EXTRA El accidente de Leo

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Semanas después del epílogo

Eran pasadas las ocho de la noche cuando las puertas del elevador se abrieron en el piso dieciocho. Derek Keller entró a su departamento distinto a otras veces. No con pasos seguros y decididos, mas bien algo torpes. Habían pasado unas semanas desde que le dieron de alta en el hospital y todavía no se acostumbraba al uso de las muletas. Estaba seguro de que jamás lo haría. Las odiaba porque entorpecían cualquier plan que tuviera, y en ese momento no necesitaba impedimentos. Necesitaba cuanto antes resolver un problema.

Tras maldecir un par de veces, dejó las muletas a un lado, se sentó en el sofá, y tomó su computador como quien llevaba esperando un nuevo capítulo de su serie favorita: ansioso. Apenas lo abrió, antes de que la pantalla de bienvenida solicitara la contraseña, vio lo angustiado que lucía su reflejo. Derek no sabía si lo que estaba por ver empeoraría la situación en la que se encontraba, pero estaba seguro de que era la pieza faltante de ese rompecabezas que por tantos años había armado sin conocer la imagen final.

Conectó el disco duro que había tomado —robado— de la casa de su padre con ayuda de Wayne, y hurgó entre los archivos hasta dar con el que estaba buscando. Al abrirlo, se proyectó un video que esperaba solo un clic para empezar a reproducirse.

En la pantalla aparecía una calle desierta siendo grabada desde lo alto de una esquina. El farol iluminaba solo una parte, dejando el resto de la pista bañado por la oscuridad.

Derek pasó saliva, y alzó la vista al segundo piso, donde su compañero de piso veía un partido de hockey, completamente ignorante a que en la planta de abajo se hallaba la respuesta a aquella pregunta que le había quitado el sueño los últimos meses.

Derek dio inicio al video, no sin antes ponerse auriculares, para ver por primera vez lo que había sucedido seis años atrás en una noche de piques ilegales. Recordó su viaje a Vancouver, donde recreó el accidente junto a Seth, y pensó que podría ver el real sin problema.

Cuando los sonidos agudos de los motores empezaron a escabullirse entre los audífonos supo que se había equivocado.

Su corazón empezó a retumbar en el pecho y botó el aire como quien se prepara para recibir una mala noticia. Prestó atención a los tres autos que entraron al encuadre y buscó entre ellos el gris que él manejaba en ese tiempo, aquel que Leo condujo esa noche.

No lo encontró. La calle volvió a quedar desierta a los segundos.

Se preguntó por qué el video continuaba cuando no había ningún otro auto en pantalla. Entendió cuando empezó a escuchar a los lejos el sonido estridente de unas llantas frenando. Lo que vio a continuación le estrujó el pecho y se vio conteniendo el aire por unos segundos.

—¡No puedo creer que estés solo, hermano! —dijo Leo con sorpresa, bajando las escaleras—. Desde que te arreglaste con Ava, andan inseparables.

La voz de su amigo lo sacó del trance. Derek cerró el computador y se quitó los audífonos.

—¿Por qué tan nervioso? —Alzó una ceja divertido—. ¿Qué estabas viendo?

A Derek le agradó escucharlo hablar así. Mostraba que era capaz de bromear y reírse un poco, algo que su amigo ya no hacía muy seguido.

Derek se aclaró la garganta y, ayudándose de una muleta, se puso de pie.

—Leo... Debes ver algo.

Leo pensó en bromear nuevamente, hasta que vio los ojos de su mejor amigo. Reconocía a la perfección cuando Derek hablaba de un tema serio. Solía endurecérsele la mandíbula y empezaba a dar órdenes. Utilizaba los verbos «debes» y «tienes», como si conociera mejor que nadie lo que a uno le convenía.

ABISMO © [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora