Con cuidado de que nadie notara su presencia, o en todo caso, que no les pareciera que estaba nerviosa, Anémona atravesó el bosque para llegar al lugar donde se encontraría con Ari. Sin embargo, ya faltando poco para llegar, la alcanzó A. Brah, quien llevaba por las riendas a Singular.

Aunque no se esperaba encontrarlos, Anémona no mostró su sorpresa, y sólo saludó al hechicero. Éste devolvió el saludo, pero no con la misma tranquilidad de siempre, por lo que, aunque no estaba segura de poder confiar en él, Anémona le preguntó: –¿Ha ocurrido algo malo?

–Sí, ha habido un cambio en los acontecimientos que había previsto, y trato de que vuelvan a su curso antes de que termine mal– explicó A. Brah.

–¿Puede decirme qué es lo que ocurrió?– inquirió ella nuevamente.

–No sé si sea buena idea, pero creo que él te ayudará a arreglarlo– contestó el hechicero, dándole las riendas del corcel. Sin que Anémona las hubiera agarrado todavía, Singular se acercó a ella con ansiedad, lo que extrañó a la joven. Parecía como si el caballo y el hechicero estuviesen igual de atribulados.

La muchacha tomó pues las riendas del caballo, y preguntó: –¿Haakon sabe que tenemos a su caballo, verdad?

–¡Por supuesto! No se puede sacar a Singular de su cuadra sin que el rey narval se entere por las buenas o por las malas– respondió el hechicero. Anémona rió.

A. Brah sonrió y dijo: –En fin. Ve a donde ibas, yo trataré de descubrir si te puedo decir qué está pasando.

La muchacha respiró hondo y asintió. Se despidió de A. Brah y continuó su camino junto con Singular.

No tardaron mucho en llegar a su destino, y Anémona dejó al caballo que paseara con libertad, mientras ella se sentó en el suelo para esperar a que llegara Ari. No debería tardar mucho en aparecer, o en todo caso, Coral podría llegar primero y después él.

En efecto, luego de unos minutos, la joven notó movimiento inusual en el agua. Se acercó rápido, pensando que podría tratarse del tritón, y aún más probable porque había notado algo rojizo, tal vez el cabello o las aletas de Ari. Luego de unos momentos, volvió a distinguir movimiento, y esta vez, comprobó que se trataba del muchacho, cuando vió que se alzó cerca de ella la cabeza pelirroja, mostrando sólo sus ojos magenta.

Ella lo saludó rápidamente: –Hola, ¿cómo estás?

–¿Yo?– preguntó él, y tras mirar hacia todos lados, se acercó más, mientras Anémona respondió: –Sí, tú. ¿Estás bien? Te veo preocupado.

Ari titubeó antes de contestar: –Estoy bien, pero me preocupan mis hermanitos.

-¿Les pasó algo?

-Ayer Sindri, Natt y Zuwa nos siguieron cuando vinimos Coral y yo a verte, pero se ocultaron en la cueva y les afectó algo. No se debe entrar a la cueva cuando se es pequeño, pero no sabía por qué, y dice mamá que tal vez sea por las piedras rojas que mencionaste. Mamá y papá se quedaron cuidándolos, pero también faltaba cuidar a Leif, y por eso Coral se tuvo que quedar también.

-Oh. Entiendo.

-Siento que es un poco mi culpa, y además me da miedo venir solo, pero no debería dejarte esperando todo el día- explicó Ari, acercándose un poco más.

Anémona extendió su mano para acariciar el cabello del joven mientras decía: -No te preocupes, yo te cuido. Aunque sí me habría preocupado si no venías- se calló por unos segundos, y luego de observar mejor, agregó: -No viniste tan solo, Susto está por allá.

Ari se volvió y vió que la muchacha tenía razón, unos metros detrás de él estaba el nokk, esta vez con la apariencia de una morsa.

Al notar la presencia de Susto, Singular se puso en guardia, listo para pelearse con él, así que Anémona se acercó rápido al caballo para tratar de calmarlo. El nokk también se preparó para un combate, lo que desconcertó al tritón: -¿Qué es lo que pasa? Se ven como tiburones que se fueran a pelear por una presa.

Flor de viento, criatura marinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora