Anémona no se regresó al bosque, pero sí permaneció lejos del salón principal. Estuvo alternando su estancia entre la biblioteca, la cocina y su cuarto.

Pasó un largo rato así, hasta que el príncipe la siguió a la biblioteca. La muchacha se dio cuenta, pero no lo detuvo, porque era la última vez que iban a hablar.

Erik saludó: –Buenas tardes. ¿Podemos hablar ahora?

Anémona solamente asintió con la cabeza. El príncipe se sentó en una de las dos sillas junto al escritorio, mientras que la joven se quedó de pie a unos pasos de la ventana.

–De acuerdo, ¿Por dónde empiezo?– preguntó él.

–¿Si la acusación contra el rey Christian era falsa, por qué no simplemente lo demostró?– respondió sin dudar Anémona.

El príncipe medio rió y dijo: –Pensé que diría “por el inicio”.

–Así es. La acusación fue el inicio– replicó ella sin perder la seriedad.

Erik dejó de sonreír, puesto que no conseguiría nada con su sentido del humor. Habló con toda la serenidad posible: –Según sé, mi papá no había hecho nada contra los seres mágicos, pero tal vez haya ocurrido algo de manera indirecta. En cualquier caso, esa acusación no coincidía con la realidad, pero ni siquiera tuvo oportunidad de demostrar su inocencia, puesto que el tritón lo atacó primero.

–Eso me lleva a la segunda pregunta: ¿cómo supieron que era un tritón si tenía forma humana?

–Porque él mismo lo dijo.

–Pero si llegó con una acusación falsa, también pudo llegar con una identidad falsa.

Erik se quedó callado. Aunque ya había escuchado esa posibilidad antes, no la esperaba en la conversación con Anémona, y no supo qué contestar.

Ella continuó: –Bien, supongamos que dijo la verdad y pasemos a otra pregunta. ¿De dónde salieron los silfos?

–Eh… ¿del bosque? No estoy tan seguro de eso, ya que no hay registros oficiales de dónde vivían las especies que hubo en nuestro reino. Me he guiado principalmente por los cuentos para los niños– explicó Erik.

Anémona respiró hondo. Si Erik sabía todo por cuentos, en parte estaba justificada su ignorancia, ya que probablemente la información se hubiese tergiversado con el paso del tiempo y los agregados de la gente.

El príncipe pareció entender lo que Anémona estaba pensando y dijo: –Lo que sí sé es que se llamaba Esir. También sé que no era para nada bueno en la esgrima, no duró ni diez minutos. Y a todo esto, ¿por qué quiere saber esa historia?

La muchacha pensó su justificación por unos segundos. No le iba a decir la verdad, pero tenía que contestar con algo creíble. Sin embargo, no se esperaba que él dijera: –No eres la única sílfide con problemas de identidad, ¿o sí?”

De entre el público que escuchaba la historia, de pronto se oyeron toses de atragantados al oír esta revelación, mientras que otros quedaron boquiabiertos. La sala quedó en absoluto silencio por unos minutos.

Finalmente, el editor volvió a hablar: “Así como se quedaron todos, igual quedó Anémona. Pero cuando salió de su asombro, sacó rápidamente su navaja y se abalanzó sobre el príncipe, lista para despojarlo de su mísera vida. Él no logró apartase a tiempo, y quedó atrapado entre el piso y la mano izquierda y las rodillas de la joven. Antes de que usara la mano derecha para atravesar la navaja en algún órgano vital, él exclamó: –¿Segura de que no quieres mi ayuda?

–No estoy segura de querer confiar en ti. ¿Desde cuándo lo sabes?

–Si me estás haciendo una pregunta, significa que sí confías.

Flor de viento, criatura marinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora