Capítulo 15

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En el capítulo anterior no solo cumplieron el reto antes de las tres horas de publicación, ¡duplicaron el reto! ¿Cómo? Jajajaja nosotras aún no podemos creerlo. Muchas gracias por su apoyo y por el hermoso recibimiento que le dieron. Más adelante haremos más retos, por ahora, disfruten de este cap! Pasan bastantes cositas así que pónganse cómodas/os.

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Dejé la caja roja sobre la barra con más fuerza de la necesaria.

—No lo quiero.

—No seas malagradecida, rubia —dijo Lex, ladeando la cabeza, al otro lado de la barra.

—No voy a agradecer algo que no quiero —expliqué con simpleza, pero la voz firme.

Había llevado la caja con el perfume en mi coche porque no lo quería en casa. No quería nada de Lex ni a diez metros de mí. Así que, apenas lo vi aparecerse en ELE, fui a mi auto, saqué la caja y volví a mi puesto de trabajo.

—Tampoco quiero mensajitos de texto, ni detalles, ni nada que provenga de ti. ¿Te queda claro o tengo que tatuarlo en tu otro brazo?

Él soltó una suave risa, sin dejar de lado su galantería.

—No suelo dejar que nadie decida sobre mis tatuajes, rubia. Pero, si me das una mejor idea, tal vez pueda dedicarte un diseño aquí. —Me mostró el interior de su antebrazo e hizo un puño para marcar sus venas, antes de sonreír de lado y verme a los ojos—. ¿Cuántos centímetros quieres?

—¿Qu-que mierda, Lex? —cuestioné frunciendo el ceño. Él levantó las cejas mientras sonreía con los labios cerrados.

Joder. Si no quería ver a Lex en un día normal, en ese momento, que estaba rebosando de trabajo, parecía una maldición.

—Escúchame, ¿quieres? —dije, intentando calmar mi estrés laboral, pero también harta—. Ahora estoy muy ocupada, con mucho trabajo y lo que menos necesito es a ti molestándome. Así que vete.

Y de paso que no volviera a acercarse a mí, gracias y buenas tardes.

—Yo no busco joderte, rubia. Todo lo contrario, la verdad —añadió, como si hablara consigo mismo—. Te envié un regalo y quería saber qué opinabas, pero ya veo que eres una maleducada.

Estiré el rostro, indignada.

—¿Maleducada yo? ¡¿Yo?! —estuve por gritar. Si no era sarcasmo de su parte, lo golpearía.

Él asintió, sentándose en uno de los bancos y dejando sus gafas de sol en la barra.

—Primero —enumeré con los dedos—, tú no puedes enviarme mensajes como si fuésemos quién sabe qué en tu extraña cabeza. Segundo, no tienes ningún derecho a mandarme regalos. Tercero, no vuelvas a aparecerte en mi trabajo. No tenemos esa confianza, ni quiero tenerla.

Me di la vuelta para empezar con los pedidos. Debía ponerme con todas las ganas. Comencé por olvidarme de él y centrar la vista en las órdenes y después en la máquina de café o la vitrina con los postres.

—Creo que tanta cafeína te está afectando, rubia —dijo entretenido a mis espaldas—. Pareces la versión atractiva del Correcaminos en esteroides.

—Y, aún así, no te vas. Además, entre nosotros dos, estoy segura que quien sí usa esteroides eres tú —contesté, sin prestarle atención y haciendo un frappuccino.

Vi que iba a decir algo, así que encendí la licuadora y volteé a verlo sobre mi hombro con una sonrisa falsa, también de labios cerrados.

Cuando se dio cuenta que realmente no estaba para sus bromas ni nada que pudiera distraerme, supongo que emergió su lado humano —si es que existía dentro de ese musculoso y malévolo cuerpo—, y se puso de pie sin perder esa sonrisa felina.

ABISMO © [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora