Capítulo 37

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Pasaron tres semanas.

Tres semanas en las que las investigaciones fueron exhaustivas.

Tres semanas en las que las lágrimas cayeron sin barreras.

Tres semanas en las que tres personas a las que quería ver siempre felices, se destruyeron.

Confiar en la palabra de Lex no era una opción, a pesar de que en ese asunto no parecía bromear, y los Carson y Derek no se rindieron. Revisaron una y otra vez la información que Wayne había copiado de sus archivos, pero no se detuvieron ahí. Verificaron que Lex no la había fabricado e investigaron por su cuenta.

Toda la información de Lara Moore era cierta. Era una identidad falsa porque Amelia Holt dejó de ser una persona para convertirse en un afiche de Se busca que nunca halló respuestas.

Después de doce años, Leo, Liv y Derek estuvieron de luto.

Los vi llorar, sufrir, negar y, más importante, los vi apoyarse. Ellos tres eran una familia. Liv y Leo no lo culparon ni una sola vez; siquiera planteárselo era imposible. Lex... Pues no sabía qué era de él. No me contactó más porque el juego entre Derek y él ya había terminado.

Ambos habían perdido.

Todos habían perdido.

Liv, por primera vez desde que la conocí, no sonrió. Sus ojos vivaces y astutos se tornaron cristalinos y apagados. En ese tiempo, se dedicó a llorar, a ver fotos viejas de ellas dos juntas, y a decirnos cuánto nos quería. Incluso le dio un cumplido a Becca, lo cual fue lo suficientemente extraño para alterarme. Declaró que la vida era muy corta para no recordar cuánto querías a alguien y que la memoria de Amelia siempre viviría.

Leo lloró. El sonido del ascensor anunciando su llegada en la madrugada se tornó común, pues se desahogaba jugando hockey a solas. Y, a pesar que los brazos de Becca se convirtieron una vez más en su refugio, una noche lo vi darse un abrazo fuerte y fraternal con Derek que rompió mi corazón.

Con respecto a Derek, no sabía por dónde empezar.

Los golpes en el saco de boxeo se volvieron un sonido recurrente en el piso dieciocho.

No se alejó de mí, no se acercó de más. Solo estaba presente, sin hablar. Por ratos apagado, otros frustrado, pero siempre con esa tormentosa culpabilidad encima.

Siempre.

Cada vez que oía sus pasos en la madrugada, cada vez que lo veía investigando en el computador, cada vez que mantenía sus ojos llorosos viendo a la nada.

Culpa, dolor y más culpa.

Con ello, no fue difícil que el insomnio se hiciera presente la primera semana, hasta que una noche me pidió que me quedara a dormir con él. Y fue ahí, en mi pecho, que pudo descansar.

Pero eran solo unas horas de paz.

El problema volvía cada vez que despertaba.

Sin embargo, una cosa sí lo ayudó. Dejó de pensar en todo cuando su suspensión se terminó y volvió a entrar a un coche de carreras.

Desde esa pelea en el circuito, el asunto se había esclarecido y su tiempo de sanción se terminó en el momento preciso. 

No lo vi por días enteros porque volvió a los entrenamientos y me alegró saber que sus días se volvieron más llevaderos. Correr era su escapatoria. Conducir un coche de carreras a 300 km/h le brindaba una libertad que nadie era capaz de darle. Ni Leo, ni Liv, ni yo.

Esa mañana, mientras él estaba en la pista preparándose para una carrera, yo di suaves toques en la puerta cerrada de la habitación de Liv.

—Cuando estés lista, te estaré esperando aquí.

ABISMO © [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora