Cuando Anémona regresó al castillo del reino de los humanos, vió que Erik y el resto de los helaneses apenas se iban, así que, para evitar encontrase con ellos, aprovechó y fue a la herrería del reino, para que arreglaran su navaja, que había quedado muy maltratada al cortar las redes de metal.

Así pues, avanzó entre las pequeñas casas, por las calles de tierra, donde por la frecuencia del paso de las personas casi no crecían hierbas. A esas horas, casi no había personas fuera de sus casas, pero quienes aún se encontraban en las calles saludaban al paso a la muchacha.

Como mencioné al principio de la narración, Anémona conocía bien toda la isla, y había aprendido muchos, (ella creía que todos) los oficios que los habitantes realizaban; incluso hubiera podido arreglar la navaja ella misma, pero además de esquivar a Erik, necesitaba dejar de trabajar y de hablar por un rato.

Llegó pues hasta la herrería, justo a tiempo, pues los herreros ya estaban por marcharse. Rápidamente explicó que necesitaba que arreglasen su navaja, a lo que accedieron, pues era una tarea relativamente sencilla y rápida.

Mientras esperaba, Anémona se apoyó en el umbral de la puerta, y cerró los ojos por un ratito para descansar. No se preocupó por vigilar que los herreros trabajasen; con oír los sonidos de las herramientas reconocía los movimientos como si los estuviera viendo.

Sonido. Se acordó que Ari había mencionado que el ritual que se practicaba en la caverna consistía en atravesarla sólo guiándose por el sonido. Entonces comprendió que cuando ella y Violeta escucharon las voces de Ari y Coral en la caverna, ellos estaban probando el eco de la cueva. Anémona pensó en lo maravilloso que fue el hecho de que, no sabiendo de la existencia de la conexión entre las dos cuevas, se hubiera propiciado esa situación para conocer al joven.

Recordándolo, se olvidó del resto del mundo.

Pasó mucho rato absorta en evocar la imagen de Ari, hasta que la interrumpió la voz del herrero principal, informándole que ya estaba reparada la navaja. Anémona entonces la recogió, sacó unas monedas y pagó tanto la reparación como el cincel nuevo, y regresó al castillo.

Cuando llegó, los helaneses ya tenían bastante rato de haberse ido a su barco, pero Cressida estaba a punto de salir a buscarla, pues esta vez había tardado más de lo habitual.

Al ver a Anémona, la reina preguntó: -¿Qué ocurrió? ¿Por qué tardaste tanto en volver?

-Volví hace gran rato, pero como ví que aún no se marchaban los helaneses, decidí llevar mi navaja a reparar- contestó mientras ambas entraban al castillo.

Pero antes de que pudiera contar lo que había ocurrido, se encontraron con Haakon, quien preguntó a la muchacha: -¿Estás bien?. Tardaste mucho, pensé que habían ocurrido más problemas con los seres mágicos.

-No, ese asunto ya está resuelto- contestó Anémona.

Haakon hizo un gesto de alivio, pero enseguida volvió a mostrar seriedad mientras decía: -Eso es muy bueno, pero creo que aun debo pensar otras medidas para evitar conflictos.

-Eso me recuerda: el señor Axel propuso al rey Tyr usar magia para evitar intrusos en el bosque, pero el rey contestó que debía consultarlo primero contigo y los otros monarcas- mencionó la joven.

El rey asintió y contestó: -Es buena idea. ¿Dijo cuándo nos citará para hablar del tema?

-Mañana, antes de que salga el sol.

-Oh. De acuerdo.

Anémona percibió que tanto Haakon como Cressida estaban bastante cansados. Al parecer, había sido un día muy ajetreado para todos, así que no les contó lo que había ocurrido respecto a Ari y su familia. Sería mejor que se enterasen al siguiente día. Además, ya tenía mucha hambre, y no pensaba hablar y cenar al mismo tiempo.

Flor de viento, criatura marinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora