–¡Pero no nos deje con la intriga, o al menos diga algo útil para enfrentarnos a lo que viene! – protestó enojada la reina.
A. Brah respondió: –No se preocupe majestad, lo sabrá en 3, 2, 1...
Y en ese momento, llegó corriendo un guardia, quien habló: –Altezas, hay una pelea entre los helaneses que se quedaron en su barco. Y parece que es por algo grave, ya que es bastante notorio su altercado. Tememos que suceda un problema mayor.
–Iremos enseguida – afirmó el rey, y rápidamente todos salieron del calabozo.
Bueno, el hechicero no se dio tanta prisa, pues ya sabía lo que iba a pasar, aunque todavía corría el riesgo de equivocarse como en las veces anteriores, pero no le dio importancia.
Al llegar al puerto, Anémona, Cressida y Haakon vieron que, en efecto, se escuchaban sonidos de pelea desde el interior del navío, pero lo que llamó más su atención es que parecían provenir de la sección de los remeros.
–¿Será buena idea entrar? – inquirió el rey.
–Pues la verdad es que no, pero de todas formas lo haré. Ustedes espérenme aquí – respondió Anémona, y subió al drakkar con su espada desenvainada.
Como ya conocía el camino, y esta vez sus nervios alterados no le dejaron marearse por el movimiento, llegó rápidamente al lugar donde ocurría la pelea.
Se encontró con Hagen, quien veía todo desde la puerta, y solamente les echaba porras a los remeros, quienes combatían como podían a la ahora disminuida cantidad de helaneses, quienes, sin embargo, al estar armados, mantenían a sus prisioneros en una leve desventaja, que compensaban con su cantidad mayor. Evidentemente, el patatón tenía un papel importante en esto, pero por el momento la joven no se centró tanto en él.
Después de observar por unos instantes la situación, Anémona exclamó: –¡Deténganse ahora! ¡Si no lo hacen, se arrepentirán!
Al oírla, ambos bandos se volvieron hacia ella, y en efecto, se detuvieron.
Uno de los helaneses dijo: –Este es un asunto interno, por favor, déjenos arreglarnos por nosotros mismos.
Pero intervino uno de los remeros: –¿Anémona? ¿Entonces en verdad eras tú quien ha venido aquí dos veces?
La muchacha reconoció la voz de Caronte, el papá de Cressida, y también suyo por adopción. Entonces, no habían escuchado mal. Con un leve temblor en la voz, afirmó: –Papá, mamá, me salvaron de los humanos del reino de Heland, ahora haré lo mismo por ustedes.
La sílfide avanzó entre los remeros, y ante los desconcertados helaneses, sacó su navaja y empezó a abrir grilletes de los remeros, quienes a su vez siguieron desatando a todos los demás apresuradamente, entre los que estaban Caronte y Siglinde, así como otros habitantes de Toivonpaikka, que también habían sido dados por muertos en el hundimiento del barco ocurrido hacía dos años.
Una vez que se terminó de desencadenar a todos los prisioneros, Anémona ordenó a Hagen: –Deja de estar nomás mirando y sácalos de aquí. Yo me encargo de los helaneses.
El patatón, aunque sorprendido por lo que acababa de pasar, hizo caso y guió a los remeros afuera del barco.
Anémona encaró a los extranjeros y habló: -Temo que debo llevarlos a tierra también. Tienen que aclarar muchas cosas con nuestras autoridades.
Uno de ellos contestó: –Bien, pero no crean que por tener ventaja de número les será fácil.
Ella frunció el ceño y les hizo seña de que también salieran del navío, a lo que, tras unos segundos de duda, obedecieron.
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Flor de viento, criatura marina
FantasiaPrimera historia de "La visión del hechicero" En una isla con cuatro reinos, la paz se vio alterada cuando el príncipe Erik, del reino de Heland, viajó desde el continente para pedir ayuda al rey Haakon de Toivonpaikka. En Heland, despreciaban a los...