a los helaneses ocupados en el castillo. La comunicación con los otros reinos sería sólo a través de la bola de cristal de Tornado, y la barrera que había hecho el hechicero aún se mantendría, pero visto que aún así no era muy efectiva gracias al efecto de los cristales, su función sería cambiada a mantener invisibles a todos los seres mágicos, ya que según había observado Anémona, gracias al cristal que Ari le llevó, la magia sólo se anulaba si se estaba en contacto directo con el cristal o en un lugar con abundancia de los mismos, como era la cueva.

Flor de viento, criatura marinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora